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La crisis de Schulz (10)

Aunque tengamos fe, la obra de Dios en nuestra vida no es terminada hasta que nos encontremos con Jesús cara a cara.

MARTES AUTOR 97/Jose_de_Segovia 30 DE SEPTIEMBRE DE 2025 12:05 h
El pastor presbiteriano Robert Short, autor de El Evangelio según Peanuts, visita a los Schulz en 1968 y observa que la infelicidad que compartieron da a la tira una profundidad que no encuentra antes.

“No hay nada más tonto que alguien que intenta ser lo que no es”, le recuerda tantas veces Carlitos a un perro tan humano como es Snoopy. “En todas y cada una de las etapas de la vida de Schulz (1922-2000), la constante de su carácter es que nadie le apreciaría, ni le prestaría atención sI no salía al mundo a interpretar un papel”, dice su biógrafo David Michaelis: Él creía que “para ser amado –para demostrar que después de todo era alguien– tenía que convertirse en alguien o ser visto haciendo algo; nunca podía limitarse a ser sencillamente él mismo”.



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El matrimonio del creador de Carlitos y Snoopy entra en crisis a finales de los años 60. El pastor presbiteriano Robert L. Short –autor de “El Evangelio según Peanuts” en 1965– visita a los Schulz en varias ocasiones en 1968. Tras su divorcio observa que “la infelicidad que compartieron le dio a la tira una dimensión y una profundidad que uno no encuentra en la vida, salvo que esté soportando esa clase de infelicidad”. Schulz se enfadaba con los críticos que decían que su mejor trabajo lo había hecho entonces. La tristeza de la serie en sus años de madurez, “deriva de una ausencia de sentimiento”, dice Michaelis.



A pesar de la fortuna generada por Peanuts –llegando a ingresar anualmente un millón de dólares en 1969 y más de tres en el 70–, la esposa de Schulz no se sentía segura económicamente. “Cuando estaba sola, Joyce era una mujer divertida e ingeniosa, pero juntos, era el tipo de matrimonio que te hace sentir incómodo”, dice su amigo Don Fraser. A Sparky –como llamaban familiarmente a Schulz– no le interesaban –de hecho, le daban miedo– las principales pasiones de Joyce: cabalgar caballos y viajar por el mundo. Joyce nunca había sido devota de los cómics y a Sparky no le gustaba jugar al tenis con su esposa –prefería el golf–.



Schulz sabía lo insatisfecha que estaba su mujer con él, pero no aceptaba responsabilidad alguna en la infelicidad de Joyce. El miedo de Sparky a viajar hacía que no pudieran ir muy lejos, ya que él tenía que dormir cada noche en su cama. Lograron hacer un viaje familiar a Hawai en un crucero dos semanas, pero fue un completo desastre. Ella dice a su biógrafo que ya no tenían relaciones sexuales y a él le da un ataque de ansiedad. El barco se incendia y su hijo Craig asegura que nunca había visto a su padre tan nervioso.



Joyce le recuerda “siempre deprimido”. Piensa incluso “que le gustaba estarlo”. Y aunque popularizó en Estados Unidos la palabra “depresión” con la caseta de Lucy y sus peticiones constantes de dinero a cambio de sus improvisadas sesiones, Schulz nunca fue a un psicólogo o un psiquiatra. Lo suyo era “melancolía”, no “depresión”. Es más, pensaba que perdería su talento, si lo hacía. “Sencillamente era infeliz”, decía.





[photo_footer]Aunque Schulz popularizó en Estados Unidos la palabra depresión, nunca fue a un psicólogo o psiquiatra.[/photo_footer]



 



La historia se repite



Joyce se enfrenta a su hija Meredith –a quien ocultan que tiene otro padre, biológico, incluso cuando ella descubre a los 8 años los papeles de adopción recién nacida, diciendo que la palabra significaba otra cosa–. La madre piensa que tiene malas compañías en el instituto de Sebastopol (California), toma drogas y se escapa por la noche para reunirse con un chico. La envía a un internado para chicos en Ross (California), pero se vuelve tan rebelde que la lleva de nuevo al instituto. La castiga una y otra vez hasta que la manda a una escuela americana en Suiza en el verano de 1967. El problema entre ellos surge cuando ella quiere enviar también allí a su hija Monte de 15 años y al hijo Craig de 14. Sparky no lo aprobaba, pero era incapaz de enfrentarse a ella.  



