Cuando Dios obra con poder

Una de las cosas que Dios usa para obra y estimular la búsqueda de Dios en aquellos que no le conocen y para la edificación de los creyentes, es el testimonio de cómo Dios ha obrado en las vidas de otros. Esto, siempre que se haga centrando dicho testimonio en Aquel que lo hizo posible, dando la gloria a Él siempre. Valga el ejemplo de este testimonio. 

Cuando la hermana E. H. conoció al Señor tenía unos 25 años. Era por el año 1978. Su vida había girado en gran parte en torno a la religión católica, tal y como ella la había entendido. Una vida estricta que, para hacerla posible la basaba sobre votos y promesas que había hecho; así se sentía comprometida tratando de cumplirlos rigurosamente.

Su conversión al Señor fue real y muy significativa. Durante su experiencia religiosa ella desarrolló una gran sensibilidad espiritual. Así que con su conversión a Cristo entró en otra dimensión espiritual diferente, destinada a estar regida por la Palabra de Dios y dirigida por el poder del Espíritu Santo. Pero a partir de su conversión hacía falta cierto grado de discernimiento espiritual para determinar lo que pertenecía a su pasado religioso y lo que pertenecía a la nueva vida en Cristo.

Recuerdo una de las experiencias que puso de manifiesto la habilidad espiritual de la mencionada hermana, al poco de su conversión. Era un domingo por la mañana y después del culto, se acercó a mí y me dijo muy preocupada: “He tenido unas luchas muy grandes durante toda la reunión, porque he sentido la presencia de un espíritu de blasfemia en el transcurso de la misma”. Era la primera vez que escuchaba algo así en mi entorno más inmediato, pero tampoco me sorprendió. La escuché atentamente, sin dramatizar demasiado y le dije que posiblemente podría ser cierto y nos despedimos.

Cuando llegamos a casa y estando mí esposa preparando la comida, sobre las 2’30 llamaron a la puerta. Era una chica de nuestra iglesia que quería hablar conmigo. Ella se había convertido a Cristo haría unos 6-7 meses y tenía unos 16-17 años. Llamé a mi esposa para que estuviera presente y la chica comenzó a decirnos que durante toda la reunión se había sentido muy mal y a punto de salir corriendo. Le pregunté por qué, y nos dijo que desde que ella tenía uso de razón su padre siempre estaba blasfemando en su casa. Ahí comenzó a llorar y a duras penas nos confesó que durante toda la reunión de esa mañana, había tenido un continuo bombardeo de frases blasfemas que le incitaban a proferirlas. Después de hablar con ella un buen rato, para mostrarle los aspectos de nuestra posición en Cristo y la guerra espiritual que a veces tenemos que librar, oramos por ella y se fue en paz. Ni que decir tiene, que nos pusimos a su disposición para ayudarla en posibles futuras “molestias” de ese tipo.

Sin embargo, la realidad de que había sido una lucha espiritual y no una cuestión puramente mental, es que fue percibida espiritualmente por la otra hermana durante el culto. Interesante, ¿verdad?

Poco después se puso de manifiesto la realidad de lo que arrastraba la hermana E. H., a causa de su vida religiosa pasada. De otra manera hubiera sido imposible que pudiera avanzar en la vida cristiana y crecer espiritualmente. Razón por la cual el Espíritu Santo estaba trabajando en ella para sacar a la luz lo erróneo de la religión que había practicado en el pasado. Ella tenía unas grandes luchas internas que no había compartido con nadie y que se resistía a hacerlo. Así que estando en una reunión de oración, yo comencé a orar, y hubo un momento de la oración y por algo que dije acerca del poder de Dios y la victoria de Cristo, que la hermana saltó de su asiento como propulsada por un resorte y fue despedida a unos dos metros de su lugar, dando, a la vez, algunos gritos.

La verdad es que los presentes fuimos sorprendidos. No estábamos acostumbrados a ese tipo de reacciones. Sin embargo, comprendí enseguida que aquello era una reacción de tipo espiritual. Física, sí, pero provocada en su origen por una fuerza espiritual.

Nos llevó más de un par de semanas el descubrir y “desenredar” las ligaduras que la tenían esclavizada espiritualmente. El asunto es que ella estaba atada con muchos votos y promesas que había hecho a Dios y algunos eran muy difíciles de cumplir. Al no poder cumplir con todos, tenía un sentimiento de culpa y condenación muy fuerte; así el conflicto espiritual se intensificaba cada vez más, tanto a nivel mental como emocional.

