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El Espíritu de Verdad (I)

Los llamados hijos de Dios necesitamos al “Espíritu de verdad” para, mediante su obra santificadora ser limpiados de toda mentira y frente al poder de la mentira y el engaño, adoptar la más firme actitud de rechazo.

PALABRA Y VIDA AUTOR 942/Angel_Bea 31 DE JULIO DE 2024 12:00 h
Imagen de [link]Isaac Wendland[/link], Unsplash.

Si me amáis, guardad mis mandamientos, y yo rogaré al Padre y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre; el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros y estará en vosotros (San Juan 14.15-17)



Hemos comentado en otras ocasiones el momento en el cual, estando en la última cena, Jesús aparte de otras muchas cosas Jesús les habla del Espíritu Santo y el papel que jugará tanto en la formación de la Iglesia como en la capacitación de los discípulos para anunciar y enseñar el Evangelio. Así que después de designar como “Consolador” (o “Abogado”) al Espíritu Santo, Jesús le presenta como “Espíritu de verdad”. De las cinco referencias al Espíritu Santo que aparecen en los capítulos 14-16 del evangelio de Juan, la designación como “Espíritu de verdad” aparece tres veces, mientras que “Espíritu Santo” aparece una sola vez (J.14.26). Esto nos mostraría la importancia de la “verdad” en la vida del pueblo de Dios, sin menoscabo alguno de la santidad dado que la verdad forma parte de la esencia del ser de Dios y, por tanto, de su santidad. No puede faltar una sin afectar a la otra. Pero las veces que aparece la designación “Espíritu de verdad” tiene todo el sentido en todo ese contexto, ya que se relaciona con el mundo, con el testimonio de los discípulos y con la obra escatológica de Dios; y ese “testimonio” al cual hace referencia Jesús, debía ser siempre acorde con “la verdad”. 



“El Espíritu de verdad” en contraste con el mundo 



Cuando leemos el evangelio de san Juan de un tirón, vemos la cantidad de referencias que hace al “mundo” (J. 15.18-19; 16.33; 17.14-16) y al “príncipe de este mundo” (12.31; 14.30) al que el mismo Jesús identifica con “el diablo” (J. 8.44) y que le define como, “homicida”. Forma de ser que está asociada con la mentira puesto que “es mentiroso y padre de mentira” (J.8.44). Fue la mentira creída por nuestros primeros padres la que les llevó a la muerte espiritual –separación de Dios- y así fue pasada a toda la humanidad (Ro.5.12). Desde entonces, la mentira es la fuerza que mueve este mundo. Y no nos será fácil determinar la verdad de la mentira en un mundo que se alimenta, se sustenta y sostiene con y de la mentira, las medias verdades o las “verdades” usadas con mala y perversa intención por unos o por otros.



Por tanto, los llamados hijos de Dios necesitamos al “Espíritu de verdad” para, mediante su obra santificadora ser limpiados de toda mentira (de ahí que también Jesús lo presente como “el Espíritu Santo”) y frente al poder de la mentira y el engaño, adoptar la más firme actitud de rechazo (Ef.4.25; 1ªP.2.1). Es decir asumir que, de acuerdo al “nuevo hombre creado por Dios en la justicia y santidad de la verdad” (Ef.4.24) nuestra actitud debería ser un desprecio por la mentira desde lo más profundo de nuestro ser y la adopción de la verdad como principio ético en nuestra vida (Ef.4.15,24-25; Ef.6.14). Jesús acababa de declarar que él era “la Verdad” (J.14.6); por tanto, sus seguidores también debemos parecernos a él. El espíritu del mundo no es un espíritu de verdad; más bien está guiado por el espíritu de mentira (1ªJ.5.19). De ahí que el Señor dijera respecto del “Espíritu de verdad”“al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve ni le conoce” (J.14.17) para añadir, posteriormente: “Mas vosotros estáis limpios, por la palabra que os he hablado” (J.15.3) que les capacitaría para ser los receptáculos y habitación del Espíritu Santo. 



Pero el asunto de “hablar la verdad” y “seguir la verdad en amor” sabemos que no es algo fácil, en un entorno hostil como “el mundo” de mentira y que “ama lo suyo” (J.15.19). Basta observar el mundo político (aunque no es el único contexto donde se puede apreciar esa realidad) cómo cuando unos y/u otros son descubiertos en presuntas o evidentes corrupciones. En vez de aceptar la realidad con sus hechos luchan con todas sus fuerzas para aparecer “inocentes” y “legales” a todos los efectos. Pero esto no quiere decir que las únicas dificultades para “andar en la verdad” las vamos a encontrar en “el mundo”. Muy a menudo las mayores dificultades las vamos a encontrar en nosotros mismos, en nuestro corazón tan opuesto de forma natural a la santidad de Dios. Por tanto, “el mundo” defiende lo que ama. Así se crean grandes tensiones entre los seres humanos y especialmente en la vida de los creyentes fieles. De ahí la necesidad del “Abogado/Consolador”, el Espíritu Santo que nos dará la luz, la fuerza, el valor y también confortará nuestra alma cuando fuere necesario.



“El Espíritu de verdad” y el testimonio



La otra cita aparece en relación con el testimonio que tenían que dar los discípulos:



Pero cuando venga el Consolador… el Espíritu de verdad… él dará testimonio acerca de mí. Y vosotros daréis testimonio también, porque habéis estado conmigo desde el principio” (J.15.26-27).



