Los titulares de todo el mundo anunciaban el pasado viernes el nuevo Papa, León XIV. Hace 75 años, el 10 de mayo de 1950, anunciaron un nuevo y audaz plan de paz.
Los titulares de todo el mundo anunciaban el pasado viernes el nuevo Papa, León XIV.
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Hace 75 años, el 10 de mayo de 1950, los titulares anunciaban un nuevo y audaz plan de paz: “Francia sorprende a todos”. “Decisión sensacional”. “Bomba Schuman”.
Se trataba de un plan inspirado en las enseñanzas del Papa León XIII, célebre por su encíclica de 1891 Rerum Novarum, que articulaba la doctrina social católica moderna y abordaba los retos de los cambios sociales de la Revolución Industrial.
El plan anunciado en rueda de prensa hace 75 años por el ministro francés de Asuntos Exteriores, Robert Schuman, ha marcado la vida de todos los europeos, dentro y fuera de la Unión Europea.
Por eso el 9 de mayo se celebra el Día de Europa, para recordar ese momento decisivo de la historia europea de posguerra. A partir de ese día se puso sobre la mesa un plan de integración europea que desembocó directamente en la Unión Europea actual.
La elección de ese nombre por el Papa León XIV puso de manifiesto su intención de seguir el legado de su homónimo, afrontando los retos de las transformaciones sociales de las actuales revoluciones digital y política.
El papel de la Iglesia debía ser un “faro que ilumine las noches oscuras de este mundo”, dijo el Papa en su primer discurso.
Hace apenas unas semanas, en respuesta a las declaraciones nacionalistas y excluyentes del vicepresidente estadounidense, el entonces cardenal Robert Prevost había publicado: “JD Vance se equivoca. Jesús no nos pide que establezcamos un ranking de nuestro amor por los demás”.
El plan de Schuman era una clara declaración de igualdad, inclusión, reconciliación, solidaridad y amor al prójimo. A primera vista, se trataba de un plan audaz pero sencillo para unir económicamente a antiguos enemigos, en particular Francia y Alemania, de forma que la guerra se convirtiera en algo “no sólo impensable, sino materialmente imposible”.
Proponía agrupar la producción de carbón y acero -industrias fundamentales para el poder militar- bajo una autoridad compartida y supranacional, que uniera a las naciones en interdependencia y responsabilidad mutua.
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Aunque los cañones habían callado cinco años antes, aún no se había instaurado una verdadera paz en Europa. El bloqueo de Berlín por Stalin y la respuesta aliada del puente aéreo de Berlín, menos de dos años antes, fueron el preludio de la Guerra Fría.
Eran tiempos turbulentos. Europa seguía sufriendo un grave trastorno de estrés postraumático. Familias dispersas, ciudades bombardeadas, vidas destrozadas y futuros rotos parecían obstáculos insalvables para una paz verdadera.
¿Qué se necesitaba para curar una ciudad, una nación, un continente de semejante desgarro? ¿Qué fue lo que inició el proceso de curación en el discurso de tres minutos de Schuman?
Aunque el plan proponía la cooperación económica, Schuman advirtió más tarde que el proyecto tenía que ser algo más que económico y tecnológico: necesitaba tener alma.
Profundizando en su lectura, se puede decir que la Declaración Schuman es profundamente moral, incluso espiritual, arraigada en los valores del corazón. No concibió Europa como un “club cristiano”, sino que insistió en que su cultura humanista y democrática era imposible sin sus raíces cristianas.
En primer lugar, la declaración encarnaba un espíritu de perdón y reconciliación. Nunca antes en la historia un vencedor había tratado al enemigo caído como a un igual, como hizo Francia con Alemania occidental en este caso.
Sin utilizar jerga religiosa, Schuman impregnó la declaración de los valores necesarios para la reconstrucción de la Europa de posguerra.
Los valores fundamentales de la Declaración Schuman fueron:
Paz a través de la cooperación, no de la dominación.
Solidaridad entre las naciones, en lugar de competencia.
Una administración supranacional como nueva forma de orden internacional, que limitara el nacionalismo agresivo.
La democracia y el estado de derecho como piedras angulares para fomentar la confianza entre los países.
La espiritualidad personal de Schuman tenía dos fuentes.
Desde su juventud fue educado en la Doctrina Social de León XIII, al igual que sus dos colegas Konrad Adenauer en Alemania y Alcide de Gasperi en Italia.
Partiendo del concepto de imago Dei, según el cual toda persona ha sido creada a imagen y semejanza del Creador, esta enseñanza defendía la solidaridad de la raza humana y, por tanto, el concepto de buscar el bien común de todos, no sólo el de engrandecer la propia nación.
Una segunda fuente de la espiritualidad de Schuman fue el movimiento de Rearme Moral (MRA por sus siglas en inglés) liderado por el evangelista luterano Frank Buchman.
Este movimiento insistía en la importancia del perdón y la reconciliación para lograr una paz verdadera, y en que el cambio del mundo comenzaba con el cambio personal de cada uno de nosotros.
La noticia del nuevo Papa llegó mientras se reunían en Varsovia los participantes en la primera Cena Parlamentaria de Oración, entre ellos 37 diputados de casi todos los partidos.
Se trataba de uno de los actos organizados en torno al Foro sobre el Estado de Europa, que concluyó el pasado sábado, y en el que seguimos explorando las respuestas bíblicas a los desafíos actuales.
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