Podemos discrepar sobre cosas secundarias, pero ¿qué pasa cuando se niegan doctrinas como el valor redentor y expiatorio de la muerte de Cristo, o su resurrección?
Para un conservador en teología como yo, es lógico que lea a los diferentes teólogos, no conservadores, con mis propias “gafas” del conservadorismo. (Claro que por eso no voy a pedir disculpas). También es lógico que, independientemente de que muchas declaraciones de dichos teólogos me gusten porque, entre otras cosas, se ajusten a la revelación divina, otras, no obstante, me parecen fuera de lugar y, por muy grande que sea la erudición de aquellos no por eso me dejo impresionar. Porque, podemos discrepar sobre cosas secundarias, pero ¿Qué pasa cuando se niegan doctrinas como el valor redentor y expiatorio de la muerte de Cristo? ¿Qué cuando se niega la resurrección corporal de Jesús-Cristo como un hecho histórico? ¿Acaso Dios tenía que pedir permiso o tratar de “demostrar” el hecho de la resurrección a los “historiadores” del momento para que tomaran nota del mismo? No me parece que tuviera que ser así, en vista de que nunca lo hizo a lo largo de los siglos a través de los cuales “Dios habiendo hablado… muchas veces y de muchas maneras, en otro tiempo…” (Hb.1.1-3).
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Dios es soberano y hizo como quiso; a su manera y no a la nuestra. Fue Jesús el que en la parábola (¿o era una historia real?) del rico y Lázaro y ante la petición del rico que estaba sufriendo la condenación que merecía, le rogó a Abrahán que enviara a sus hermanos a esta tierra para que les avisaran de lo que le esperaban si no obraban conforme a la justicia. Pero la respuesta de Abrahán fue clara:
“A Moisés y a los profetas tienen, si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se persuadirán aunque alguno se levantare de los muertos”. (Lc.16.1-14)
Así que ¿para qué preocuparse por querer convencer a gente que para nada quería –ni quiere- ser convencida, ni tenerle en cuenta al Señor en su vida? Sin embargo, los hechos históricos de la gran Revelación divina debían ser revelados a aquellos que fueron preparados previamente, para recibirlos. Igual que en el pasado (1P.1.10-12). Igual que en el tiempo de Jesús. Fue Pedro el que, en relación a esos grandes hechos de la revelación de Dios en Cristo Jesús, sus obras, muerte y resurrección, dijo que no apareció…
“a todo el pueblo sino a los testigos que había ordenado de antemano, a nosotros que comimos y bebimos con él después que resucitó de los muertos…”; “Y nosotros somos testigos de estas cosas…” (Hch.10.39-43).
Así es. Por eso, predicar el Evangelio no es predicar lo que nosotros queremos, sino lo que Jesús predicó y encomendó a sus discípulos. Y eso incluye su muerte redentora, su resurrección de los muertos y su exaltación a los cielos. Pero con respecto a la resurrección del cuerpo, no hemos de olvidar que lo que muere es el cuerpo, no el espíritu. Y en cuanto a la resurrección del cuerpo, era algo que ya estaba profetizado por David, el rey de Israel:
“Porque no dejarás mi alma en el Hades, ni permitirás que mi cuerpo vea corrupción…” (Sal.16.8-11; Hch.2.25-27).
Entonces, teniendo en cuenta esto último, cuando un teólogo –sea el que sea- dice que Jesucristo no resucitó físicamente y, por tanto, no es un hecho histórico, está negando una de las más grandes verdades del Evangelio, tal y como aparece en el Nuevo Testamento (Hch.1.1-4; 10.39-40; 1ªCo.15.1-8). De ahí que afirmar como dicen algunos que… “Jesús resucitó en los corazones de sus discípulos” pero no tal y cómo se afirma en las Escrituras… O decir que “eso de la resurrección es un mito construido por la primera comunidad cristiana…” es una gran falsedad; una mentira que ha llenado los corazones de muchos creyentes que prefieren creer más en la “erudición” de algunos “grandes teólogos” (afortunadamente, no todos) que en el testimonio inspirado de las Sagradas Escrituras. Claro, decir esto en un ambiente académico donde se defienden estas ideas le hace aparecer al que así lo ve y lo afirma como un ignorante a causa de su falta de “preparación teológica”; y lo miran como si fuera un “pobrecito”; un “bicho raro”. Mucho nos tememos que en esos ambientes haría falta la valentía del Apóstol Pablo para decir:
“Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación para todo aquel que cree” (Ro.1.16).
Pero ante el riesgo de ser rechazado, muchos claudican. Porque ya no sería solo el hecho de la resurrección, sino de todo lo que los apóstoles enseñaron acerca de lo que es “el Evangelio”, y que en ciertos círculos académicos es negado y tergiversado.
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Al respecto de lo que vengo diciendo, hace años leí una obra de un teólogo muy reconocido e influyente tanto en el pasado siglo XX como en lo que llevamos de este (prefiero no decir el nombre). Luego, comentando con un apreciado hermano lo que me había parecido (me preguntó él). Yo le contesté: “La verdad es que, en mucho me ha parecido altamente especulativo”. Y la razón de aquella conclusión mía (que hoy sigo manteniendo) es que sus argumentaciones y conclusiones carecían –a mi parecer- de sustento bíblico que las respaldara. Algo que, de aceptarlas, necesariamente te llevarán, tarde o temprano, fuera del testimonio bíblico y, consecuentemente, a una fe espuria; y en algunos casos incluso a la pérdida de la fe. Lo hemos visto en algunas ocasiones. Pero como nuestro contexto evangélico es bastante reducido, no nos cabe duda de que en un contexto mucho más amplio, esa realidad se ha dado y se da en mucha mayor medida, ¡y mucho más de lo que podemos imaginar! Entonces, que Dios nos guarde de desviarnos del punto de referencia máximo que son las Sagradas Escrituras. Y este consejo no es mío, es apostólico. Lo dijo Judas: 3, 17; lo dijo el Apóstol Pedro: 2P.1.12; 3.15-16; lo dijo el apóstol Pablo: Fil.3.1-2. Pero por sobre todos ellos lo dijo y lo ordenó el Señor Jesús que es el que les dio autoridad a todos ellos y todo cuanto compartieron, sea por palabra o por medio de sus escritos (Lc.24.45-49).
Así que, en relación con las grandes enseñanzas de las Sagradas Escrituras… que no nos cuenten cuentos.
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