Algunos de los que van visitando iglesias se creen con la obligación de entrar creando ambiente, por supuesto, el que ellos quieren.
En este artículo recopilo algunas experiencias que me han resultado insoportables.
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Algunos de los que van visitando iglesias se creen con la obligación de entrar creando ambiente, por supuesto, el que ellos quieren, el folklore que a ellos les gusta, sin respetar la idiosincrasia de cada comunidad.
A gritos, se lucen con peticiones como: Pon tu mano en el hombro izquierdo del que está a tu derecha. Ahora te vuelves y dile al que está detrás que el Señor es bueno.
Porque a lo peor después de todos los años que esa persona lleva en el camino, veinte o treinta convertido, no se sabe, ha ido a la iglesia por pura casualidad, se levantó con la mente en blanco, se echó a la calle y como el que entra en una cafetería atraído por el aroma, llegó al culto. Y, claro está, te toca a ti recordárselo.
Abraza al hermano que tienes delante. Y ahí te ves, abrazándote con alguien a quien no conoces de nada y aguantando la cara de tu esposo/sa que empieza a sentir celos de tanto cariño y tanto masaje ajeno.
Están los que dan explicaciones del por qué tanto meneo: Y ahora, para que no os durmáis (ese es el motivo), levantaos de vuestros asientos, alzad las manos y seguid el ritmo de la música. Por lo tanto ofenden. Particularmente, nunca me he dormido en la iglesia.
Otros, fijamente te clavan la mirada desde el púlpito porque se están dando cuenta de que no obedeces sus idioteces y porfían una y otra vez, hasta que por fin se rinden viendo que no vas a entrar por ese aro.
Están los que hacen el llamado. Ojo, no la llamada sino el llamado a salir adelante para orar por ti. Cuando después de mucho insistir, esos que forzosamente se dan por aludidos ya están adelante, los promotores de todo el meneo caen en la cuenta y tienen la misericordia de orar también por los que se han quedado en sus asientos, y es que todo lo pueden, tanto si quieres o no.
Entonces me pregunto ¿Para qué han movido a tanta gente si, a fin de cuentas, están orando por los presentes en general? A propósito de esta última pregunta, para confirmar que el poco tacto está presente, he oído pedir que los matrimonios que se llevan mal salgan a la palestra para orar por ellos públicamente.
Por supuesto, no salió ninguno, no todo el mundo es tonto. Ser cristiano no es sinónimo de ser estúpido, y el convocante se vio obligado a cambiar la petición para no quedarse con ciertas partes íntimas al aire.
He de reconocer que muchos feligreses se lo pasan fenomenal en días como estos. Deduzco que tanto los que llegan como los que están, necesitan esa ración de protagonismo.
En un par de ocasiones he presenciado cómo la persona invitada sale a saludar y con toda su buena intención dice que nos había estado observando y algunos teníamos las caras tristes, y otros alegres, ¡una observación colosal! Tan normal como la vida misma, pensé yo.
Hasta ese momento, nadie había contado un chiste y tampoco era el momento. Todos tenemos nuestros problemas, nuestras circunstancias para estar de una manera o de otra.
Pues miren ustedes, resulta, que según estas personas, no se puede estar triste, va contra Dios estar triste. Y yo pienso que hay una gran diferencia entre estar triste y estar amargado.
También estoy convencida de que tanto la tristeza como la alegría son del Señor, son estados del alma que nos hacen avanzar. La tristeza no es un pecado, fingir una alegría que no sientes y obligar a otros a fingirla, es mentir, y eso sí es pecado.
El Dr. José M. González Campa dice (perdón porque no recuerdo ahora el título del libro): Desde mi punto de vista, siento una inquietud preocupante, que me lleva a pensar en una Iglesia del futuro que se aparte, de manera notable, del modelo novotestamentario de Iglesia, y cuyos contenidos doctrinales tendrán que ver más con las ideas de los hombres que con la Revelación de Dios. Cada día se experimenta como el estudio serio, enjundioso y edificante de la Palabra de Dios, resulta menos atractivo para los miembros de las diferentes Iglesias; e incluso supone una carga, casi insoportable, para muchos de ellos.
El lugar que la proclamación Kerygmática y profética del Evangelio debiera ocupar en el ministerio cristiano, va siendo desplazado por contenidos lúdicos y floklóricos, cuando no melodramáticos, que convierten las reuniones de la Iglesia, y su culto al Señor, en un espectáculo circense.
¡Que Dios nos ampare!
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