La verdad ante el mundo, el testimonio que tenían que dar los discípulos y la escatología fue contemplado por el Señor como ámbitos o esferas en las cuales “el Espíritu de verdad” prestaría su ayuda.
“Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber la cosas que habrán de venir” (J.16.13).
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En esta cita, nuevamente se menciona al Espíritu como “el Espíritu de verdad” y forma parte de una serie de declaraciones de Jesús que comienza en J.14.16-17 y continua con 15.26-27, lo cual ya hemos tratado de forma un tanto breve. Ahora aquí cabría designar esta sección como “el Espíritu de verdad” en relación con el futuro de la iglesia. Así que, la verdad ante el mundo, el testimonio que tenían que dar los discípulos y la escatología fue contemplado por el Señor como ámbitos o esferas en las cuales “el Espíritu de verdad” prestaría su ayuda como Abogado-Consolador, lo cual también es esencial en la vida de todos los creyentes.
Viendo el asunto desde el punto de vista de lo que los discípulos habían aprendido ya de una forma directa por el Señor Jesús ¿por qué iban a necesitar que “el Espíritu de verdad” les guiara? Esto se explica en razón de que una cosa es haber recibido las enseñanzas de Jesús y otra, bien diferente, iba a ser el aplicarlas en sus vidas, en las misiones y en relación con las iglesias en contextos de culturas tan diferentes a la cultura judía y con tantos impedimentos de distintas clases.
a) En relación con los samaritanos
Aquí podemos mencionar que la iglesia fue por un tiempo una “iglesia judía”, ya que tuvo su nacimiento de forma oficial el día de Pentecostés, fiesta religiosa de los judíos. Esto debió ser así como la confirmación “de las promesas hechas a los padres” (Ro.15.8) por lo que los judíos serían los primeros en recibir el mensaje de la salvación (J.4.22; Ef.1.12). Pero el llamado de la iglesia era a extenderse más allá de los límites del pueblo y la cultura judía “a toda las naciones” y “hasta lo último de la tierra” (Mt.28.19-20; Hech.1.8). Así que cuando la iglesia salió de los límites del judaísmo y el evangelio fue predicado y creído por gentes que no eran judíos, como los samaritanos (Hch.8.4-8,12) “el Espíritu de verdad” guió a los Apóstoles a recibirlos como hermanos en la fe de Jesucristo, pasando por encima del hecho de que eran una raza mezclada, medio paganos, y la enemistad irreconciliable que tenían entre los dos pueblos. Así fueron usados por el Señor para que los nuevos creyentes tan diferentes a los judíos recibieran al Espíritu Santo; el mismo “Espíritu de verdad” que ellos habían recibido en Pentecostés (Hch.8.14-15).
b) En relación con los gentiles como personas a alcanzar con el evangelio
Pero el propósito divino era ir mucho más allá del pueblo samaritano. Así el Señor dispuso para que fuese el apóstol Pedro el que predicase por primera vez el Evangelio a los gentiles. No fue fácil para él dar aquel paso, de tal manera que el Señor le trató de una forma muy especial, para que, al final entendiera que él tenía que ir a predicar las buenas nuevas del Evangelio a un militar romano y todo su numeroso grupo familiar “y de amigos más íntimos”. Toda la historia se nos cuenta en Hechos 10.1-48. Pero después del trato que Dios tiene con Pedro, llaman la atención las palabras que escribió Lucas, acerca de la guía precisa del Señor en relación con ese caso:
“Y mientras Pedro pensaba en la visión, le dijo el Espíritu: He aquí tres hombres te buscan. Levántate y no dudes en ir con ellos, porque yo los he enviado” (Hch.10.19-22).
Lo que vemos en esa guía de parte del Señor es que ante las reticencias y dudas que Pedro tenía de entrar a la casa de Cornelio y tener relación con un gentil-no-judío, él fue guiado por “el Espíritu de verdad” para obedecer lo que era conforme a la verdad, y no a lo que él pensaba, tan lejos del plan y del corazón de Dios. Pedro tuvo que reconocer y aceptar lo que él mismo confesó:
“Ahora comprendo que Dios no hace acepción de personas, sino que en toda nación se agrada del que le teme y le hace justicia” (Hch.10.34-35).
Y lo más hermoso y que concluye con esta tremenda historia es que el mismo “Espíritu de verdad” que había guiado a Pedro fue el mismo que se “derramó” sobre todo el gran grupo de familiares y amigos que habían oído el mensaje del Evangelio anunciado por Pedro. Así, aquellos gentiles, antes despreciados por los judíos llegaron a formar parte de la Iglesia, el cuerpo de Cristo, acorde con la declaración universal del Apóstol Pablo: “pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús” (Gál.3.26-28).
