Hay una puerta de atrás, incluso en sociedades tradicionalmente católicas como la española, por la que cada vez te encuentras más gente que han pasado por el mundo evangélico pero ya no tiene contacto con iglesias ni grupo cristiano alguno.
Este año es el centenario de Francisco Nieva (1924-2016). Dramaturgo, escenógrafo, narrador, ensayista, dibujante, esto y muchas cosas más, pero lo que aquí nos interesa es que nació en el medio protestante de la Iglesia Evangélica de Valdepeñas, algo poco habitual en la cultura española, menos aún en la posguerra. Su único hermano de hecho, Ignacio Morales –su primer apellido, Francisco lo sustituyó por el de la madre, Nieva– fue compositor y presbítero de la Iglesia Episcopal, hasta que murió en Puerto Rico en el año 2005.
Valdepeñas tiene la singularidad de ser un foco protestante desde que en 1917 se estableció una iglesia evangélica por la obra de un misionero inglés llamado Percy Buffard. Cuando Nieva nace en 1924, Don Percy acababa de venir de Estocolmo, donde ese año hubo una convención bautista. Pasó por Inglaterra, pero aprovechó incluso el viaje en el vapor Marlock, para hablar en el salón de fumadores a unos 150 pastores sobre España. Poco después de nacer Ignacio en 1928, habla en un congreso evangélico en Barcelona sobre el crecimiento y las actividades de la Iglesia.
[photo_footer]Cuando Nieva nace en 1924, el misionero inglés Percy Buffard acababa de llegar a Valdepeñas de Estocolmo, donde ese año hubo una convención bautista.[/photo_footer]
Ser protestante en un pueblo de La Mancha, aquella época, no era nada fácil. Marcos Román recuerda el acoso que sufrió con Ignacio en el Instituto Bernardo de Balbuena. Dice que los chicos se metían con Ignacio, no sólo por su obesidad, sino por ser evangélico. No es sorprendente que la familia decidiera que fueran a Madrid, para acabar la enseñanza secundaria. Allí estudia Paco en la Academia de Bellas Artes de San Fernando, donde se hace amigo de Carlos Edmundo de Ory y Eduardo Chicharro, mientras Ignacio llega a hacer composición en el Conservatorio con Joaquín Turina.
La familia no sólo era obviamente, amante de la cultura, sino que tenía una posición acomodada, como demuestra el hecho de su segundo domicilio en Venta de Cárdenas –observa Román–. Es en Madrid que Ignacio entra en el Seminario Evangélico Unido para estudiar teología en 1948, mientras Paco se va a París para hacerse un sitio en el mundo del arte. Mientras él pintaba y dibujaba, su hermano tocaba el órgano en la catedral episcopal del Redentor, llegando a ser presbítero hasta irse a Puerto Rico en 1954. Paco relata aquellos días en Madrid en su novela autobiográfica, “Carne de murciélago”.
Francisco Nieva vivió en París hasta el año 63. Al principio tuvo una beca, pero luego trabajó de pintor y dibujante, mientras empieza a introducirse en el teatro. De hecho, estuvo en el estreno de Esperando a Godot de Beckett. Está un año en Venecia, pero en 1964 regresa a Madrid, mientras Ignacio va a estudiar dirección de orquesta en Nueva York. En la escuela de Manhattan, su hermano tendrá como profesores a Flagello –el autor del oratorio sobre La Pasión de Martin Luther King en 1974– y a Anton Coppola –tío del director de cine y la actriz Talia Shire, tío-abuelo por lo tanto de Sofia y Nicolas Cage, cuyo hermano es también compositor de películas como él, además de autor de varios musicales de Broadway–.
[photo_footer]Valdepeñas es un importante foco protestante desde que en 1917 se estableció una iglesia evangélica por la obra de un misionero inglés llamado Percy Buffard.[/photo_footer]
En Francia, Paco se casa en una iglesia protestante con Geneviève Escande, que ocupaba un alto cargo en el Centro Nacional de Investigaciones Científicas. Es durante su matrimonio que dice que descubre su bisexualidad –algo parecido a Juan Goytisolo, que también se casó en el exilio con una francesa y luego tiene esa misma orientación sexual–. Nieva es un transgresor en todos los sentidos. Cercano al “teatro de la crueldad” de Artaud, introduce la vanguardia en la tradición española de lo grotesco y lo esperpéntico. Obsesionado por el sexo y la religión, su obra se caracteriza por un lenguaje barroco, lleno de imágenes sorprendentes.
