El culto está condicionado por la búsqueda de la misericordia y el hacer justicia, así como por la práctica de una acción social evangelizadora y liberadora.
Si cuando ofrecemos culto a Dios existe la posibilidad, según los textos proféticos, de que Él cierre sus oídos, esconda su rostro para no ver nuestras manos levantadas y que nuestras oraciones y alabanzas no sean escuchadas, sino que suenen a los oídos de Dios como metal que resuena o címbalo que retiñe, nos podríamos preguntar que cuáles son las causas de este desastre.
Hay que tener cuidado de no molestar a Dios en vano con nuestros rituales cúlticos. Se puede dar la situación farisaica de que estemos hablando con nosotros mismos, orando sin que nadie excepto nosotros nos escuche. Podría ser, según los textos proféticos y Jesús mismo, que nuestras oraciones y clamor no pase del techo de nuestras iglesias. Eso dicen los profetas y las Escrituras en general. Curiosa y lamentablemente, parece que no nos preocupa, pero vamos a intentar contestar. ¿Cuándo se da esta desgraciada situación en la que nuestro culto a Dios puede quedar anulado? Vamos a hacer el análisis según los textos bíblicos.
Aunque lo hayamos olvidado, si intentamos hacer o dar culto a Dios sin antes estar reconciliado con el hermano, sin haber buscado o hecho para él justicia o si no somos capaces de restituir al agraviado ni practicar misericordia, estamos eliminando la posibilidad de dar culto a Dios. Éste será algo vano y una molestia para los mismísimos oídos del Altísimo.
¿No pensamos nunca en esto ni como iglesias ni como familias ni como creyentes en nuestro ámbito individual? ¿Por qué metemos en el baúl de los recuerdos textos bíblicos que parecen que están interpelando a nuestras conciencias? ¿Es que, acaso, hay condicionantes del verdadero culto? Pues sí, hay condicionantes del auténtico culto a Dios.
Y es curioso que uno de los condicionantes del culto, para que éste sea oído, escuchado y respondido por Dios, según los textos proféticos y Jesús como el último de los profetas, está en relación con algo que durante años y años estamos considerando como una teología segunda, secundaria o subordinada en relación con el ritual cúltico, quizás porque para muchos de nosotros la única teología primera y quizás válida en la que hacemos descansar nuestro culto es la fundamentada en la alabanza, la oración, la escucha de la Palabra, la ofrenda y el gozo de intentar estar en contacto con el mismo Dios.
Las recomendaciones para que se dé el verdadero culto tal como el hacer justicia al huérfano y a la viuda como prototipos de las personas marginadas y sufrientes del mundo, lo tenemos como algo subordinado, segundo, no importante. Sin embargo son condicionantes del culto verdadero.
Eso que consideramos una teología segunda o subordinada y que está en relación con el compromiso con el prójimo, con la búsqueda de justicia, con la acción social evangelizadora, con el intento de la eliminación de la pobreza y con la práctica de la misericordia, es un condicionante imprescindible para el auténtico ritual, para el auténtico culto a Dios. Si fallamos en esto, se da el culto de una forma vana y vacía y Dios cierra sus ojos y sus oídos ante ello.
Por eso Dios puede clamar así ante la incomodidad y ruido molesto de nuestros cultos o rituales: “Cuando extendáis vuestras manos, yo esconderé de vosotros mis ojos; asimismo cuando multipliquéis la oración, yo no oiré”. Leed, por ejemplo, el capítulo completo de Isaías cap. 1 que, en el fondo, está en línea con la afirmación de Jesús de que no vayamos a dar culto nunca sin estar reconciliado con el prójimo, con el hermano. Sin cumplir este condicionante es imposible un culto a Dios que no acabe siendo para Él una simple molestia y ruido inútil.
Dios puede rechazar el culto y considerarlo algo vano y molesto, si falta algo tan esencial como esto: “Aprended a hacer el bien; buscad el juicio, restituid al agraviado, haced justicia al huérfano, amparad a la viuda”. ¡Qué curioso que los condicionantes del culto estén en relación con la necesidad que tenemos de buscar justicia, amparar al desvalido y al pobre, practicar la misericordia y restituir al agraviado, al despojado de dignidad, al oprimido!
En fin, el culto está condicionado por la búsqueda de la misericordia y el hacer justicia, así como por la práctica de una acción social evangelizadora y liberadora. ¿Acaso es que no sabemos esto, o es que no queremos saberlo o es que buscamos simplemente los aspectos cómodos y “gozosos” del ritual?
¿Es que, acaso, no sabéis que parte del auténtico ritual es también, junto a la búsqueda de justicia, algo tan simple que conforma el auténtico ritual y que consiste en que “partas tu pan con el hambriento, y a los pobres errantes albergues en casa; que cuando veas al desnudo, lo cubras, y no te escondas de tu hermano?”. ¡Qué error cometemos cuando pensamos que el auténtico ritual se puede hacer de espaldas a la justicia, siendo sordos al grito del sufriente en el mundo, no practicando la misericordia ni manchándonos las manos como buenos samaritanos en la obra de Dios a través de la ayuda al prójimo!
Pues si olvidamos esto considerándolo una simple teología subordinada de la que se puede prescindir, no habrá respuesta a nuestro culto, Dios será sordo a nuestras alabanzas y oraciones y se dará el silencio de Dios, el silencio del Altísimo aunque hagamos cilicio, cenizas, genuflexiones, gritos de alabanza, ayunos u otros. Faltaría lo esencial, todo eso que estamos comentando como condicionante o requisito para el auténtico ritual, el auténtico y verdadero culto.
No lo hagáis, no busquéis a Dios en culto sin antes tener en cuenta lo que dicen los profetas, lo que dice la Palabra: “Aprended a hacer el bien; buscad el juicio, restituid al agraviado, haced justicia al huérfano, amparad a la viuda. Venid luego”. Venid luego a practicar el verdadero culto, el verdadero ritual. No antes. No, no vengáis antes. No molestemos a Dios en vano.
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