Sin embargo en esos comienzos de la iglesia los mismos Apóstoles iban a necesitar la asistencia del “Espíritu de verdad”, tal y cómo el Señor les anunció. Fue en Jerusalén que se levantó una facción bastante importante dentro de la iglesia que decían que a los paganos que se hacían cristianos había que circuncidarlos e imponerles que guardaran la ley de Moisés para ser salvos (Hch.15.1-2). Los judíos que habían creído en Jesús no podían concebir que los gentiles podían ser salvos con solo creer en Jesús. Estaban tan condicionados por su religión y cultura, que a esas alturas no habían entendido todavía cuál había sido el papel de la Ley de Moisés.
Así que por un tiempo eso creó serios problemas y mucha tensión en las relaciones entre hermanos judíos y gentiles. Entonces el problema tuvo que resolverse en un concilio convocado a tal fin. Reunidos los Apóstoles con los ancianos de la Iglesia en Jerusalén y los misioneros principales -el apóstol Pablo y Bernabé- al final de todo aquel tenso pero necesario encuentro, se dice claramente que ellos fueron guiados por el Espíritu Santo a “la verdad” que convenía conocer y aplicar en ese tiempo en las iglesias del Señor. Entonces, ahí tenemos otro ejemplo de la guía del “Espíritu de verdad” tanto en cuanto a conocer cuál era “la verdad” en ese caso, como la aplicación de la misma (Ver, Hech.15.1-28).
Lo que venimos diciendo fue conocido y aplicado por el apóstol Pablo y su equipo misionero en muchas ocasiones y culturas muy diferentes. El apóstol Pablo fue guiado por el mismo “Espíritu de verdad” a escoger principios sanos para aplicar las grandes verdades del evangelio en contextos diferentes a su propia cultura judía. (1ªCo.9.19-23). Lo importante era que “la verdad del evangelio” quedase sin alterar. (Ver Gál.2.1-5). Lamentablemente, esto no siempre ha sido entendido ni bien aplicado a lo largo de la historia de las misiones, al creer que la cultura de los misioneros estaba por encima de las culturas a las cuales fueron a predicar el evangelio. Esa miopía y consecuente falta de visión ha creado conflictos y ha hecho mucho daño a la obra evangelizadora, hasta que la experiencia enseñó la necesidad de despojarse del orgullo cultural que acompañaba a los misioneros y respetar otras culturas; y sobre todo aquellos elementos culturales que no estaban en contra del Evangelio. Y en todo este arduo proceso, “el Espíritu de verdad” tuvo mucho que ver, guiando a los dirigentes de la misiones en relación con la aplicación del evangelio en pueblos tan diferentes a los de los misioneros.
Otro aspecto de la guía del “Espíritu de verdad” en la vida de los discípulos, estaría en relación con la misión de llevar el evangelio a otros lugares donde Cristo no hubiese sido anunciado (Ro.15.20; 2ªCo.11.15-16). Eso nunca fue una tarea fácil. Entonces, lo primero que hemos de resaltar aquí es la obediencia al cumplimiento de la Gran Comisión que el Señor dio a la Iglesia para llevar el evangelio a “todas las naciones” (Mt.28.19-20; Lc.24.45-49; Hech.1.8). Pero los enviados por el Señor, acompañados por “el Espíritu de verdad”, en ocasiones especiales, incluso experimentaron con toda naturalidad –aunque de forma excepcional- la guía del Espíritu, de acuerdo a lo que Dios había anunciado previamente, el día de Pentecostés, a través de sueños, visiones y profecías para guiar de una forma especial a sus siervos fieles (Hech.2.17-21; 16.6-10; 18.9-10, etc.).
No podemos negar que aquí la Iglesia de todos los tiempos necesitaría la asistencia del “Espíritu de verdad”, para ser enseñados y guiados. En ese sentido nunca hemos de olvidar que eso no es cuestión de recibir una “unción especial”. Término este usado muchas veces de forma errónea, sino aceptar que el Espíritu Santo que mora en nosotros, es la misma unción que necesitamos para ser enseñados y guiados; y que siempre lo hará con base en la Palabra ya revelada, acorde con el ministerio asignado y los dones otorgados “a cada uno” (Ver, 1ªJ.2.20,27; 1ªCo.12.11).
