Celebrar a Dios entre los pobres, ver cómo ven los pobres a su Dios, es una experiencia impactante, existencial, espiritual… un toque de la divinidad a los corazones que se dejan llevar por esta experiencia ante los pobres celebrando a su Dios. En Misión Urbana hemos podido captar algunos vestigios, fundamentalmente en pasadas épocas cuando la pobreza urbana llegaba de forma más insistente en la figura de pobres urbanos, deteriorados, abandonados y malolientes que buscaban ayuda en esta casa de Dios que también es Misión Urbana, pero en el entorno del mundo pobre, de los pueblos pobres, quizás sea más impactante.
Una joven de mi iglesia visitó una comunidad pobre en Latinoamérica. Allí, en un pequeño local sombrío, con sillas desvencijadas para los que se podían sentar en ellas, sin pintura en las paredes, con poca luz y lleno de algunos fieles pobres y poco instruidos, esta chica se llevó un impacto grande, cuando ante aquella situación que para ella, viniendo del primer mundo, era de miseria, leyó un texto que había en el frontal de este templo pobre, en letras de papel recortadas y pegadas, que decía:
“El Señor está en su santo templo: calle delante de Él toda la tierra”. Su impacto fue tal que no podía contar esta experiencia sin llorar. Seguro que le acercó más a Dios esa experiencia que mil otras vividas en los templos lujosos del primer mundo.
Quizás, en aquella experiencia de ese templo pobre en donde moraba Dios, notó algunas de las vivencias que el propio Jesús tuvo en la cruz, captó algo del sufrimiento y marginación de Getsemaní que aún no había terminado para este Dios que se mueve entre los empobrecidos de la tierra participando directamente de su dolor y marginación. Quizás captó una imagen de Dios que ella nunca antes había captado en los templos de España en donde siempre se le incidió en la presencia de un Dios todopoderoso y victorioso. Es posible que, en aquella experiencia, captara algo de la presencia de un Dios También En parte marginado y que mora entre los marginados y sufrientes del mundo. Allí estaba en ese santo templo que ella contempló y delante del cual deberían callar todas las generaciones, toda la tierra.
Quizás sea difícil aceptar la presencia de un Dios que se mueven entre los pobres sin desplegar su poder, un Dios que se mueve entre los pobres rechazando el lujo de los poderosos de la tierra, que palpa la pobreza, que llora con los pobres y hace suya la ofensa y la humillación de muchos pueblos, llorando y gimiendo con ellos y participando de sus alegrías y esperanzas. Allí estaba Dios en medio de su santo templo en humildad total y en identificación con los pobres del mundo. Quizás, esta chica que recordaba con llanto esta escena del templo pobre entre los pobres, templo en el que moraba Dios, le hubiera querido decir al mismo Jesús:
-Si eres el hijo de Dios, baja de la cruz. Muestra tu poder y libera a los oprimidos del mundo.
Pero Él no se baja. Permanece allí sufriendo junto a su pueblo. Es como si ese Jesús encarnado, ese Dios hecho hombre no tuviera poder suficiente. Pero sabemos que su poder no es vencer en la tierra. La cizaña y trigo deben crecer juntos hasta que llegue el momento de la cosecha. Mientras, este Dios que se mueve entre los sufrientes del mundo y aparentemente sin poder alguno, nos invita a seguirle siendo manos tendidas de ayuda y voces que se alcen en busca de dignidad humana, de acercamiento de los valores restauradores y dignificadores del Reino, entre los no-sabios según el mundo… la locura del Evangelio.
Cada uno de estos cultos es, en cierta manera, la celebración de la pasión de Jesús.
Es como si el Dios de los pobres, y que se mueve entre ellos, todavía estuviera esperando la alegría de la resurrección entre los hambrientos, los niños trabajadores, los niños de la calle, los que se mueren por falta de agua potable, de vacunas o de medicinas normales a las que no pueden acceder. Falta el poder celebrar la alegría de la resurrección entre los despojados del mundo… la pasión continúa a pesar de que también podemos celebrar al Jesús exaltado y glorificado. No obstante, un sentimiento solidario, de projimidad, de compromiso, nos sigue animando a vivir también esa pasión continua hasta que nuestro hermano sea liberado y dignificado.
Muchas veces, acercarnos al Dios de los pobres deja caducas muchas de nuestras prioridades en los templos, con sus reglamentos, sus dogmas o sus teologías. El seguimiento del Dios de los pobres sigue siendo un tanto escandaloso y a muchos les echa para atrás. El llamado radical de Jesús al joven rico de vender todo lo que tenemos y seguirle, nos resulta, más que escandaloso, una renuncia a la que no queremos acceder. Queremos tener todo en el cielo, pero también todo en la tierra, aunque sea de forma escandalosa y vergonzosamente insolidaria.
Estoy seguro que a muchos cristianos, o llamados cristianos, no les van a gustar estas reflexiones sobre el Dios de los pobres. Otros querrán imponer control doctrinal a estas líneas… y es que le reflexión sobre el Dios de los pobres nos interpela y nos dice que antes de entrar en el templo nos acordemos de nuestro hermano y nos reconciliemos con él.
Porque, quizás, antes de entrar en el templo en donde mora Dios y en donde debe callar delante de él toda la tierra, hay que ser buscadores de justicia, de solidaridad y de práctica de la misericordia. No entres antes en estos templos. Busca primero justicia, la justicia del Reino… Venid luego, nos dice el Señor.
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