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Venciendo la sombra (I): ¿Por qué morimos?

En esta nueva serie, “Venciendo la Sombra”, me atrevo a explorar el tema de la muerte y la esperanza de la vida eterna.

TEOLOGíA AUTOR 875/Jose_Hutter 10 DE SEPTIEMBRE DE 2025 11:30 h
Foto de [link]Alexander Sinn[/link] en Unsplash

Todos nos hemos preguntado alguna vez en hospitales, funerales o simplemente en un momento de reflexión melancólica: ¿Por qué tenemos que morir? ¿Por qué existe la enfermedad? ¿Por qué se deshace todo lo que amamos?



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El temor a la muerte es el temor más profundo que azota el alma humana, pero raras veces es tema de nuestras conversaciones cotidianas. Normalmente, nos surge en momentos de crisis y en reflexiones solitarias.  Una forma de tratar el asunto es restarle importancia o evadirlo. Para poco nos sirve la explicación superficial de que la muerte forma parte de la vida. De hecho, no es más que un comentario que se puede llegar a considerar frívolo y sin sentido. Lo que sorprende es que, ante la falta de respuestas coherentes, la gente no se prepare más para la única cita a la que no va a faltar. Nos preparan para la vida, pero no para morir.



¿Por qué morimos? Es la interrogante que aflora cuando la muerte interrumpe nuestra rutina, recordándonos que nada aquí es eterno. Como cristianos, anclados en la Biblia, sabemos que las Escrituras no evaden esta realidad. Al contrario, nos ofrecen una explicación profunda e impactante sobre el origen de la muerte, invitándonos a ver más allá del dolor hacia una esperanza eterna.



En esta nueva serie, “Venciendo la Sombra”, me atrevo a explorar el tema de la muerte y la esperanza de la vida eterna. Comenzaremos hoy con lo más fundamental y esencial que es el testimonio bíblico del origen de la muerte y de la “muerte de la muerte en la muerte de Cristo”[1]. Luego queremos saber lo que sucede al morir y después de la muerte. Esto incluye las fascinantes experiencias cercanas a la muerte. ¿Son simplemente ficción, engaños o destellos de un cerebro que muere? ¿O hay algo más detrás de esto? Nos intriga saber si hay indicios de este fenómeno en la Biblia.



Y por supuesto surge la pregunta: ¿Cómo se puede vivir sin temor no solamente de la muerte, sino también del proceso de morir? Finalmente, nos acercaremos a los dilemas éticos modernos como la eutanasia, la preparación para el final de nuestra vida y la resurrección del cuerpo en un mundo renovado.



No cabe duda: hay mucha tela que cortar. Y no hay que olvidar: esto es una modesta serie de artículos, no un análisis exhaustivo del tema. Pretendo animar al estudio y la reflexión, no dar respuestas definitivas a todas las preguntas.



Para entender cómo la Biblia nos explica la realidad de la muerte, volvamos al inicio, al relato bíblico de la creación en Génesis. Las Escrituras nos pintan un panorama de un mundo creado por un Dios amoroso y todopoderoso. En Génesis 1:31, leemos: "Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera". Esta afirmación no es poesía vaga; es una declaración rotunda sobre la perfección original de todo lo creado. La parte más bonita y el lugar donde Dios iba al encuentro con la primera pareja era un precioso jardín lleno de vida: ríos cristalinos, frutos abundantes, animales en armonía. Adán y Eva estaban en comunión directa con su Creador. No hubo enfermedad, ni envejecimiento, ni lápidas a la vista. La vida era un flujo constante, sostenido por la providencia divina, un reino donde la voluntad de Dios se vivía sin esfuerzo.



Pero el giro dramático llega en Génesis 3, un capítulo que cambia todo. El tentador siembra dudas: “¿Conque Dios os ha dicho…?” (Génesis 3:1). Adán y Eva, en un acto de rebeldía, comen del fruto prohibido. No se trata de un capricho inocente; es un desafío directo a la autoridad de Dios. La Biblia lo llama pecado, y con él entra la muerte en escena. Dios lo había advertido: “Mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás” (Génesis 2:17).



Y así ocurrió: muerte espiritual inmediata, separando a la primera pareja de Dios, y muerte física que se manifiesta en el tiempo. No es un ciclo evolutivo impersonal, como sugieren algunos en debates científicos modernos; es el veredicto judicial por transgredir la Ley divina. Romanos 6:23 lo expone con claridad: “Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús, Señor nuestro”. Cada palabra aquí es precisa y escogida cuidadosamente, revelando cómo el pecado de un hombre, Adán, introduce la muerte física, espiritual y eterna en toda la humanidad.



Profundicemos en esta verdad central. Romanos 5:12-19 explica que el pecado entra por Adán y pasa a todos. Esto no nos deja como víctimas inocentes; nacemos en esa condición caída, como describe Efesios 2:1-3 en toda su gravedad. Adán nos representa a todos y por eso su pecado nos afecta a todos. Es como un contagio espiritual que contamina mente, voluntad y cuerpo: cuerpos que se deterioran, relaciones que se quiebran, una creación entera bajo maldición, con espinos y cardos como símbolos de frustración (Génesis 3:17-19). Ningún aspecto de la existencia humana se salva del poder del pecado. Agustín de Hipona lo describía como una corrupción heredada que nos hace dependientes de la gracia divina para la restauración.



