El mal, por fuerte que parezca, no tiene la última palabra y podemos plantarle cara.
El mal es real. Cada día sentimos sus efectos: en pensamientos que nos sabotean, en relaciones que se vuelven tóxicas, en la manera en que nos juzgamos con dureza o en cómo juzgamos a los demás. Jesús, al enseñar el Padrenuestro, incluyó una petición breve pero poderosa: “Y líbranos del mal” (Mateo 6:13). No es una frase para repetir por costumbre como un mantra vacío, sino una invitación diaria a reconocer que necesitamos ayuda más allá de nuestra propia fuerza de voluntad.
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Esta oración no nace del miedo ni del pánico, sino de la confianza. Es decirle a Dios—: “Lo que me rodea no siempre puedo controlarlo, pero no estoy solo en la batalla.” Este grito nos enseña que la lucha contra el mal no se libra únicamente con disciplina personal, buenos hábitos o rezos interminables, sino desde una certeza: en la cruz, Jesús enfrentó y venció la raíz del mal. Para quienes creen en esto, orar “líbranos” es recordar que esa victoria puede volverse también una defensa personal.
Mi amigo Sinfo Sanchez lo describe así: “El mal como estupidez, llega a través de las debilidades del ser humano. Ser inteligente, no te evita de ello. Solo la sabiduría del conocimiento de la “Palabra” a través de la humildad”.
José, un hombre común, compartió que vivió mucho tiempo atrapado en el miedo al rechazo. Hasta que, en la quietud de esta oración, escuchó como un susurro interior: “Confía más en mi amor que en tus propias opiniones.” Esa experiencia no borró su miedo de la noche a la mañana, pero poco a poco empezó a soltarlo. Descubrió que la verdadera libertad no siempre llega con fuegos artificiales ni con experiencias de éxtasis, sino con pasos pequeños, cuando la luz empieza a entrar de nuevo en la mente e ilumina las zonas oscuras del mal .
La oración no es solo un refugio para huir del dolor; sino es una fortaleza de luz. Una manera de recordar que el mal, por fuerte que parezca, no tiene la última palabra y podemos plantarle cara. Pablo lo expresó con claridad: “No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal” (Romanos 12:21). Aunque el mal parezca más fuerte que el bien, aunque sus consecuencias sean devastadoras y nos hagan dudar, la fe en Dios vivo sostiene que el bien terminará por prevalecer.
Cada vez que eliges esperanza sobre miedo, cada vez que eliges amor en lugar de resentimiento, cada vez que dejas que la claridad venza a la confusión, cada vez que deseas sanidad en vez de enfermedad, cada vez que anhelas libertad en vez de esclavitud… algo sagrado sucede en ti.
El mismo Jesús que nos enseñó a orar “líbranos del mal”, también afirmó: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Juan 8:12). Eso significa que junto a la realidad del mal que nos rodea, hay una respuesta de luz que disipa las tinieblas y sus consecuencias. Contaminarse con el mal es perder la esperanza de una humanidad mejor. Pero, por grande que sea la tormenta de maldad que azote la vida, la promesa de Cristo sigue en pie: la luz vence a las tinieblas (Juan 1:5).
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Como decía C.S. Lewis: “El mal es una perversion de lo bueno. No tiene existencia propia; es una corrupción de la bondad.” Esta perspectiva invita a reconocer que el mal no es una fuerza autónoma, sino una distorsión de lo que es bueno y verdadero. Un desvío de la verdad. La luz, entonces, no solo combate la oscuridad, sino que revela su naturaleza ilusoria.
Pensamiento para esta semana: Si la luz habita en ti será más fuerte que cualquier sombra alrededor.
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