Meredith se escapa del colegio con una compañera a París, donde prueba ya el hachís –no antes, como imaginaba su madre– y a los 18 años descubre la primavera del 68 que está embarazada. Se quiere casar con el chico y que él adopte el bebé, como hizo su padre cuando se casó con su madre, pero la envían a Minnesota con la idea de que tuviera allí el niño y luego lo entregaran a adopción. Lo que hacen finalmente es mandarla a una clínica abortista en Japón, que cuando llega allí con su madre, descubren que no es más que una destartalada casa en Kyoto. Luego entra en el mundo de la droga y se va a vivir con el chico hasta que se casa en contra de la voluntad de sus padres, tal y como había hecho su madre.



Ella se vuelca entonces en su proyecto personal del Arena, un inmenso centro de patinaje sobre hielo con Snoopy como protagonista. Era una pista de hockey, un escenario de espectáculos, una tienda de regalos y una cafetería. Al trasladarse a California, lo único que extrañan de Minnesota es el patinaje sobre hielo. Ella pasaba todos los días en la Arena, supervisando hasta el último detalle. Como nieta de albañil, tenía un profundo respeto por la construcción. Puso árboles que dieran la impresión de una aldea suiza y contrató al diseñador de Hollywood que había hecho los efectos especiales de “El Planeta de los Simios”, así como a un reputado fotógrafo para que buscara en Suiza modelos para el edificio. Un pintor de Carmel debía dar vida con óleos a los foto-murales con paisajes alpinos en blanco y negro.



La inauguración en el 69 fue por todo lo alto, pero ningún artículo de prensa menciona que ella era la creadora, cuando él no dibujó más que los menús de la cafetería y las reglas de la pista, junto a unas vidrieras. A los ojos del mundo eran, sin embargo, una pareja feliz. Sólo que ella parecía hacer su vida y él se pasaba el día en el estudio. A ella le gustaría que él fuera romántico, pero él rara vez la besaba para saludarla o despedirse. Se sentía incómodo cuando le abrazaban. Huía del contacto físico. Solía decir que “los alemanes no son una raza afectuosa”, pero hablaba de su madre continuamente. Sus hijos recuerdan que se le empañaban los ojos cuando lo hacía.





[photo_footer]Joyce se vuelca en su proyecto del Arena, un inmenso centro de patinaje sobre hielo con Snoopy como protagonista.[/photo_footer]



 



Un perro demasiado humano



Snoopy cambió mucho desde que empezó la serie hace 75 años. Al principio era un chucho doméstico normal, pero se hace cada vez más inteligente y humano. Al convertirlo en peluche a primeros de los 60, Connie Boucher hace que sea algo para abrazar. Fue el águila de guerra para el ejército de Estados Unidos en Vietnam y el icono del Apolo 10. Su único competidor sería el ratón Mickey, popularizado en 1955 por su Club en el programa de televisión y la inauguración de Disneylandia.



En un mundo sin adultos como el de Peanuts, Snoopy es el único que se comporta como un niño de verdad, alegre un momento y taciturno después, a veces generoso y otras, mezquino. Según Schulz, tiene “una mezcla de inocencia y egoísmo”. Desde que empieza a pensar en voz alta, todo es posible. El techo de su perrera se convierte en el biplano con el que se enfrenta al Barón Rojo, como piloto de la Primera Guerra Mundial. Sus bailes en un estado alterado de conciencia le convierten en favorito de los hippies. Aparece en las tiras, Franklin, un niño afroamericano cuyo padre está en Vietnam, que se convierte en el mejor amigo de Carlitos. Y regresa para atormentarle la primera dueña de Snoopy, Lyala, su amor secreto cuando iba en el tranvía al instituto.



