La separación y distinción que hoy se hace entre lo secular y lo religioso, no se corresponde con la separación que nuestros antepasados hacían entre lo sagrado y lo profano.
Los cristianos tenemos que esforzarnos para aprender a buscar lo sagrado en muchas de las áreas que hoy se dan en el ámbito de lo secular. Somos religiosos, pero no siempre lo religioso se compadece con lo sagrado. Tenemos que aprender a cómo usar el manto de lo sagrado en favor del concepto de projimidad, en favor del prójimo.
Pues sí. Aprenderemos a actualizar y trabajar por lo sagrado, por lo sacro, si entendemos que nuestro concepto de lo secular y lo religioso, no se compadece con lo que entendían en épocas antiguas por lo profano y lo sacro. Todo el mundo sabe hoy lo que es moverse en la esfera de lo secular y de lo religioso, pero, ¿nos olvidamos de lo sacro, de lo sagrado?
En el mundo anterior a esta modernidad o posmodernidad en la que nos ha tocado vivir, no se usaba los conceptos antitéticos de secular o religioso, sino que se creía y se palpaban dos ámbitos contrapuestos y mucho más profundos: Lo sagrado y lo profano. Por tanto, en los momentos históricos antiguos o premodernos en donde se aplicaba la distinción entre lo sagrado y lo profano, había muchas áreas de la vida que no eran totalmente profanas y que hoy se consideran como seculares. Lo sagrado impregnaba muchas áreas que hoy no impregna lo religioso.
Hoy, por ejemplo, la economía se puede considerar una ciencia autónoma en el campo de lo secular. Casi nadie piensa que la economía debería estar impregnada por lo religioso, menos aún por lo sagrado. Antaño, sin embargo, la economía no era, necesariamente, algo profano. Podía estar en el ámbito de lo profundo y necesariamente sagrado.
Además, estos ámbitos de lo sagrado son una realidad bíblica. Se daba una relación entre un Dios, que era el sustentador de todos los productos de la tierra, de todos los alimentos y demás elementos necesarios para vivir dignamente, y un hombre que debería ser un colaborador de Dios en la administración de esos bienes y en su redistribución. Era algo sagrado.
Si no fuera porque la economía estaba en el ámbito de lo sagrado, no se podría entender que en la Biblia se le dé un espacio tan grande a la denuncia profética, a la denuncia contra los que acumulan casa a casa y heredad a heredad como si toda la tierra fuera de ellos. Incluso el no compartir solidariamente se podía asimilar con una idolatría. Estaba en contra de lo sagrado.
Pero lo mismo puede ocurrir con la medicina. Hoy se puede dejar en el ámbito autónomo de lo secular, pero en los tiempos antiguos no se podía dejar en el campo de lo profano. Había que pararse ante el enfermo o herido y curarlo. Era algo sagrado.
Miremos como ejemplo, el caso del Buen Samaritano, que se nos deja como ejemplo de buen prójimo, en donde se nos dice que, además de usar su aceite y vino, su cabalgadura y de mancharse las manos, “sacó dos denarios, y los dio al mesonero, y le dijo: Cuídamele; y todo lo que gastes de más, yo te lo pagaré cuando regrese”. Preocuparse por el enfermo era algo sagrado.
La parte final de la parábola que habla de regresar da también la idea del seguimiento que debemos de tener ante los heridos, enfermos o apaleados. Todo esto estaba en el ámbito de lo sagrado.
Sin embargo, hoy nos hemos olvidado de lo sagrado. La medicina puede ser una ciencia secular que, además, tiene toda una tecnología que va mucho más allá del uso del vino como desinfectante o del aceite como alivio del dolor y que se considera hoy como una ciencia autónoma y secular. En tiempos premodernos no era profana ni mantenía esa autonomía. Estaba en el ámbito de lo sacro.
Así, pues, la separación y distinción que hoy se hace entre lo secular y lo religioso, no se corresponde con la separación que nuestros antepasados hacían entre lo sagrado y lo profano. Es por lo que hoy, al mantenerse tantas áreas que demandan autonomía y que se consideran autorregulables, lo sagrado ya no es el magma que lo impregna todo como una base sustentadora y organizadora de la totalidad social. Estamos en un mundo diferente en donde parece que ocultamos lo sacro, que escondemos lo sagrado.
Las preguntas que pueden surgir aquí son las siguientes: ¿ya no puede el cristianismo incidir el sistema económico o de mercado, ya que no lo ve como un ámbito de lo sagrado? ¿Al ser el mercado autónomo, secular y autorregulable no puede el cristianismo intentar poner normas éticas o valores bíblicos que coadyuven a su regularización metiéndolo de nuevo en el ámbito de lo sagrado? ¿No puede ya practicar el cristiano la denuncia profética, algo sagrado, en torno a las estructuras y leyes de un mercado que se puede considerar injusto desde los valores evangélicos? ¿Hay ausencias de límites sociales, éticos o naturales para el mercado que todos lo meten en el ámbito de lo profano, de lo secular, lanzando lo sagrado a los abismos del olvido? ¿Se regula sólo por su propia ley interna, es decir, por los precios, por el dinero, dentro de una competitividad en la que no pueden entrar los pobres de la tierra, cuando los pobres se pueden considerar un lugar sagrado para Dios?
¿Son todas las ciencias hoy autónomas, profanas, seculares y autorregulables, quedando la religión como una disciplina más entre ellas que, además, no las impregna de lo sagrado y se debe de vivir en la intimidad sin interferir demasiado en las disciplinas independientes que tienen sus propias reglas éticas o contrarias a toda la ética social cristiana? ¿No trabaja el cristiano buscando esos ámbitos sagrados en favor del prójimo necesitado, empobrecido o sufriente?
Los cristianos seguiríamos diciendo un “no” rotundo a muchas o a todas estas preguntas. El cristianismo, muy en consonancia con el concepto de lo sagrado, sigue pensando que no debemos arrinconarnos en nuestros devocionales con Dios, desligándonos del resto de la responsabilidad que creemos tener en relación con tantas ciencias que hoy se proclaman autónomas y autorregulables y que nosotros las podríamos cubrir con un manto sagrado de solidaridad y amor al prójimo.
Queremos ver como sagradas también todas esas áreas de la vida por una razón: Todas estas áreas afectan al prójimo y el prójimo debe ser para el cristiano el lugar sagrado por excelencia, un lugar santo, un lugar teológico que está por encima de las reclamaciones de autonomía y autorregulación de las diferentes disciplinas.
Y si esto lo creemos así, no nos quedará otro remedio que entrar por las líneas proféticas con las cuales entroncó Jesús: las líneas de denuncia de la injusticia, de denuncia de la desigual redistribución de bienes económicos, médicos, sociales y culturales, en líneas de denuncia de la opresión, de la marginación y de la exclusión de tantas personas que tienen derecho a participar de los bienes de esta tierra que es de todos, aunque haya, desgraciadamente, unos mil millones de hambrientos y media humanidad en pobreza con dificultades para acceder a medicinas, capacitación, alimentos, agua potable y una vida digna.
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