El trabajo, tal y cómo lo dispuso nuestro buen Creador, sigue siendo una bendición.
Nos referimos al trabajo porque consideramos que es algo vital en nuestra vida. Cuántas y cuántas veces hemos escuchado decir: “Si me tocara la lotería, iba a trabajar ‘Sanani’”; “El trabajo es una maldición”; “Mañana lunes; otra vez a trabajar: ¡Qué asco!” Además de estas expresiones, también podemos constatar, a diario, la actitud negativa de mucha gente en relación con el trabajo. ¿Será por eso que España es el país que gasta más en juegos de azar? Ganar dinero; mucho dinero, pronto y sin esfuerzo… Para no tener que trabajar, claro. Eso hace que las personas que así piensan sean una especie de “altavoz” dentro de su propia familia; y así los padres contribuyen a transmitir la misma visión a sus propios hijos e hijas. Pero además también influencia en aquellos oídos de los ignorantes de las cosas esenciales de la vida. Así se ha propagado y se propaga una idea equivocada de algo tan bueno y saludable como es el trabajo.
Hace muchos años estaba en un lugar público. De pronto salió el tema del trabajo y, de repente, alguien como impulsado por un resorte, dijo: “El trabajo es una maldición”. A lo cual algunos de los presentes asintieron moviendo la cabeza o con un: “¡Desde luego que es así!”. No pude callarme y me tomé poco más de un minuto para explicarles que el trabajo en sí no es una maldición, sino lo que el ser humano ha hecho con el mismo, y que después aclararé. Lo cierto es que, además de esa actitud de rechazo y antipatía hacia el trabajo en una sociedad en la que se enfatizan más los derechos que las responsabilidades -aunque a muchos les cueste reconocerlo- a estas cada vez más se les da de lado en favor de los derechos; uno de ellos el “derecho” a ser subvencionados con una “paga” aunque no haya dado “un palo al agua” en su vida; y en muchos casos ¡habiendo podido hacerlo!
Evidentemente, ese no es el planteamiento que del trabajo nos hace la Sagrada Escritura desde el comienzo de la creación.
El trabajo, en principio, es una responsabilidad que surge de la disposición divina para con el ser humano. Las palabras que aparecen en Gé.2.8,15 son claras al respecto:
“Y Yawéh Dios puso un huerto en Edén, al oriente y puso allí al hombre que había formado” (…) Tomó, pues, Yawéh Dios al hombre y lo puso en el huerto de Edén para que lo labrara y lo guardase”
El trabajo debió ser, no tanto un “entretenimiento” como una forma de vida que formaba parte del cumplimiento de la “gran comisión” que Dios encargó al ser humano de administrar y guardar lo que Dios había puesto en sus manos. Evidentemente, en un principio el trabajo no era lo que pasó a ser después de la caída.
El trabajo que en principio había sido una responsabilidad que se cumpliría de forma natural y dentro de un contexto inmejorable (paradisiaco) después de la caída en el pecado, no dejó de ser un mandamiento divino para el ser humano, pero sería cumplido en medio de un mundo imperfecto, injusto y lleno de dificultades (Gé.3.17-19). Luego, bajo la ley de Moisés el trabajo llegó a formar parte del Decálogo: “Seis días trabajarás y harás todas tus obras…” (Exo.20.9; Det.5.13). Evidentemente, el mandamiento del trabajo como todos los demás mandamientos de la ley de Dios, no fueron dados para hacernos mal, sino bien. De hecho, Dios sabía que el estar continuamente trabajando sin descansar ningún día, sería seriamente perjudicial para el ser humano, tanto desde el punto de vista físico, como psicológico y espiritual. Dios no es un esclavista que busca nuestra explotación. Por tanto, al mandamiento del trabajo le siguió otro relacionado con el mismo y del mismo valor práctico:
“Guardarás el día de reposo para santificarlo, como el Señor tu Dios te ha mandado. Seis días trabajarás y harás toda tu obra. Mas el séptimo día es reposo al Señor tu Dios; ninguna obra harás…” (Ex.20.8-11; Det.5.12-14).