Es Snoopy también quien nos revela también los romances ocultos de su creador. Desde su cortejo frustrado a la pelirroja Donna Johnson, antes de casarse con Joyce, el dibujante no había mostrado pasión romántica en ninguna en sus tiras. Michaelis descubre su relación con dos chicas en San Francisco, la única ciudad que visitaba regularmente, donde tenía sus negocios y había comprado una pequeña casa en St. Francis Wood, para no tener que dormir en hoteles. La primera relación fue bastante inocente, comparada con la segunda. Ella lo llamó “un romance platónico”. El segundo fue más allá, pero Sparky revela los hechos fundamentales en unas curiosas tiras sobre Snoopy, invitado a dar una charla en un Criadero de Perros, atrapado en medio de una manifestación en protesta contra el aislamiento forzoso de perros para luchar en Vietnam.





[photo_footer]Schulz se siente fracasado ante su viejo pastor de la Iglesia de Dios de Merriam Park, Frederick Shackleton, para cuya denominación sigue haciendo viñetas en su revista juvenil.[/photo_footer]



 



“El verano del amor”



Estamos en el San Francisco del “verano del amor” de 1967 cuando una actriz morena soltera de ojos negros y espíritu libre de 23 años hacía de Lucy en el reparto del musical que se hizo de los personajes de Peanuts en un pequeño teatro de San Francisco en 1967, después de su estreno en un club del East Village neoyorquino. Schulz le pidió que le acompañara a comprar un traje en Union Square. Durante los ensayos había descubierto que tenían mucho que decirse el uno al otro. Les gustaba hablar de libros Salían a pasear juntos, cogidos de la mano por la bahía de San Francisco hasta el bohemio barrio de North Beach, o a comer en su mesa favorita de un restaurante alemán a la sombra de la torre Coit en Telegraph Hill. Tras las funciones, salía con el reparto al Café Enrico, donde se divertía sorprendentemente con “los hijos de las flores”.



A Tracey Claudius la conoció primero en la cafetería de la Arena, cuando vino a fotografiarle para una entrevista en una revista de una empresa de fabricantes de microchips. Era una soltera morena también, pero con ojos verdes y cuerpo atlético de 25 años. Sparky podía haber sido el padre de cualquiera de las dos, ya que las doblaba en edad. Había ido a un colegio de monjas, donde la castigaban por su falta de interés en la religión, pero Schulz hablaba con ella todo el tiempo de la fe. Vivía en un apartamento del Mountain View de San Francisco. En los primeros dibujos que le manda es Carlitos quien la besa en la nariz en el famoso ascensor de cristal del hotel de Nob Hill. Pasaron la primera noche juntos en un hotel de Monterrey. La semana que se conocieron, Snoopy comienza a escribir su autobiografía en la que habla de la perrita que conoció en el Criadero de Perros de Daisy Hill.



Joyce empieza a sospechar algo cuando las facturas de teléfono revelan numerosas llamadas, hasta diez al día, a Redwood City en la bahía de San Francisco, cuando él no llamaba nunca a nadie, ni siquiera su representante comercial en San Francisco, Connie Boucher, o el encargado de la serie animada en televisión, Bill Melendez. Joyce nunca quiso averiguar quién era la persona a la que llamaba y Sparky no tenía la menor intención de divorciarse. Mantenía la relación con Tracey en secreto, yendo en tranvías de un lado a otro de la línea, subiendo a Telegraph Hill o paseando por el Muelle de los Pescadores, sin demostraciones públicas de afecto. Aunque en una ocasión se arriesgó en un club llamado Tonga Room,a sentarse con Tracey a la orilla de un imaginario lago selvático con efectos de tormenta, mientras la orquesta interpretaba un tema a la sombra de un falso poblado de cabañas de bambú al “señor y la señora Schulz”.





