El Evangelio de Dios a los pobres, el acercamiento del Reino de Dios con sus valores restauradores, deben llegar a estos colectivos humanos en forma de información, de recursos que les dignifiquen y de denuncia contra los opresores que hunden a los pueblos en la infravida de la exclusión social.
Existe una dimensión moral y profunda de la pobreza que afecta a lo más profundo del ser humano, una pobreza moral que abate, somete y anula a los pobres como personas aplastados bajo la losa de los opresores, de los que meten debajo de su aplastante bota a tantos individuos, pueblos y naciones. Opresores que pueden ser tanto individuos, como sistemas políticos o económicos.
Bajo esta opresión y aplastamiento, el SIDA circula mejor por falta de medios y de información. Por tanto, conseguir niveles de vida dignos, conseguir desarrollo humano, conseguir eliminar pobreza, sería una forma de disminuir el zarpazo del SIDA... y viceversa: eliminar SIDA y posibilidades de contagio, dar información y posibilidades sanitarias, es eliminar niveles de pobreza. Nada de esto debe ser ajeno al que dice seguir al Maestro que pone el amor al prójimo en semejanza con el amor a Dios.
La escasez de medios económicos de muchos pueblos repercute directamente en la red sanitaria. Aunque el SIDA se da en el ámbito internacional a todos los niveles, se concentra en los pueblos pobres. Por ejemplo: En el África negra se concentra un ochenta por ciento de los infectados por el virus del SIDA. Así, en una parte del mundo en donde sólo vive un diez por ciento de la población mundial, se encuentran más de las tres cuartas partes de los portadores del virus del SIDA.
Esto influye enormemente en un país en donde muchos de sus adultos no rinden a la comunidad por su estado de enfermedad. Se agravan los índices de pobreza y sufrimiento. La transmisión del virus se dispara debido a la falta de medios y de información suficiente. El grito de los pobres e infectados por el SIDA también pugna por filtrarse pidiendo auxilio y compromiso dentro de las cuatro paredes de los templos, de las iglesias que, todas, deberían ser iglesias del Reino.
Muchas veces, sectores de los más conservadores de la iglesia, al pensar que el SIDA es una plaga enviada por Dios, al relacionar el contagio con conductas reprobables unidas al mal uso de la sexualidad humana o de la homosexualidad, estigmatizan a los contagiados y se paralizan en la ayuda a este sector de sufrientes del mundo. Los que así piensan o actúan están haciendo dejación de sus deberes de projimidad.
La Iglesia debe meter la lucha contra el SIDA dentro de los mismos objetivos que la lucha contra la pobreza. Los pobres lo necesitan. Muchas veces, el pago de la deuda externa, por ejemplo, limita enormemente la capacidad de muchos países pobres o en desarrollo para hacer frente a la lucha contra el SIDA. Así, cuando muchos cristianos claman por la condonación de la deuda externa, cuando se habla de un Jubileo en estas áreas que también lanzan a muchos niños a la muerte o a la infravida, estamos también favoreciendo la posibilidad de la financiación de la lucha contra el SIDA.
Los altos niveles de pobreza, expanden el contagio del SIDA. Muchas de estas personas pobres emigran como mano de obra barata a las ciudades -quizás muchos no infectados con el SIDA, pero que, por las búsquedas normales de afectos y vínculos humanos, pueden volver contagiados y ser elementos propagadores de esta plaga-, otros, mujeres y niños se tienen que prostituir para poder comer... la pobreza genera infecciones y muerte.
El SIDA en medio de la pobreza, potencia la pobreza misma. Es un impedimento para el desarrollo de los pueblos. Si se invierte en recursos para atender a la población infectada, aumenta el coste del desarrollo, los infectados se convierten en no productivos, se produce menos y se reduce el mercado de productos, las producciones agrícolas u otras pueden caer y no dar el rendimiento adecuado. Algunos citan una frase de Mandela en el foro de Davos:
“Si los africanos no podemos dominar la epidemia del SIDA, ya podemos despedirnos de nuestro desarrollo económico y social”.
Si la Iglesia quiere seguir conservando y ejerciendo su labor profética, si quiere que su ritual sea oído por el Altísimo, que recuerde que esto no será posible hasta que no hagamos justicia con el prójimo, hasta que no asumamos la difusión teórica y práctica de los valores del Reino que son restauradores de estas situaciones y buscadores de justicia. Jesús llamaría hoy también a estos proscritos para que entraran como invitados en su banquete del Reino en lugar de muchos autoconsiderados puros, pero que rechazan su invitación.
La iglesia tiene muchos campos y estrategias de lucha en estas áreas de la pobreza unida al SIDA. Tiene que ver las formas de hacerse presente a través de sus enviados, sus misioneros, para informar, crear infraestructuras, clamar a favor de la cancelación de la deuda externa, jubileo necesario hoy en día y que los creyentes pueden defender y potenciar. La iglesia, como lugar de acogida, debe llegar a estos países y poner en marcha el sentimiento que Jesús nos narra en la Parábola del Buen Samaritano: el ser movidos a misericordia, que no es otra cosa que poner en marcha el sentido de amor y compasión hacia el prójimo despojado y tirado al lado del camino que todo creyente y discípulo del Maestro debe tener.
Tenemos que dar ánimo y apoyo a entidades que ya están trabajando con pequeñas instalaciones sanitarias en el ámbito internacional. La iglesia puede trabajar para potenciar la abstinencia allí donde se pueda, animar a las familias a mantener la fidelidad, a usar responsablemente los preservativos, a dar toda la información posible para que las personas conozcan la enfermedad y cómo evitarla.
La iglesia podría trabajar en ámbitos de enseñanza, de educación de la sexualidad, potenciar el respeto a los derechos humanos para la infancia, evitar la explotación de los niños trabajadores, condenar los abusos sexuales y la explotación infantil... Todo un cúmulo de responsabilidades en las que, a veces, sólo entramos como de puntillas, sin hacer ruido y sin molestar a nadie...
Debemos rescatar la denuncia profética y la búsqueda de la justicia y no sólo el asistencialismo. No importa que seamos molestos. Tenemos que evitar que el mundo siga muriendo en medio de esta mezcla de pobreza y enfermedad maldita. Es nuestra responsabilidad de prójimos ante este escándalo que debería avergonzarnos como personas humanas y lanzarnos a la acción.
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