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Líbano: ¿Se puede seguir creyendo en la paz?

Para los cristianos libaneses, el llamado a la paz no es sólo un ideal moral y una expresión de nuestro amor a Dios, sino una necesidad para la supervivencia de una nación diversa. Un artículo de Bassem Melki.

ACTUALIDAD 21 DE OCTUBRE DE 2024 23:21 h
La Casa Amarilla (La Maison Jaune) fue la línea de demarcación entre el este y el oeste de Beirut durante la guerra civil y cambió de manos entre facciones militares a menudo. / Foto: Tim Broadbent, Unsplash, CC0.

Líbano, un país que ha sido durante mucho tiempo una encrucijada de civilizaciones y credos, ha experimentado una serie de ciclos de guerra y conflicto que ha dado forma a su historia moderna.



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Muchas personas, como yo, han padecido la guerra civil (1975-1990), asesinatos y coches bomba anuales, la guerra de 2006 y golpes continuos desde 2019 (el colapso de la economía libanesa, la pandemia del coronavirus, la explosión del puerto de Beirut en agosto de 2020 y la situación actual).



Estos acontecimientos remueven los recuerdos de desplazamientos, pérdidas, traumas y búsqueda de la supervivencia en una tierra recurrentemente sumida en tensiones regionales e internacionales.



¿Seremos capaces de experimentar la paz algún día, especialmente en un mundo en el que la polarización, el sectarismo y la radicalización están desgarrando las estructuras de las sociedades, y en el que la coexistencia se ve desafiada una y otra vez por las divisiones internas, la inestabilidad política y las fuerzas geopolíticas más amplias que tiran del Líbano desde todos los lados?



Ante la violencia persistente, ¿pueden los cristianos del Líbano -y de otros lugares- seguir creyendo en la paz?



En medio de estos conflictos, las bases de las creencias cristianas sobre la paz, el perdón y la esperanza se ven desafiadas. Sin embargo, es esta lucha la que nos empuja a buscar la luz en tiempos de oscuridad.



Es esta contraposición entre los caminos del mundo y el camino de Cristo lo que marca la diferencia. La fe cristiana ofrece múltiples marcos espirituales para abordar los conflictos.



Pensemos, por ejemplo, en el mensaje central de reconciliación del Evangelio, en el llamado a amar al prójimo y en el honorable papel de los pacificadores en las Bienaventuranzas. Aunque el Evangelio no aborde directamente determinados conflictos, sí aborda la raíz de todos los males: el orgullo del hombre. Creo que lo contrario del amor no es el odio, sino el orgullo.



Además, para los seguidores de Cristo libaneses, el llamado a la paz no es sólo un ideal moral y una expresión de nuestro amor a Dios, sino también una necesidad para la supervivencia de una nación diversa.



 



¿Podemos seguir creyendo en la paz?



Una pregunta latente actualmente en el Líbano es si podemos o no seguir creyendo en la paz. La respuesta, desde la perspectiva de un cristiano libanés, es compleja y requiere resiliencia, pero en última instancia es esperanzadora.



El camino hacia la paz, tal y como lo articulan muchos pensadores cristianos, no es simplemente la ausencia de conflicto, sino la presencia de la justicia, el perdón y la reconciliación.



Sin embargo, cuando se derriban todos los requisitos previos para la paz y, en su lugar, parecen imponerse la violencia, la división, la anarquía y la injusticia, el corazón se convierte en la última frontera.



 



Busca a Dios; guarda tu corazón



Si el propio corazón sucumbe al miedo, los cristianos pueden verse incapaces de afrontar el mal.



El apóstol Pablo hablaba a menudo de una paz que sobrepasa todo entendimiento, arraigada en una relación con Cristo. En Filipenses 4:7 escribe: «Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús».



La paz aquí no implica necesariamente la ausencia de conflicto, sino más bien una profunda confianza en Dios, la reconciliación con Él y con uno mismo, y un sentido de propósito que viene del Creador. Recibir la dirección y el propósito de Dios en tiempos de caos es clave para la supervivencia y para encontrar la energía para levantarse cada día y enfrentarse a una nueva oscuridad.



La jerarquía de necesidades de Maslow, un conocido modelo sobre el fortalecimiento humano, afirma que las necesidades básicas como la comida, la ropa, el cobijo y la seguridad deben satisfacerse antes de que una persona pueda plantearse objetivos más elevados en la vida.



No obstante, una vida obediente a Cristo invierte milagrosamente la pirámide de la jerarquía de necesidades de Maslow.



En lugar de satisfacer primero nuestras necesidades básicas, y sólo después considerar los propósitos más altos de nuestra existencia, la vida cristiana se convierte en: «Buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas» (Mt. 6:33).



Se nos pide que primero guardemos nuestros corazones y mentes a través de:




  • La gestión del pensamiento: «Derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo» (2 Cor. 10:5).



Los pensamientos no nos piden permiso para aparecer en nuestra cabeza. Sin embargo, podemos tomarnos tiempo en oración y soledad para ordenarlos y manejarlos para honrar a Cristo. Debemos remodelar nuestros pensamientos para alinearlos con los Suyos, incluyendo nuestras relaciones con otras personas (Fil 2:5).