[photo_footer]El verano de 1971 el pastor Short es testigo del enfrentamiento del matrimonio y a la mañana siguiente Schulz le dice que si las cosas no cambian muy pronto, se larga.[/photo_footer]



 



Secreta confusión



El carácter secretista de Schulz había quedado ya de manifiesto desde que cortejaba a Donna Johnson en las oficinas de contabilidad de la academia de arte. Muestra de su confusión es cómo vuelve a tomar contacto con ella, cuando estaba con Tracey. Le escribe diciendo que su matrimonio hace aguas y le gustaría estar con ella, cuando Donna estaba casada y era madre de cuatro hijos. Llega a tener también una curiosa correspondencia, fascinado por la escritora Joan Didion, después de conocerla en su casa de Los Ángeles, junto a su esposo y su hija. Schulz estaba claramente en lo que llamamos en español “crisis de los cuarenta” o de “la mediana edad” en inglés.



Sparky le promete a Joyce en el 71 que va a romper con Tracey y deciden mudarse a un terreno en Chalk Hill Road a las afueras de Healdsburg, donando su valiosa propiedad a la Primera Asamblea de Dios de Santa Rosa, que ahora se conoce como Fuerza Ágape. Schulz no ha renunciado a su fe, pero no sabe qué hacer. Le propone matrimonio a Tracey en un restaurante de la bahía de Sausalito y ese mismo año vuelve a Minnesota para ver a Donna sin su marido, para “sencillamente hablar con ella y ver si todavía tiene una chispa en la mirada”. Joyce redecora el nuevo rancho, mientras a Sparky le aconseja Melendez que recupere la pasión por su esposa. Su intento es desastroso.



Ese verano les visita de nuevo el pastor presbiteriano Robert L. Short, que asiste una noche a la forma de Joyce de destrozar a Sparky con sus palabras, sin importarle la presencia del predicador. Al día siguiente Schulz le dice al pastor que: “si las cosas no cambian muy pronto, me largo”.  Su ruptura no significa como uno pudiera imaginar, ir corriendo en busca de Tracey o Donna… ¡Se va a vivir una temporada con su suegra! Cuando Sparky estaba en medio de una tensión nerviosa, sentía un fuerte dolor de estómago. En uno de los chistes que hacía para la revista juvenil de la Iglesia de Dios, le dice una chica a su novio: “¿Cómo puedes ser un buen cristiano cuando te duele el estómago?”.



Schulz está tan confundido que a las pocas semanas piensa en casarse con otra joven que conoce en la Arena, esta vez de 33 años, pero casada y con dos hijos. Jeannie Forsyth había nacido en Alemania de padres ingleses que se divorcian cuando ella tenía 9 años. Se cría con su madre en un rancho de aguacates en la localidad californiana de Fallbrook. Su nombre de casada era Clyde. Sparky y Joyce deciden separarse legalmente en 1972, pero no dicen nada a sus hijos. Schulz no puede estar más confuso. Habla todo el tiempo de su madre, recordando que tenía la misma edad que ella al morir. Llama a Tracey y Donna varias veces. Los hijos se enteran del divorcio por la radio a finales de año. Y Amy le acusa de abandonar a su madre por una mujer 16 años más joven.



 



Solo de nuevo



El viejo pastor de la Iglesia de Dios de Merriam Park, Frederick Shackleton, va a verle en su estudio con su esposa Doris. Sparky se muestra avergonzado. Se siente fracasado, pero explica su ruptura a los miembros de su iglesia en Minnesota diciendo: “Joyce se preocupaba cada vez menos por mí; no creo que jamás llegara a quererme”. Como sus antiguos feligreses pensaban que Joyce no era “la compañera adecuada para él”, hasta sus amigos de la Iglesia de Dios no podían aceptar que fuera Sparky quien quisiera romper su matrimonio. Para sus conocidos, Joyce era la responsable.



