El reto suele presentarse como la oportunidad de esforzarnos para conseguir llevar a cabo una creación alucinante.
¿Quién no ha tenido esta experiencia? Sólo los que están muertos han podido liberarse de esta pasión. El reto suele presentarse como la oportunidad de esforzarnos para conseguir llevar a cabo una creación alucinante.
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Se asemeja a un intruso que viene a robar nuestra paz, pero a cambio nos entrega un logro singular.
Le vemos llegar armado con una larga espada entre las manos. Nos venda los ojos y nos nubla la razón. Sentimos la impresión de que nos coloca al borde de un precipicio que tememos y al mismo tiempo nos atrae.
Crear es arriesgado, el reto lo sabe.
En un principio nos puede su fuerza desafiante, nos achanta. Lo sentimos en el cerebro y en el estómago también. Nos palpita en la garganta. Nos distorsiona la voz haciéndola tan quebradiza como insegura.
Sin piedad alguna se instala dentro de nuestro ser de tal manera que no nos deja tranquilos.
Son horas, a veces días, meses, años de lucha en los que nos hallamos sufriendo una rara indefensión. Nos convencemos de que nadie puede ayudarnos.
Es el tiempo de las dudas, de la desconfianza.
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Creemos que en cualquier momento va a atacarnos a traición con su otra arma: el miedo. Y este miedo se asemeja a una conspiración que intenta convencernos de que proponernos metas puede perjudicarnos seriamente la salud; que no seremos capaces; que no estamos preparados; que nos será imposible; que, en todo caso, esta será la última vez que arriesguemos tanto.
Eso nos parece.
Tragamos nuestras lágrimas y, aunque sufrimos impotencia, en un momento determinado notamos que podemos hacerle frente con total seguridad. Y avanzamos, desde este punto ya, inmersos en la esperanza.
Es entonces cuando nos rebelamos contra la negatividad. Ya no huimos. Sabemos que ha llegado la hora y no debemos demorarnos en alcanzar nuestro objetivo, nuestra creación.
A modo de horizonte vislumbramos a lo lejos la tenue luz que más tarde nos llegará clara.
Porque vivir es plantarle cara al reto, marchar adelante con las fuerzas que tenemos hacia la creación que deseamos.
Existe una fuerza superior y espiritual que, como dardos, nos clava sus métodos positivos para incitarnos. Es un poder alocado que pone candado al hambre y al sueño que el cuerpo necesita para repararse.
Nos provoca una sed insaciable. Sin embargo, no descansamos. Una inquietud ancestral venida de fuera nos lo impide. Es un poder que ante la debilidad nos hace sentirnos más fuerte, se agiganta.
Nuestra creación toma cuerpo.
No hay marcha atrás. Progresamos. Logramos superar las trampas del camino. Dominamos la situación. Podemos y queremos. Estamos seguros. Ahora lo estamos. Como rehenes del proyecto hemos conseguido llevarlo atado hacia el destino.
Entonces, lo que vamos creando, promete entregarnos aquella larga espada que sujetaban sus manos en señal de rendición ante nuestra victoria.
Acabamos la lucha venciendo.
Por fin. Quienes lo logran consiguen superarse, madurar. Nos damos cuenta de que el pánico, la incertidumbre que hemos sentido, no desmerece la valentía sino la ensalza.
Disfrutamos la alegría.
Es posible, solo posible, que otros valoren nuestro éxito y se nos unan. Quizá, los que nos aman reconozcan nuestro esfuerzo, nuestra osadía, pero no todos.
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