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Ser misional dentro de comunidades religiosas

La apologética no es solo diálogo, sino siempre también testimonio. Solo podemos dar cuenta de las razones de nuestra esperanza señalando el amor y el poder del Dios que hemos encontrado en la vida, muerte y resurrección de Jesús. Por Benno van den Toren.

LAUSANA 05 DE SEPTIEMBRE DE 2024 08:46 h


La primera carta de Pedro nos llama a estar “preparados para presentar defensa [apologia] ante todo el que les demande razón de la esperanza que hay en ustedes” (1 Pedro 3:15, NBLA). Desde la Ilustración, la apologética en Occidente ha abordado principalmente los retos planteados por el pensamiento secular moderno: ¿Existe Dios? ¿Puede Dios hablarnos? ¿Es compatible la fe cristiana con la ciencia? Naturalmente, los primeros apologistas hablaron principalmente en entornos multirreligiosos similares al público del apóstol Pablo en Hechos 17 en el Areópago.



El discurso de Pablo es un ejemplo de cómo los propios autores bíblicos mostraron un interés apologético. Los cuatro escritores de los Evangelios no se limitaban a repetir lo que habían recibido sobre Jesús y de Jesús. Presentaban un testimonio responsable que pretendía poner de manifiesto la fiabilidad y relevancia de este mensaje evangélico para sus audiencias específicas. Lucas quiere demostrar a Teófilo y demás lectores que los relatos que habían oído sobre Jesús eran dignos de confianza. La cuestión de la fiabilidad del testimonio es igualmente central en el Evangelio de Juan. Mateo quiere responder a los retos específicos planteados por sus lectores judíos: ¿Podría este Jesús ser realmente el Mesías esperado en las Escrituras hebreas? Y Marcos presenta «una apología de la cruz»: ¿Es concebible que este criminal crucificado sea realmente el verdadero rey?[1]



Testimonio apologético cristiano ante otras personas religiosas



Se podría sugerir que ese testimonio apologético interreligioso es menos apropiado hoy en día que en tiempos de la iglesia primitiva. En amplios sectores culturales, el relativismo religioso y cultural se ha convertido en un rasgo dominante de la forma en que la gente entiende el compromiso religioso: la religión no trata de la verdad, sino que es una forma de organizar nuestras comunidades, de expresar simbólicamente experiencias y valores compartidos y de dar sentido a nuestras vidas. Esta es, en efecto, una contribución crucial de las religiones al mundo moderno, pero la fe cristiana empieza en otro lugar: no como un proyecto o constructo humano, sino como una respuesta a Dios, que actuó en Cristo para salvar al mundo e inaugurar su reino. Si queremos contrarrestar la creencia generalizada de que las religiones son meros constructos humanos, valiosos o no, tenemos que estar dispuestos a dar cuenta de por qué como cristianos creemos que nuestra fe es un reflejo de lo que el mundo es en realidad, un reconocimiento de cómo llegamos a conocer a Dios en Jesucristo, y por qué esto nos importa a todos.





En otras partes del mundo, las cuestiones relacionadas con el testimonio apologético interreligioso pueden ser diferentes.[2] En India y en otros lugares, la religión suele entenderse principalmente como una identidad comunal, y en estas sociedades suele haber un equilibrio precario entre las religiones mayoritarias y las minoritarias. Por lo tanto, la misión está mal vista y considerada como proselitismo, un esfuerzo por manipular a los demás para que se conviertan con el fin de hacer crecer la comunidad y poder propios. La acusación de proselitismo necesitará ser contrarrestada con formas de testimonio que se abstengan de toda manipulación; con nuestro interés en presentar la verdad y no en hacer crecer nuestras comunidades. Esto implica la voluntad de rendir cuentas sobre la fiabilidad del testimonio que compartimos.