Algunos se preguntan: ¿Cómo un Dios amoroso permite tal desastre? La respuesta radica en Su soberanía. La muerte no es un error divino; Dios la integra en Su plan eterno de redención. El postrero Adán, Cristo, también nos representa: paga por nuestro pecado y nos transfiere su justicia divina. La cruz es el golpe final a la muerte, porque pierde sus horrores para aquellos que confían en Cristo. La vida eterna ya ha empezado para los suyos.



En una era donde la tecnología promete inmortalidad mediante criogenia o inteligencia artificial, la Biblia nos confronta con la realidad: sin resolver el tema del pecado, ningún avance humano vence la muerte. Y que esta cuestión interesa hasta algunos políticos en sus charlas a más alto nivel, hemos visto en estos días en una conversación entre Vladímir Putin y Xi Jinping.[2]



Llama la atención que en sociedades tan obsesionadas con el anti-envejecimiento y la superación de la muerte también existe una obsesión en ofuscar el único remedio contra la muerte: la sangre de Cristo. Solo la Biblia es capaz de explicar el origen y causa de la muerte. La expulsión del paraíso, con el árbol que da vida eterna y la muerte, no solamente es un castigo sino que forma parte de la gracia común de Dios para no perpetuar el mal y la rebelión.



A los que dudan de esta explicación bíblica coherente, les pregunto: si la muerte es solo “natural”, ¿por qué nos aterroriza tanto, impulsando industrias millonarias? ¿Será cierto, como bien observó Sigmund Freud, que “en el fondo, nadie cree en su propia muerte (…) . Cada uno de nosotros está convencido de su propia inmortalidad”[3].



Esto puede ser la razón psicológica porque relegamos la cuestión de la muerte siempre a un segundo lugar. Explica perfectamente nuestra obsesión por evadir el tema de la muerte. Incluso mucha gente que no tiene miedo a la muerte tiene pavor al proceso de morir, al dolor, a la incertidumbre y a la separación de esta vida.



Sin embargo, entender el origen de la muerte y cómo vencerla disipa el miedo paralizante. Existe un versículo que es muy esclarecedor en este aspecto: Hebreos 2:14-15 declara que Cristo destruye al que tenía el imperio de la muerte, liberándonos de la esclavitud al temor. Como cristianos nos aferramos a la esperanza del evangelio que revierte la maldición. Pablo la expresa así: "Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia" (Romanos 5:20). Esta gracia no es solo personal, sino que motiva a extender el Reino de Dios ahora, aplicando los principios divinos en la sociedad que nos rodea, contrarrestando la maldición paso a paso.



Con este tema una vez más somos llamados a recordar y aplicar el principio  “Sola Scriptura” de la Reforma: la Biblia es la autoridad suprema sobre este tema, porque nos presenta la única persona que no solamente ha vuelto de la muerte, sino que la ha vencido. El asunto está resuelto —por lo menos para quien aplica la solución.



En lo cotidiano, esto influye en cómo enfrentamos el envejecimiento: no con pánico, sino con un enfoque que ve más allá de la tumba. Por eso, como padres, enseñamos estas verdades a nuestros hijos, en vez de mitos seculares. Y por eso, la Iglesia tiene que predicar y enseñar esta verdad para exaltar la gracia que salva que da como resultado la victoria sobre la muerte. Para nosotros, la muerte no es fin; es transición a la gloria para los redimidos.



A lo largo de esta serie, nos sumergiremos en un viaje que puede transformar nuestra forma de pensar profundamente y que nos quiere equipar para enfrentar la muerte con ojos de fe. Esto empieza con la victoria triunfante de Cristo sobre la tumba. Su redención no solo anula el poder de la muerte, sino que impulsa un Reino en expansión. El Reino de Cristo es donde se aplica y se vive la victoria sobre el poder de la muerte: “Oh muerte, ¿dónde está tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?” (1 Corintios 15:55).



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Esta esperanza no es evasión; es realidad que transforma el mundo y nos impulsa a abrazar la vida eterna en Cristo, disipando sombras de muerte con Su luz. Podemos afirmar con convicción inquebrantable: la muerte no forma parte de la vida. Es su enemiga. Pero por la redención de Cristo, nuestra despedida de este mundo es la puerta para entrar en una gloria inimaginable.



 



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Notas



[1] Es el título de una de las obras maestras del teólogo puritano inglés John Owen.



[2] https://efe.com/mundo/2025-09-03/putin-xi-inmortalidad/



[3] La fuente de la cita es el ensayo de Sigmund Freud titulado "Thoughts for the Times on War and Death" (conocido en español como "Consideraciones de actualidad sobre la guerra y la muerte" o "Reflexiones sobre la guerra y la muerte"), publicado en 1915. Se encuentra específicamente en la Parte II, titulada "Our Attitude Towards Death" ("Nuestra actitud hacia la muerte"), donde Freud explora la negación psicológica de la mortalidad en el contexto de la guerra y el inconsciente.


 

 


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