  • Gestión del corazón: « Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; Porque de él mana la vida» (Proverbios 4:23). Oramos cada día con David: «Enséñame, oh Jehová, tu camino; caminaré yo en tu verdad; Afirma mi corazón para que tema tu nombre» (Sal 86:11) - y sólo tu nombre.



Cuando identificamos que nos controla el temor, la ansiedad, la ira o el odio -quizás por las situaciones peligrosas que nos rodean- debemos buscar primero la sabiduría de Dios: «La sabiduría que es de lo alto es primeramente pura, después pacífica, amable, benigna, llena de misericordia y de buenos frutos, sin incertidumbre ni hipocresía. Y el fruto de justicia se siembra en paz para aquellos que hacen la paz» (St 3:17-18).



Tratar de entender y vivir según la Palabra de Dios nos permite caminar en el Espíritu y no dejarnos llevar por la carne (nuestros propias motivaciones, deseos y sentimientos).



Cuidar nuestros corazones y nuestras mentes son los primeros pasos clave para sembrar la paz mientras caminamos por el valle de sombra de muerte.



 



El poder sanador del amor



Muchas personas ejercen «poder sobre» los demás, y algunas utilizan el «poder con» los demás, pero el poder verdaderamente transformador es el «poder interior» (el Espíritu Santo), que nos transforma a nosotros y, a su vez, las situaciones y los corazones de los demás.



En un país en el que el poder está dividido entre diversas ramas religiosas, y a veces los líderes políticos manipulan el miedo alrededor del ámbito sectario para obtener beneficios personales y fomentar la división, la confianza se convierte en un bien escaso entre comunidades de diferentes orígenes religiosos y culturales.



Nuestro poder e identidad como discípulos de Cristo reside en el amor. El amor es nuestra arma para destruir las barreras y las resistencias, el odio y la división, el miedo y la mentira.



El amor cura; el amor reconstruye la confianza. Jesús dice: «Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos». (Mt 5:44-45).



Hoy, mientras la gente del sur del Líbano, del valle de la Bekaa y de los suburbios de Dahiya, en el sur de Beirut, emigra a zonas más seguras del país, el Espíritu Santo guía a la Iglesia para que muestre y lleve amor a todos, independientemente de su origen étnico o religioso.



Aunque muchos miembros de la iglesia están traumatizados por enfrentamientos anteriores en los que sus corazones se llenaron de ira, miedo y odio, el amor ha vuelto a encontrar su camino gracias al poder del Espíritu Santo.



El amor está creando confianza entre las distintas facciones y partidos. También está restaurando la imagen de Dios en muchos y devolviendo la esperanza a la humanidad. Si seguimos sembrando semillas de amor a través de nuestras iniciativas, esto repercutirá en el futuro del Líbano.



Las iglesias de todo el Líbano han sido fundamentales en los esfuerzos humanitarios, ofreciendo hospitalidad, ayuda y solidaridad a todas las comunidades, independientemente de su religión. En el ABTS (Seminario Teológico Bautista Árabe) hemos acogido hasta ahora a unas 200 personas.



Muchas de estas personas se preguntan por qué han sido acogidas con tanto amor. Oramos para que, amorosamente, podamos atenderles de forma integral, rompiendo al mismo tiempo las barreras del orgullo y la división (sobre todo en nosotros mismos).



 



Confesión y arrepentimiento



Otra iniciativa importante que deben llevar a cabo los cristianos en tiempos de guerra es llamar al arrepentimiento. En 2 Crónicas 7:14-16 se afirma: «Si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra».



Nosotros, como cristianos, necesitamos arrepentirnos, reconociendo los errores del pasado y buscando la curación colectiva. Sólo si confesamos nuestros errores podremos llamar a otros al arrepentimiento y encontrar el favor de Dios.



En el Antiguo Testamento, la confesión y el arrepentimiento se realizan sobre todo como pueblo y no sólo individualmente.



Creo que nosotros como iglesia necesitamos confesar cuáles son las tendencias de nuestro corazón y el orgullo que surge de cara a nuestra actitud hacia el «otro». Tal transparencia tiene poder espiritual y también aumentará nuestra credibilidad.



 



La fe y el futuro



Para muchos cristianos libaneses, la fe sigue siendo una fuente de fortaleza frente a la incertidumbre. La crucifixión y resurrección de Cristo se consideran el testimonio definitivo de que el sufrimiento y la muerte no son el final. Hay esperanza, incluso cuando la paz parece difícil de encontrar.



La paz en el país no llegará fácilmente, ni tampoco con rapidez. Pero desde una perspectiva cristiana, la paz siempre es posible porque está enraizada en la promesa divina de redención y renovación.



En última instancia, la creencia cristiana en la paz no depende de la ausencia de guerra. Se basa en la convicción de que la paz, tal como Cristo la concibió, es un camino de sacrificio, amor y esperanza inquebrantable.



Y para los cristianos del Líbano, esa esperanza es lo que les sostiene, incluso en los momentos más oscuros.



Como cristianos, estamos llamados a guardar nuestros corazones y, con ese espíritu, encarnar a Cristo en nuestras vidas y comunidades, confiando en que nuestros esfuerzos, por pequeños que sean, forman parte del plan mayor de Dios para la reconciliación y la paz.



 



Bassem Melki es director del Departamento de Formación No Formal y Construcción de la Paz de la ABTS.



Este artículo se publicó por primera vez en el blog de ABTS y se ha vuelto a publicar con permiso.


 

 


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