Esas navidades Jeannie sorprende a su marido diciendo que está enamorada de Schulz y piensa casarse con él. Los Clyde se separan en el 73 y Sparky llama a Tracy para anunciarle su compromiso, sin saber que ella se ha casado en Reno con “un tipo formal” de San Francisco, que acababa de conocer hace cinco meses. Joyce se vuelve a casar el mes antes que Sparky. Schulz tenía 50 años y Jeannie, 34. Extrañamente quiere seguir viviendo en Santa Rosa, donde compra a la diócesis católica la antigua residencia de un obispo. Tenía una gruta para rezar y una capilla con vitrales que se convierten en gimnasio y sala de juegos. El tribunal le concede la custodia de sus hijos a Joyce, pero Meredith prefiere vivir con su padre adoptivo.



Como tanto Sparky como Jeannie eran hijos únicos, no tenían fuertes lazos familiares, tras la muerte de sus padres, excepto sus hijos. Según el biógrafo de Schulz, “fundaron su matrimonio en un pacto de no agresión”. Ninguno de los dos se inmiscuía en la educación de los hijos del otro y ella se abstenía de comentar nada del trabajo de él. Invitaban a mucha gente, pero él empieza a sentir la soledad de siempre, “solitude” la llamaba en inglés, en vez de “loneliness”. Teme una “catástrofe inminente” y se despierta todos los días con “una sensación funesta, muy perturbadora”. En 1981 amanece con una extraña opresión en el pecho. Le tienen que operar del corazón y se queda con unos pronunciados temblores en la mano derecha.





[photo_footer]Schulz se vuelve a casar a los 50 años con Jeannie de 34.[/photo_footer]



 



¿Desesperado?



Paradójicamente, parte de su mejor trabajo lo hace Schulz en medio de todo este desorden. En una tira Carlitos pide consejo a Lucy en su consultorio psicológico de cinco centavos. Ella le dice: “La vida es como una silla de cubierta en el crucero de la vida. Algunas personas se ponen en la parte de atrás para ver por dónde han pasado. Otros delante para ver a dónde van. ¿Hacía qué lado mira tu silla?” Y él la contesta: “Ni siquiera puedo desplegar mi silla”. Cuando la burbuja de la vida cristiana perfecta en la tradición de santidad evangélica de la Iglesia de Dios de Schulz explota, se enfrenta a la realidad de su ruina.



El cristianismo no es para aquellos que están contentos con su religión de buenas obras y amorosos sentimientos. Es en la desesperación donde se encuentra a Jesús. Es en el desorden de Schulz que uno descubre nuestra incompetencia piadosa. No tiene sentido fingir en nuestra relación con Dios, pretender que todo está bien, cuando no lo está. Todos tenemos secretos. Nadie es lo que aparenta ser. Romanos 3:10 nos muestra que nadie es como debiera ser, ni siquiera uno. Aunque tengamos fe, la obra de Dios en nuestra vida no es terminada hasta que nos encontremos con Jesús cara a cara.



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Es “puestos los ojos en Jesús, el iniciador y perfeccionador de nuestra fe” (Hebreos 12:2) que descubrimos que nuestra esperanza no está en la transformación que Dios ha hecho en nuestra vida, sino en la confianza en Dios en medio de esa obra incompleta. Jesús dejó así a once discípulos a medio terminar, que cuando murió, estaban confundidos, deprimidos, temerosos y con dudas. Pensamos que Dios nos ama cuando nos sentimos limpios y completos. Y nos alejamos de Él hasta que nos parezca que estamos en la correcta manera de vivir. Creemos que, si no ordenamos el desorden, Jesús no tiene nada que ver con nosotros.



En realidad, es lo contrario. Hasta que no reconozcamos nuestro desorden, no sentiremos la presencia del Señor. Es cuando reconocemos lo poco dignos que somos de ser amados y lo perdido que estamos, que Jesús aparece de repente. Él prefiere a los perdidos que a los encontrados; a los perdedores, antes que a los ganadores; al roto, en vez de al entero; al desordenado, en lugar del ordenado; al discapacitado, en lugar del que se ve capaz. ¡No temamos acudir a Dios tal y como somos! ¡Es cuando nos sentimos desesperados, que no podemos separarnos de Él!



 



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