En esa doble declaración de “guiar a toda la verdad y… las cosas que habrán de venir” tenemos dos aspectos, que vemos se cumplieron en los discípulos. Uno estaría relacionado con las verdades respecto de la persona y obra de Jesucristo; es decir, la primera declaración: “Él os guiará a toda la verdad”; pero la segunda: “os hará saber las cosas que habrán de venir” (J.16.13) estaba relacionaba con “la doctrina de las últimas cosas”.
En relación con la primera, apreciamos verdades enseñadas por los apóstoles respecto de la persona y obra de Jesucristo y de las cuales no vemos que Jesús les hablara de ellas. Por ejemplo, las declaraciones del apóstol Juan sobre Jesús como “el Verbo” de Dios; el creador de “todo lo que ha sido hecho” (Juan 1.1-3). O las declaraciones del apóstol Pablo sobre Jesucristo, en Colosenses 1.15-19 ó 2.9; o lo declarado por el autor de la epístola a los Hebreos sobre “el Hijo” Jesús, en Heb. 1.1-4 y todo el resto del libro, etc., mucho de lo cual constituía y también formaba parte de la revelación dada por Dios el Padre a través de su Hijo Jesús.
Pero con respecto a “las cosas que habrán de venir”, también podemos decir que mucho de lo que leemos en las epístolas no lo encontramos en los evangelios. Sí encontramos referencias a la segunda venida de Cristo; pero lo que vemos en las epístolas es, tanto un desarrollo de lo que dijo Jesús como enseñanzas nuevas de las cuales él no habló. Basta leer las cartas a los Tesalonicenses; 1ªCor.15; 2ªPedro; Romanos 11 y muchos pasajes sueltos a través de las epístolas, incluidos aquellos pasajes que nos hablan del triunfo final del Salvador, en el libro de Apocalipsis.
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En relación con los dos aspectos que venimos tratando, a veces se ha dicho que, Pablo o los demás escritores del Nuevo Testamento son “los intérpretes de Cristo”. Pero no estamos seguros de que esa sea la mejor apreciación. Más bien creemos que si antes fue el Señor Jesucristo el que les revelaba las verdades respecto de Dios el Padre y de sí mismo, ahora “el otro Consolador”, “el Espíritu de verdad”, “el Espíritu de Cristo” (1ªP.1.11-12) era el que hacía aquello para lo cual “fue enviado del cielo”. Pensar de otra forma es negar las mismas declaraciones de Jesús respecto de las funciones del “Espíritu de verdad” en relación con los Apóstoles. Y a eso continuamos llamándole, “Revelación”. Ellos estaban poniendo el “fundamento” para la Iglesia del Nuevo Testamento (Ef.2.20; 3.5). De ahí que las epístolas constituyan parte de lo que consideramos también Palabra de Dios para nosotros. Esa apreciación de que, “eso lo dijo Pablo, pero no Cristo” deberá ser considerada con ciertas reservas y explicada en su debido contexto. De otra manera, cabe la posibilidad de estar contradiciendo al mismo Espíritu Santo que inspiró a los autores del Nuevo Testamento. En todo caso, sería conveniente usar de la hermenéutica adecuada antes que menospreciar la revelación dada “ahora a sus santos apóstoles y profetas por el Espíritu” (Ef.3.5) Y cuando se dice “ahora” Pablo se refería al tiempo en el cual él estaba predicando y enseñando acerca del Evangelio (Ef.3.7-9; Col.1.25-29).
Pero en relación con esto que venimos diciendo, nosotros no tendríamos tal asistencia del “Espíritu de verdad” para recibir nuevas “revelaciones” aparte de lo que ya ha sido dado por el Espíritu, y recogido en las Sagradas Escrituras del Nuevo Testamento. En todo caso, sí vamos a necesitar de parte de ese mismo “Espíritu de verdad” la “iluminación” necesaria para entender las verdades ya dadas. No hemos de olvidar que “inspiración”, “revelación” e “iluminación” son términos muy diferentes entre sí y aunque están relacionados íntimamente, no son lo mismo. Entendiendo también que, en relación con “la doctrina de las últimas cosas” (la Segunda Venida del Señor y todo cuanto está relacionado con ella) hemos de huir de toda especulación que ha caracterizado a muchos a lo largo de la historia de la Iglesia, y de creernos en posesión absoluta de la verdad. Porque lo único que conseguiremos es añadir más daño del que ya han hecho muchos con tales especulaciones, las cuales también han dado lugar a nuevos grupos pseudo-cristianos, de todos conocidos.
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