Ignacio compuso tanto obras religiosas como profanas. Es autor de poemas sinfónicos como Ebed Jahvé o el Réquiem Anglicano, al mismo tiempo que una Oda a Berlioz, la suite El almirante de la mar océana o la ópera La maja y el dragón. Era profesor en el Conservatorio de Puerto Rico y fundó el grupo de cámara Antonio Soler, a la vez que ejercía de crítico de música en la prensa local, mientras sigue predicando y escribiendo sobre teología. Antes de morir en San Juan en el 2005, entregó su archivo musical al Ayuntamiento de Valdepeñas, donde lleva su nombre el Conservatorio y la escuela municipal de Música y Danza.
Hasta los años 70, Francisco no logra publicar en España ninguna de sus obras. Hace escenografías para José Luis Alonso y Adolfo Marsillach, pero es durante esa década, y hasta finales de los 80, que estrena la mayoría de sus piezas. Luego ya todo son premios, el Nacional de Teatro, el Príncipe de Asturias y su ingreso en la Academia, un reconocimiento como siempre tardío, pero que muestra la tragedia de un país donde muchos no encuentran su sitio.
Antes de publicar sus memorias en el 2002, Francisco dedicó un libro a su hermano Ignacio. A pesar de ser cuatro años menor, tuvo con él una “complicidad creadora” desde muy joven, dice. Al dejar Valdepeñas, vivían juntos en el barrio de Cuatro Caminos. Paco no compartía su interés por la teología, pero uno con el arte y otro con la música se enfrentaron a la lucha entre sexo y religión, un conflicto conocido para muchas personas, no sólo en aquella época, sino también en la nuestra.
[photo_footer]El único hermano de Nieva, Ignacio, fue compositor y presbítero de la Iglesia Episcopal hasta que murió en Puerto Rico en el año 2005.[/photo_footer]
Como muchos que fueron a la iglesia cuando eran niños, la vida de los Nieva siguió un itinerario muy diferente. La verdad es que se habla mucho del crecimiento protestante en continentes como el americano. Se citan las grandes cifras de los que entran, pero se habla poco de los que salen. Hay una puerta de atrás, incluso en sociedades tradicionalmente católicas como la española, por la que cada vez te encuentras más gente que han pasado por el mundo evangélico pero ya no tiene contacto con iglesias ni grupo cristiano alguno.
Hace unos años tuve la oportunidad de hablar a un grupo heterogéneo de personas que tuvieron relación con la Primera Iglesia Bautista de Madrid, pero han perdido el contacto con ella de una u otra manera. Una bonita iniciativa los reunía de vez en cuando en un retiro en las montañas cerca de Madrid, donde he escuchado experiencias de algunos que se han criado en la iglesia, pero hace ya muchos años que no asisten a ella.
Por inclinación personal, siempre me he sentido pastor de personas a las que no les gusta ir a la iglesia. Aunque me he criado en el medio evangélico, hay muchas cosas en él que todavía me disgustan y me hacen sentir a veces más a gusto con personas que no son cristianas que en compañía de ciertos creyentes. No sé si será lo que en nuestra jerga llaman la atracción del mundo, pero el mundillo evangélico a veces me aburre. Me cansan sus discusiones y me agobia su fanatismo, hasta el punto de que hay veces que confieso que me dan ganas de borrarme de esto. Lo que pasa es que yo sé en quién he creído…
[photo_footer]Nieva relata sus primeros días en Madrid con su hermano seminiarista protestante en la novela autobiográfica Carne de murciélago.[/photo_footer]
Hubo un momento aquel día en el retiro que me emocionó especialmente. Antes de hablar, alguien preguntó si podíamos cantar algo. El problema es que gente que no ha pisado una iglesia en veinte años no sabe ya muchos cánticos. Entonces alguien propuso recordar algunos de los coros que aprendimos en la escuela dominical. Sin necesidad de texto alguno, vinieron a su mente las palabras de aquellas canciones con las que se empezaron a familiarizar con la Biblia. De forma espontánea empezaron a hacer los gestos que, cuando eran niños, acompañaban con mímica esos versos.
La escena de aquellos adultos haciendo esta representación infantil trajo a mi memoria una de las anécdotas más conocidas de Karl Barth. Es de su viaje a Estados Unidos en 1962. Un estudiante le preguntó al teólogo de Basilea si podía resumir la obra de toda su vida en una frase. Su respuesta todavía hace a veces que me deshaga en lágrimas: “Cristo me ama / bien lo sé / su Palabra me hace ver…”. Probablemente nunca dijo Barth algo más profundo en toda su vida.
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[title]Por un año más
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