En este mandamiento también vemos cómo Dios se preocupó por el aspecto espiritual del ser humano. El descanso en el séptimo día tenía un carácter triple: físico, psicológico y también espiritual. Ese día el creyente tendría ocasión para expresar su adoración por medio del reconocimiento, la alabanza y la gratitud a su Dios. Así en la obediencia a su Creador y Redentor, el pueblo de Israel encontraría la bendición divina; y con la bendición, la paz de Dios. Entonces…
A esto contestamos que, el trabajo que como todo los demás, en principio, “era bueno en gran manera” (Gé.1.31) y que por disposición divina fue ordenado para nuestro bien, resultó afectado seriamente por factores ajenos al mismo (Gé.3.17-19).
1. Por una parte, la maldición que recayó sobre la tierra.
Eso es lo que se desprende de las palabras contenidas en los versículos señalados más arriba. Las circunstancias para realizar el trabajo no siempre serían favorables a los trabajadores. Aun en estos tiempos hemos visto agricultores llorandoen tiempos de sequía, cuando esperaban el “agua oportuna” que regaría sus campos, que con tanto trabajo y sacrificio labraron, además del gasto empleado en la compra de semillas y que como consecuencia de la sequía perdieron. O cuando se producen tormentas que estropean las cosechas casi listas para recogerlas; y sobre todo cuando son de granizo. Los destrozos que producen son incalculables. ¿Merece la pena trabajar? se pregunta el agricultor. Es como si el trabajo en sí fuera una maldición, cuando no lo es.
2. Por otra parte, las injusticias que han presidido y presiden el campo laboral.
No es ninguna novedad el hecho de que a lo largo de la historia siempre (¡siempre!) se han producido situaciones de injusticia para con los obreros y trabajadores, tanto (en principio) en el campo, como posteriormente en la llamada revolución industrial. Las condiciones/situaciones laborales de los trabajadores clamaban al cielo porque el trabajo no solo resulta duro sino porque el salario pagado no llegaba (y en muchos lugares, tampoco llega hoy día) para lo más básico: alimentar y vestir a la familia. Los profetas del A. Testamento clamaron contra esas injusticias a diestra y siniestra (Is.1.16-17; 58.6). Y el apóstol Santiago denunció esa situación en su epístola:
“¡Vamos ahora, ricos! Llorad y aullad por las miserias que os vendrán (…) He aquí clama el jornal de los obreros que han cosechado vuestras tierras, el cual por engaño no les ha sido pagado por vosotros; y los clamores de los que habían segado han entrado en los oídos del Señor de los ejércitos, Habéis vivido en deleites sobre la tierra y sido disolutos; habéis engordado vuestros corazones como en día de matanza. Habéis condenado y dado muerte al justo, y él no hace resistencia” (St.5.1-6)
Cuando se produjeron y se producen situaciones de ese tipo (en todo tipo de trabajo) el corazón de los trabajadores no podía ni puede encontrar nada positivo en la realización de sus trabajos; la angustia, el dolor, el sentirse humillados por los poderosos, solo podían producir y siguen produciendo en esos corazones el rechazo, el resentimiento, la amargura y hasta asco por sus propias labores. Afortunadamente, hemos de decir que con el paso de los siglos y en las sociedades occidentales se ha conseguido mucho, por medio, a veces, de protestas, denuncias y revoluciones… Pero debido a la propia naturaleza caída del ser humano es una lucha que nunca acabará. Y como consecuencia de lo anteriormente dicho, el trabajo se percibe como una maldición.
3. Y en tercer lugar, ejercer un trabajo para el cual no tenemos vocación.
Es un hecho más que demostrado que todos somos diferentes; y el hecho de que nacemos con una serie de facultades y habilidades, también diferentes, lo prueba. Sin embargo por lo dicho anteriormente, muchas personas que nacen con unas facultades y habilidades para desempeñarse en una determinada profesión, acaban trabajando en profesiones para las cuales no tienen vocación alguna, ni para las cuales se habían preparado. No es raro el ver que personas que estudiaron una carrera para ejercer una profesión determinada, al final, por falta de ofertas de trabajo, han venido a desempeñarse en trabajos que ni se imaginaban. Y también es cierto que a causa de la necesidad otros que no se habían preparado para una profesión determinada, terminan trabajando “en lo que les sale a la mano”. Esa sería otra razón por la cual el trabajo se percibe como una maldición.