También queremos compartir el evangelio con quienes están profundamente comprometidos con sus comunidades religiosas como imanes, sacerdotes, monjes, sanniasin o creyentes laicos comprometidos. El testimonio apologético interreligioso sería el mejor enfoque. Demasiados de nuestros esfuerzos de misión se dirigen a quienes están al margen de sus comunidades religiosas. Si también tenemos un mensaje para los que están en el corazón de otras comunidades religiosas, debemos ser conscientes de que a menudo abrazan sus religiones porque creen que son verdaderas y buenas, muy superiores a otras tradiciones religiosas, incluido el cristianismo. ¿Somos capaces de explicar por qué creemos que la fe cristiana es verdadera o, como primer paso, digna de consideración?



Los cristianos no son los únicos que se dedican a la apologética. Otras personas religiosas comprometidas con sus tradiciones están a menudo expuestas a su propio discurso apologético y están involucrados en él. Esto incluiría fuertes corrientes de razonamiento apologético anticristiano: ¿No es irracional creer en la Trinidad? ¿Creer en el karma no es más justo que la idea de que los pecados pueden ser perdonados? ¿No es evidente que lo divino es incognoscible e inefable y que ninguna religión puede pretender ser superior a otra? ¿No es el cristianismo la religión del hombre blanco de los antiguos colonizadores? Por lo general, estas convicciones permanecen tácitas en un segundo plano, pero será necesario abordarlas antes de que nuestros interlocutores puedan empezar a considerar seriamente la verdad y la pertinencia de Jesucristo.



La insuficiencia de los modelos apologéticos occidentales



Por tanto, hay necesidad de una apologética interreligiosa, pero los modelos existentes de apologética desarrollados en el mundo occidental suelen ser inadecuados en contextos multirreligiosos. En su mayoría responden a preguntas que la gente no se plantea: ¿Existe Dios? ¿Es compatible la religión con la ciencia? Si bien las preguntas tienen similitudes, el trasfondo de estas puede ser diferente. La idea de que Dios puede ser conocido en la historia plantea preguntas muy diferentes en la modernidad que para los hindúes. Otros contextos religiosos no solo plantean preguntas diferentes, sino que también presentan formas distintas de razonar y atribuir autoridad.



Muchos modelos occidentales de testimonio apologético son también estrechamente racionalistas. Abordan cuestiones intelectuales sin tener en cuenta la vida emocional, las predisposiciones y las lealtades de las personas. Explorar cómo la apologética puede ser más sensible a las realidades sobre el terreno y, por tanto, más pertinente para las personas en un diálogo, puede renovar el testimonio apologético tanto en el mundo no occidental como en el occidental.



Dar forma al diálogo apologético interreligioso



En primer lugar, la apologética interreligiosa debe ser integral. Debe dirigirse a las personas como seres humanos integrados que no solo tienen ideas, sino también deseos, compromisos, lealtades y bagaje emocional. Esto no significa que la dimensión intelectual del intercambio carezca de importancia. Si el testimonio cristiano solo apela a las necesidades, emociones y deseos de las personas, la evangelización se convierte en propaganda o incluso manipulación. Debemos tomarnos estas dimensiones con la mayor seriedad, y ayudar a la gente a considerar críticamente sus necesidades sentidas, sus reacciones viscerales, sus lealtades. El objetivo es descubrir lo que es verdadero, bueno y verdaderamente beneficioso para ellos en este entramado de influencias a menudo contradictorias en sus vidas.



En segundo lugar, la apologética interreligiosa debe ser contextual. No debemos buscar argumentos que sean válidos y convincentes en general (si es que tales argumentos siquiera existen), sino buscar los principales obstáculos y los posibles puentes en personas, comunidades y contextos concretos. Por tanto, la apologética debe ser dialógica. Los apologistas deben ser oyentes atentos con un interés auténtico por las personas, por sus motivaciones más profundas, sus presuposiciones ocultas y sus historias personales, antes de hablar. No deben convertirse en ágiles polemistas que presentan respuestas rápidas y no deben temer reconocer la nueva sabiduría que pueden encontrar y las preguntas difíciles que no pueden responder directamente. Un testimonio apologético así puede resultar más convincente.



