Nos tenemos que situar en la línea de Jesús que entronca con las líneas proféticas, con la denuncia profética. Los profetas hablaron y denunciaron, Jesús denunció y actuó... ¿Y nosotros los llamados hoy cristianos?
Para los que no funcione lo que hemos llamado la vivencia de la espiritualidad cristiana, se deberían situar al menos, en principios éticos. Hay uno que, con respecto al destino universal de los bienes dice así:
“Todos los bienes son para todos los hombres, para que a nadie le falte lo necesario para vivir”. Dios dice al hombre -y no creo que se dirija a un grupo de privilegiados que almacenan como el rico necio de la parábola ampliando sus graneros-:
“He aquí que os he dado toda planta que da semilla, que está sobre toda la tierra, y todo árbol en que hay fruto y que da semilla; os serán para comer”. (
Génesis 1:29).
Lo que pasa es que, aunque esto sea un axioma que aceptarían teóricamente todo hombre y que sería indiscutible, es que el problema está en que los bienes del mundo no son sólo los naturales, no consisten solamente en el poder coger de un árbol o una semilla para comer, sino que todo está mediatizado porque estos bienes están producidos con un control estricto, encarecidos por los especuladores e intermediarios, características productivas que afectan también a las plantas del campo, a los frutos de los árboles y a los peces del mar. Hoy los alimentos no se cogen de la tierra de forma natural, sino que son el producto de toda una actividad económica y comercial, de toda una actividad técnica, de trabajo mecanizado y usando mano de obra que hay que pagar que encarecen estos productos. ¿Quiere decir esto que ya los bienes de la tierra no son para todos?
La causa del hambre en el mundo no está sólo en el hecho de que estos bienes tengan que ser producidos, sino que se ha perdido la perspectiva de las prioridades humanas. El fin último y “sagrado” de todo no es la producción de los bienes, no son las cosas acumuladas, no son los productos que el hombre puede crear, sino que el fin de todo debe ser el hombre, su vida, el ser humano. Los bienes del mundo, naturales o producidos, son medios para alcanzar ese fin: Que todo hombre pueda vivir con dignidad, que no pase hambre, que no sea esclavizado por una necesidad que le deja en el no ser de la marginación y exclusión de los bienes de una tierra que también le pertenece. Los bienes de la tierra no son fines, sino que son medios para adquirir un fin esencial, evangélico, un fin con respecto al concepto de projimidad que nos dejó Jesús, un fin para que el ser humano pueda vivir manteniendo su dignidad.
Por eso los cristianos, que deben entender de amor, de projimidad, de solidaridad cristiana y de misericordia, no deben callar. Si callan es posible que sean las piedras las que tengan que gritar. Si callan ante el despojo de los pobres, ante el robo de dignidad del prójimo que se queda tirado al lado del camino, no puede haber evangelización. Pero no solamente eso: No puede haber ni adoración, ni culto ni alabanza.
“No me traigáis más vana ofrenda -nos dirá el Señor-; el incienso me es abominación, luna nueva y día de reposo, el convocar asambleas no lo puedo sufrir, son iniquidad vuestras fiestas solemnes... restituid al agraviado, haced justicia... Venid luego”. Quizás lo que pasa es que estos textos nos interpelan y pasamos por ellos como de puntillas... preferimos el ritual.
Cuando no se tiene acceso al uso de los bienes, cuando uno vive en pobreza, cuando se pasa hambre, cuando no se puede educar a los hijos ni acceder a la sanidad, cuando no se tiene acceso al trabajo, no se es un ser libre. Es necesario tener cubiertas las necesidades mínimas, imprescindibles para vivir en dignidad, para poder considerarse un hombre libre. La libertad necesita cierta dignidad, cierto acceso a los bienes, cierta autonomía humana. Los pobres son libres sólo para esperar su muerte, su muerte cercana ante la imposibilidad de conseguir una autorrealización vital. Libres para esperar la muerte por hambre, por carencia de higiene, de medicinas, de agua potable. Libres para moverse en el no vivir de la marginación sin posibilidades de educación, de capacitación, de trabajo justo.
Es un atentado a los principios cristianos, a los valores del Reino, al concepto de projimidad. Que no me hablen de auténtico cristianismo cuando se vive de espaldas al grito de los empobrecidos, de los despojados, los proscritos, los desclasados, los anulados de la dignidad humana que les debe ser algo inherente a su situación de ser humano. Es un atentado a toda la moral cristiana, es vivir, en muchos casos, alabando a un Dios que quizás no escucha por causa de nuestras injusticias, alabando desde los valores del antirreino. En estas líneas de vida no puede haber una auténtica vivencia de la espiritualidad cristiana.
Algo más: No es sólo un atentado contra los valores bíblicos del Reino, no es la complicidad de los que callan desoyendo los consejos bíblicos, sino que, para otros que se sitúen en otras perspectivas más seculares, hay que decir que es un atentado antropológico que no pone al hombre por encima de todo y al ser humano como fin último, sino que lo desestima poniendo como fin lo que son simples medios: conseguir almacenar bienes de todo tipo. Es un atentado ético al confundir el destino de los bienes y no poner todo al servicio de todos los hombres. Es un atentado jurídico ya que no hay ningún tipo de protección jurídica para los pobres del mundo que mueren de hambre sin justicia, sin liberación, sin misericordia por parte de nadie.
¿No es todo esto una tragedia y una vergüenza humana? ¿No es esto una tragedia y vergüenza para los cristianos? ¿Por qué tu fe no se siente interpelada? ¿Por qué no actúa y grita a través del amor?
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