Pero también es cierto, que debido a circunstancias (falta de empleo y/o de oportunidades) “la profesión” es elegida debido –sobre todo- más al factor económico. Es decir a la posibilidad de “tener un buen sueldo” más que a la vocación del individuo. Así hemos visto en más de una ocasión que, tanto en la sanidad como en la enseñanza o en otras profesiones, hay personas que evidencian una falta de vocación para esos desempeños. Eso se aprecia en el trato que tienen para con las personas que tienen que atender. Y la educación -en estos casos- solo estaría enmascarando su falta de vocación! Al fin y al cabo “Lo importante -dicen- es que yo al final de mes, me llevo ‘mi buen sueldo’ a casa”.
Esto es algo que se da con más frecuencia de lo que parece. También ocurre en el contexto del funcionariado público, al punto de que ha quedado como una especie de “chiste”: “¿Tú qué quieres ser de mayor? ¿Yo? Funcionario”. Pero eso, más que un chiste para hacer reír pone de manifiesto lo que hay en el corazón de muchos de nuestros conciudadanos al respecto del “trabajo”: “Ya que es una maldición, al menos, que el trabajo que haga no-solo-me-lo-paguen-bien-sino-que-sea-seguro-para-toda-la-vida-e-incluida-la-jubilación”. En estos casos ya no sería tanto “una maldición” dado que el trabajo “no es para matarse”; aunque el trabajo –en muchos casos- deja de cumplir su múltiple función, tal y cómo decíamos más arriba.
Así es. El trabajo, tal y cómo lo dispuso nuestro buen Creador, sigue siendo una bendición. Son las cosas mencionadas que hacen del trabajo algo pesado, desagradable y que se conciba por muchos como una maldición. Sin embargo, cuando el trabajo lo realizamos acorde a nuestra vocación, con las aptitudes y habilidades correspondientes, sirve para nuestra propia realización personal, de acuerdo al plan divino. Cuando éramos apenas adolescentes y viviendo en una España empobrecida por la guerra civil y a duras penas se estaba levantando, los que “no servíamos para estudiar”, enseguida (doce a catorce años) entrábamos a aprender un oficio. Afortunadamente mi padre “acertó” con elegir para mí y mis hermanos el oficio relacionado con la joyería. Profesión dignísima -al igual que tantas otras- que disfrutamos mucho. Personalmente puedo decir que, desde el principio, me sentí muy realizado en el desempeño de mi oficio/profesión. Pero además, por esa y por cualquier otra digna profesión, el trabajador también cumplirá con el propósito divino para “comer nuestro propio pan” (2Ts.3.12). Dios ha dispuesto que ganemos nuestro pan, con “el sudor de nuestra frente” (Gén.3.19) y no con “el sudor del de enfrente”. Pero además, algo que nunca hemos de olvidar es que con nuestro trabajo también contribuimos al bien común de nuestra sociedad. En este sentido nuestros pensamientos no deben centrarse en nosotros mismos, pensando de forma egoísta y en lo que podamos sacar de provecho, sino en el provecho que los demás también pueden recibir por medio de nuestro trabajo.
Pero además, con unos sistemas modernos de justicia, que nada tienen que ver con el concepto que se tenían antaño del trabajo y de la justicia social, tanto las empresas como los trabajadores contribuyen al sostenimiento de una gran población de personas jubiladas y otros tantos desprotegidos económicamente, que necesitan de la asistencia social. ¡Ojalá que todos fuésemos conscientes de la importancia, el valor y la utilidad del trabajo!; aún del más humilde trabajador que realiza una sencilla y humilde profesión. Porque, en ese sentido todos somos necesarios.
Decía el sabio D. Antonio Escohotado: “La riqueza de un país no está en que tenga mucha materia prima… No, sino en su educación”. Un país con educación sin mucha materia prima, llegará mucho más lejos que otro que aunque rico en todo aquello no le servirá de nada sino es un país educado. Y para alcanzar la verdadera prosperidad, además de otras cosas, es necesario que las gentes de un país educado, amen y valoren el trabajo.
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