La actividad del Espíritu Santo en los discípulos del Señor también consistiría en “testificar” acerca de la persona y las enseñanzas de Jesucristo en los mismos discípulos. El Espíritu Santo vendría sobre ellos de tal manera que no tendrían duda de esa realidad. En un sentido el testimonio del “Espíritu de verdad” sería de confirmación acerca de todo lo vivido y todo lo aprendido por ellos de parte del Señor. Esto se evidenció por las palabras que les dijo Jesús: “Porque vosotros habéis estado conmigo desde el principio” (J.15.27). Luego ellos testificarían de Jesús al mundo en medio de una “perversa generación” (Hch.2.40) puesto que para eso habían sido formados por el Señor. Pero de no haber sido por el poder del Espíritu Santo, no habría sido posible hacerlo con la eficacia que fue hecho. De ahí la promesa y la necesidad de que serían “revestidos de poder de lo alto” para el cumplimiento de la Gran Comisión. (Lc.24.49; Hech.1.8; Mt.28.19-20). Sin embargo, ¡nunca hemos de olvidar que dicha promesa que se cumplió el día de Pentecostés es igualmente válida para hoy día!



Entonces, acorde con lo que venimos diciendo el testimonio dado por los discípulos de Jesús será siempre acorde con “la verdad” de Cristo Jesús, si hemos de ser guiados por “el Espíritu de verdad”. Esa es la razón por la cual en la iglesia primitiva se sostuvo una gran batalla de carácter intelectual y espiritual por conservar la verdad del evangelio (Gál.2.4-5) anunciado mediante el testimonio apostólico… “la fe dada una vez a los santos” (Judas 3), basada sobre la persona, obra y enseñanzas del Señor Jesucristo. Por eso es necesario volver siempre a lo que enseñaron “los apóstoles de nuestro Señor Jesucristo” (Judas 17). Por tanto, ni judaizantes, ni ebionitas, ni cerintianos, ni docetas, ni marcionitas, etc., (cada uno con su particular visión y enseñanzas sobre la persona y obra del Señor Jesús) fueron admitidos a la comunión de los santos, por tergiversar al Verbo, el Cristo de Dios. Las epístolas están llenas de referencias a los errores mencionados. Un par de botones de muestra, serían, 1ªJ.1.5-10; 4.1-6. En el fondo de la epístola del Apóstol Juan estaban las herejías mencionadas. Otras serían: Colosenses 2; Judas; 2ªPedro, 2 y 3, etc. Pero el carácter de la victoria que obtuvieron en toda esa lucha de los apóstoles y la Iglesia primitiva contra las distintas herejías que se levantaron, fue tanto intelectual como espiritual. Intelectual porque defendieron la verdad de la revelación de Dios con respecto a su Hijo Jesús; espiritual porque las herejías contra las cuales lucharon fueron levantadas y promovidas por espíritus falsos usando a “obreros fraudulentos que se disfrazan como apóstoles de Cristo… y como ministros de justicia”. A todas luces, era una guerra –lucha- intelectual y espiritual. (Ver, 1J.4.1-6; 2ªCo.11.13-15). 



Hoy día es igual. El testimonio evangelístico que los cristianos hemos de dar debería basarse en lo que dicen las Escrituras respecto del Señor Jesucristo y lo que confesaron los primeros cristianos, antes de que muchas falsas enseñanzas y tradiciones se introdujeran en “la Iglesia del Dios viviente, columna y baluarte de la verdad” (1ªTi.3.15). Ni los falsos apóstoles y profetas modernos del evangelio de la prosperidad, ni el falso “cristo cósmico de la Nueva Era”, ni ninguna otra idea de Cristo surgida de la llamada “academia” que le haya desprovisto de su perfecta humanidad o de su absoluta divinidad; pero tampoco el de aquellos que para “demostrar” a su reducido “cristo”, se dedican a la deconstrucción del texto bíblico; ni tampoco aquellos que ven la muerte del Señor Jesús en la cruz como “ejemplar” y no propiciatoria y redentora; ni tampoco los que niegan el nacimiento virginal y la resurrección corporal del Señor Jesús deberían ser considerados como cristianos, por el pueblo de Dios. Y la razón es que nada de eso tiene que ver con el cristianismo evangélico que se nos muestra en las páginas del Nuevo Testamento. La soberbia a veces se manifiesta descarada; pero otras toman el disfraz suave de las medias verdades que llegan a engañar a muchos (Ef.4.14) ¿Seremos mejores y más sabios que Dios?



El énfasis que el Señor puso en la labor del “Espíritu de verdad” en relación con el testimonio, debe ser considerado seriamente. Y aunque nosotros no pudimos estar con él “desde el principio” (J.16.27) no por eso quedamos sin la responsabilidad de hacer lo posible por conocer al Cristo que nos muestra el Nuevo Testamento. Siempre a través de una relación viva, por medio de aquel a quien el mismo Señor Jesús presentó como “el Espíritu de verdad”.



Todo esto no es fácil de llevar a cabo por los creyentes. En realidad, nunca fue fácil. Pero esa es la razón por la que antes de mencionar al “Espíritu de verdad”, el Señor le presentó como el “Abogado” o, “Consolador”. Porque sabía que sus discípulos de todos los tiempos, habíamos de necesitarlo. ¿La prueba? Las oposiciones y persecuciones anunciadas por el mismo Señor Jesús en los versículos anteriores y posteriores a la cita mencionada, se darían más pronto que tarde y a lo largo de los siglos, de muchas maneras y en mayor o menor intensidad (J.15.18-21; 16.1-3). 



(Seguiremos)



 



 



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COMENTARIOS

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Alfredo
01/08/2024
15:23 h
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"las mayores dificultades las vamos a encontrar en nosotros mismos,.." Todas las herejías antiguas o modernas han tenido su origen en una falsa interpretación del Evangelio, pero ¿habita esta tierra el humilde lector de la Escritura y predicador que reconoce que puede ser falible en sus deducciones y presupuestos teológicos?
 



 
 
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