Confesó los votos y las promesas que había hecho y los desechó como algo que estaba fuera de la voluntad de Dios. La ministramos con la Palabra de Dios, abriéndole la mente a la realidad de conceptos e ideas que, como “fortalezas” se instalan en la mente de las personas que no conocen al Señor y que, aún convertidos a Cristo, todavía permanecen allí. Tales fortalezas son “argumentos que se levantan contra el conocimiento de Dios” los cuales hay que “derribar” con la verdad de su Palabra (2ªCo. 10.4-5). Luego, hay que reconocer lo que Dios ha hecho en el nuevo creyente: “si alguno está en Cristo, nueva criatura es, las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2ªCo. 5.17). Por tanto, una vez confesados y rechazados todo tendría que quedar atrás y ya no tendría poder sobre ella. El diablo ya no la condenaría más porque Cristo ya la había perdonado y liberado (Ro. 8.30-34).

Pensamos que habíamos terminado con el asunto. Sin embargo, todavía tuvo ciertas manifestaciones que hablaban de que aun había ataduras en ella. El Espíritu Santo no iba a dejarla en el error, y lo que ella no podía hacer de una manera, al final lo haría de otra. Como su conflicto se intensificó, no pudo aguantar más y en una de sus manifestaciones confesó que aunque había renunciado a todos los votos y promesas, todavía había otra promesa que hizo a Dios y que no había podido cumplir. Sin embargo, la atadura mayor era que sobre dicha promesa había hecho otra que consistía en que aquella promesa nunca la compartiría con nadie. ¡Nadie podría conocerla jamás! ¿Cómo podía ella traicionar su voto hecho a Dios?

Al considerar esto, pienso en tantas y tantas almas que caen en angustias mil, que están atadas y sufriendo por causas que nada tienen que ver con Dios y con su Hijo Jesucristo, ni con lo que enseñan las S. Escrituras. Cuando no se conoce la verdad de la Palabra de Dios, entonces se recurren a otro tipo de cosas por medio de las cuales se trata de agradar a Dios. Pero es inútil; lo único que conseguimos es dañarnos a nosotros mismos y caer en manos de fuerzas espirituales, oscuras, que nos sumen más y más en la oscuridad y nos llevan a la perdición. 

En el mundo de la religión estas cosas están a la orden del día y solo desde la perspectiva del conocimiento que dan las Sagradas Escrituras, se puede entender el error de hacer votos y promesas que ponen en peligro la integridad moral, espiritual e incluso física de las personas. Pero además, es que a través de dichos votos y promesas, se encadenan las voluntades de los individuos a organizaciones, instituciones y/o personas, para el resto de sus días quedando invalidadas su mente, su voluntad y su destino a merced de aquellos. Los votos de obediencia absoluta y celibato entran dentro de esta categoría. Los “pactos de amistad” los cuales algunos líderes del pueblo llamado “evangélico” hacen con algunos de sus seguidores, para mantenerlos atados a ellos el resto de sus días, son de la misma categoría. No importa que se hagan de forma libre. Lo fundamental de esto es que se hace por ignorar, voluntaria o involuntariamente lo que Dios dice en su Palabra. Cuando por encima de uno mismo, en lugar de Dios se pone a alguna institución o a personas, por mucha representación que tengan o digan tener de Dios se cae en la idolatría. En otros casos, como el particular de la hermana mencionada, las personas quedan esclavizadas a merced de fuerzas espirituales ajenas al Espíritu de Dios.

Una vez que la hermana E. H., confesó todo, ella pudo verse libre de las ataduras de los dos últimos votos que la tenían esclavizada. Al ver su vida a la luz de la nueva creación realizada por Cristo Jesús en ella (2ªCo.5.17; Ef. 2.10) pudo experimentar la verdadera libertad. Y como prueba de su liberación, un día estando en su casa, de manera espontánea recibió esta canción que incluso después de más de 40 años, cantamos de vez en cuando en nuestra iglesia: 

Y mis alas impregnadas de tu Espíritu

Quién las detendrá, quién dirá:

Hasta aquí no más.

Si tú eres mi ayudador,

Mi luz, mi guía y mi Señor

Mi principio y final

Quién dirá: hasta aquí no más.

Si tú eres mi alto refugio

La fuente donde mana mí vida

Mi claro sendero, mi dulce amanecer

Así eres tú Jesús.

Antes de su conversión, la hermana E. H., decía que nunca se casaría, que ella dedicaría su vida al servicio del Señor. Ese sentimiento le acompañaría algunos años después de su conversión. Sin embargo, en cierta ocasión soñó que se veía casada con su marido al lado y un niño rubio de unos 6-7 años paseando. Pasados unos 7 años, después de su conversión, se casó y tuvieron su primer hijo que resultó ser rubio, como lo vio en su sueño. Luego tuvieron otro. 

Eso ocurrió hace más de 40 años y, además de poner de manifiesto el poder liberador y transformador del Evangelio de las prácticas religiosas vanas, sirve como testimonio a otros que pudieran estar viviendo una viuda de esclavitud religiosa, pero que por medio del Evangelio pueden encontrar la verdadera libertad que el Señor Jesucristo prometió a sus seguidores, tal y cómo Él dijo: “Si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres” (J.8.31-36). Libres, en este caso, de falsas prácticas religiosas.

(Publicado con permiso de la hermana mencionada, por sus siglas)

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