¿Podemos redimir a la iglesia hoy?

No. No vamos a hablar ahora del concepto de Iglesia como Cuerpo de Cristo. Esa Iglesia en la que caben todos los redimidos sin tener en cuenta confesiones religiosas, denominaciones o grupos religiosos que en el mundo han sido. Al contrario, vamos a hablar de la iglesia visible que se reúne en templos hechos por manos humanas, la iglesia como organización, como iglesia local, como conjunto de fieles que se reúnen en nuestro aquí y nuestro ahora intramuros de esos edificios religiosos que se pueden llamar templos, iglesias, locales de culto o similares.

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Yo creo que a todos los congregantes que nos reunimos en templos hechos de manos, nos gustaría que nuestra iglesia local, la iglesia visible en el mundo, fuera creíble, una iglesia que vive para esparcir por todos los rincones del mundo los valores del Reino que irrumpen en nuestra historia con la venida de Jesús al mundo. Y ahí está la clave: Deberíamos anhelar ser iglesias del Reino, más aún, no restringirse solo a tener este anhelo, sino hacerlo realidad, ponernos a trabajar siguiendo al Maestro para que esos valores que, obviamente, están en contracultura con los valores sociales antibíblicos que oprimen al hombre, se expandan por el mundo. Trabajar, trabajar, trabajar como obreros del Maestro, obreros del Señor.

Sin embargo, vemos que hay críticas, decepciones y falta de confianza en esta iglesia visible e institucionalizada. Muchos miran para otro lado, no dan su confianza a esta iglesia como institución, no ven claramente que se esté trabajando por llevar los valores del Reino en medio de un mundo injusto. No entienden que en esta iglesia visible se cumplan los valores del Reino, tales como el que “muchos de esos últimos pasen a ser los primeros” y otros en estas líneas, sino que otros valores como la riqueza se sigue teniendo como prestigio y, en muchos casos, los primeros puestos en nuestros templos los ocupan aquellos que no creen que “la vida no consiste en la abundancia de los bienes que se poseen” como diría el mismo Jesús.

Muchos ven con gran decepción el que esta iglesia ha coqueteado con el poder, se han acomodado, no se han puesto al lado de los pobres al menos con una pequeña cercanía a la radicalidad con que lo hizo Jesús. Se han posicionado en cuestiones terrenales y, en algunos casos, han bendecido violencias, han acumulado riquezas y, lo más grave, han dado la espalda a los sufrientes del mundo. En sus sermones o arengas evangelísticas está ausente de forma bastante general la denuncia profética, el clamor a favor de los sufrientes de la tierra. El estar junto al boato o el lujo no les asusta para nada.

Es verdad que, a veces, se sitúan y gritan contra la ideología de género o cuestiones de este tipo, o se posicionan en temas altamente loables como es la denuncia contra el aborto, pero aparece casi eliminado el clamor por la justicia, por la práctica de la misericordia en un mundo en donde se da el escándalo de más de media humanidad viviendo en pobreza en un mayor o menor grado. En gran parte se ha eliminado el mensaje profético. La verdad es que la iglesia como institución se posiciona poco contra el racismo, el soberanismo, el empobrecimiento de tantos y tantos hombres, no clama contra la acumulación excesiva e injusta de bienes como lo hace la Biblia, no clama por justicia ni practica la denuncia como hicieron esos hombres de Dios que fueron los profetas. 

Así, pues, puede hacer todo tipo de rituales de alabanzas, diezmos y muchos otros cumplimientos religiosos, pero no les inquieta en sus conciencias el dar la espalda al grito de los sufrientes de la tierra, al llanto del prójimo apaleado y tirado al lado del camino.

A veces, los evangélicos podemos pensar en la sencillez de nuestras iglesias, creer que no estamos tan acomodados al mundo como otras confesiones religiosas, que oramos, que alabamos, pero también lo hacemos intramuros, con poco compromiso con el prójimo sufriente, y nuestro grito por justicia y práctica de misericordia para con el prójimo no llega al mundo de forma clara y comprometida. 

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Predicamos, evangelizamos, pero para muchos no hay una coherencia entre los que decimos y lo que hacemos, lo que trabajamos, lo que nos comprometemos. Hemos construido una iglesia que mira solo hacia arriba y, en tantos y tantos casos, hemos dado la espalda a un mundo que nos necesita. Nos conformamos al mundo al cual ya no molestamos ni somos para ellos ningún tipo de revulsivo. No trastornamos este como lo hicieron los profetas, Jesús y muchos de aquellos primeros cristianos.

Yo creo que los rituales religiosos, sean de la confesión religiosa que sea o de cualquier denominación, que se hacen sin tener en cuenta el lamento y el grito de los sufrientes del mundo, o sea, que no tienen en cuenta el amor al prójimo sufriente, pueden ser para Dios tal y como lo decía el Apóstol Pablo: “Metal que resuena o címbalo que retiñe”que puede hacer daño a los oídos del Dios de la justicia y de la práctica de la misericordia. No. El cristianismo no es solo un pietismo o un puritanismo. La fe cristiana nos compromete con el mundo y con el prójimo apaleado y tirado al lado del camino. Si no, no hay seguimiento posible del Maestro Jesús.

Mientras no sigamos al Maestro en todas estas cosas, yo creo que no puede existir ni la iglesia creíble ni el auténtico ritual. Debemos cambiar. Estar más comprometidos con el prójimo y el mundo. Ser mucho más las manos y los pies de Jesús en medio de un mundo de dolor. Que no nos preocupe trastornar el mundo con nuestro compromiso de seguimiento al Maestro. Él nos dio ejemplo hasta la muerte. Redimamos a la iglesia hoy. 

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[title]Por un año más[/title]

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