En tercer lugar, el testimonio apologético interreligioso debe estar encarnado. Debería encarnarse en el estilo de vida del testigo que refleja el amor de Dios y su profundo interés por cada ser humano, pero que también demuestra el valor que Jesús y sus apóstoles mostraron al desenmascarar la idolatría y la hipocresía. Debe encarnarse en la vida de una comunidad que es “la hermenéutica del evangelio”, según la expresión de Lesslie Newbigin.[3] Las religiones no solo representan visiones del mundo, sino también modos de vida y valores. Al considerar la verdad del mensaje y la cosmovisión cristianos, nuestros interlocutores también examinarán si seguir a Jesús representa formas de vida atractivas y sólidas; si merece la pena perseguir sus valores. Ver esto encarnado de una manera contextualmente pertinente es mucho más convincente que escuchar un mero conjunto de ideas.



Por último, la apologética interreligiosa debe ser siempre triangular. No se trata simplemente de una conversación bidireccional en la que intentamos persuadir a los demás del valor de nuestra propia forma de vida y visión del mundo mientras los escuchamos. Es una conversación de tres vías en la que apuntamos a una realidad que es mayor que nosotros mismos y que nuestra comunidad, al Dios que hemos conocido en Jesucristo y que hemos encontrado personalmente a través del Espíritu Santo. No nos estamos vendiendo a nosotros mismos o nuestros puntos de vista, sino señalando un regalo que hemos recibido. Al señalar a Cristo a los demás, podemos descubrir una nueva comprensión de él para los demás y para nosotros mismos. A través del diálogo apologético deseamos dar a conocer a Cristo, pero también enriquecer nuestras vidas.





Confianza humilde



Por tanto, estamos llamados a emprender esa apologética interreligiosa con humildad y confianza. Lo hacemos con humildad porque no compartimos una colección de ideas inteligentes o experiencias espirituales profundas, sino un regalo que hemos recibido por gracia. En lo que respecta a la profundidad espiritual, podemos encontrarnos con fieles de otras religiones que han seguido el camino espiritual con mucha más diligencia y pueden compartir experiencias espirituales más elevadas. El fundamento de nuestra fe no está en las experiencias espirituales, sino en Jesucristo.



Por tanto, la apologética no es solo diálogo, sino siempre también testimonio. Solo podemos dar cuenta de las razones de nuestra esperanza señalando el amor y el poder del Dios que hemos encontrado en la vida, muerte y resurrección de Jesús. Podemos dar testimonio de Jesús con valentía y confianza. Esta confianza no se basa en nuestra capacidad personal para dominar todas las críticas o responder a todas las preguntas. Nos han precedido y testifican a nuestro lado muchos que han reflexionado sobre esas preguntas y han confirmado la fiabilidad y pertinencia del testimonio bíblico sobre Jesús. No necesitamos basarnos en una capacidad personal para dominar cada crítica. Debemos volver siempre a la base de nuestra confianza. Como dijo el evangelista Stanley Jones sobre las mesas redondas interreligiosas que organizó en la India: “En cada situación, la carta de triunfo era Jesucristo. Él marcaba la diferencia. Las personas que lo seguían podían ser imperfectas e inadecuadas, pero tenían en sus manos al Cristo inmaculado y adecuado o, mejor dicho, ¡Cristo las tenía en sus manos!».[4]



 



Benno van den Toren es profesor de Teología Intercultural en la Universidad Protestante de Goningen (Países Bajos).



Este artículo se publicó por primera vez en la web del Movimiento Lausana y se ha reproducido con permiso.



 



Notas



[1] Robert H. Gundry, Mark: A Commentary on His Apology for the Cross (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 2000).Endnotes 



[2] Nota del editor: Ver el artículo “Entrega de las Buenas Nuevas a los hindúes” por Rabbi Jayakaran, Análisis Mundial de Lausana, julio 2014. 



[3] Lesslie Newbigin, The Gospel in a Pluralist Society (Grand Rapids; Geneva: Eerdmans; WCC Publications, 1989), 222–33. 



[4] E. Stanley Jones, A Song of Ascents: A Spiritual Autobiography (Nashville: Abingdon Press, 1968), 239-40. 



 




 



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