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“El hijo del pastor”

A algunos de estos niños y jóvenes se les trata “de buena fe”, con “sinceridad”, pero con muy poca gracia y mucho legalismo.

PALABRA Y VIDA AUTOR 942/Angel_Bea 05 DE JUNIO DE 2024 13:45 h
Imagen de [link]Michał Parzuchowski[/link] en Unsplash.

Hace poco más de cuarenta años estaba de visita en casa de un matrimonio mayor, creyente. Allí coincidí con un matrimonio que estaba de visita. Él era pastor y como yo tenía mucha confianza con la familia, mis amigos me invitaron a quedarme con ellos. Lo cierto es que durante un buen rato el pastor no hablaba de otra cosa sino de su hijo de unos 7/8 años y cómo, con cierta frecuencia y cuando a juicio del padre no hacía lo que él creía que era correcto, solía decirle: "Hijo, eso no lo hace un hijo de pastor..."; "Un hijo de pastor no se comporta de esa manera…". La verdad es que faltó poco para decirle algo, amablemente, pero firme. Para entonces nosotros ya teníamos tres hijas y un hijo y alguna experiencia.



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Voy al caso de que cuando los mismos pastores hacen diferencia entre sus hijos y los demás hijos de los matrimonios de la congregación, primero al niño se le comunica la idea equivocada de que por ser "el hijo del pastor" es más especial que cualquiera de los demás niños, poniendo sobre él una presión que no es de justicia y por tanto, insana. Esa presión se duplica, además, cuando los padres, sin reparo alguno, también lo dicen delante de otros. Los demás hacen de "el niño del pastor" su punto de mira para exigir más de él; y sobre todo, los demás niños de la comunidad son los más exigentes y, ya sabemos que los niños suelen ser bastante crueles cuando se lo proponen.



Debido a esa doble presión, el niño luchará por ser lo que su papá y su mamá dicen; pero  se encontrará con las dificultades lógicas de todo niño para-hacer-lo-que-debe; pero también encontrará, para su propia frustración que el nivel y las expectativas que se esperan de él son “muy altas”. Lo que suele suceder en esos casos es que como no pueden alcanzar el nivel que los demás le exigen se convierta en un "santurroncillo" con el lenguaje evangélico, y las formas y las oraciones tan bien aprendidas. En fin, ya sabemos la naturaleza humana y su habilidad usando de subterfugios para aparentar lo que no se es.



Con el tiempo, el niño que ya es adolescente y muy pronto, joven, sabe que no es consecuente y tiene que enfrentarse con la realidad de su propia “hipocresía”. Él llega a saber que aunque aparece como "niño bueno" no lo es, cuando nadie le ve. No en vano han llegado a conocer el evangelio. Algunos haciendo uso de la gracia de Dios, son consecuentes... Quizás en un retiro/campamento juvenil o por alguna circunstancia, confiesan su pecado y entran en otra etapa en la cual, habiéndose encontrado con el Señor cara a cara, también se encuentran consigo mismos y cambian. Pero otros, no pasan por esa experiencia y, llegada la mayoría de edad se van de la iglesia; a veces incluso se van de su propia casa; si no para siempre, sí durante bastante tiempo. Años, quizás. Algunos padres esperan y esperan, pero sin darse cuenta de que ellos no fueron lo que debieron ser en la educación para con sus hijos.



Al respecto, es interesante que una parte del ministerio del profeta Juan el Bautista, sería la de "volver el corazón de los padres a los hijos y de los rebeldes a la prudencia de los justos" (Luc.1.17). Al revés de como se suele pensar: que son los hijos los primeros que deben volver a los padres: "¡Ay, esta juventud rebelde!", se suele decir. Pero el texto inspirado por el Espíritu se adelanta a señalar la responsabilidad de los padres en que los hijos sean "rebeldes"; cuestión esta que a veces no es sino una rebelión contra la injusticia que han sufrido en el hogar y aun de parte de la propia iglesia. A veces "de buena fe", con "sinceridad", pero con muy poca gracia y mucho legalismo. Lo hemos visto algunas veces y estuvimos a punto de caer en lo mismo; pero por la gracia de Dios pudimos darnos cuenta a tiempo.



Pero también se puede caer en el otro extremo, de ser un tanto "pasotas" en cuanto a la disciplina. Los padres pretenden ser “tan amorosos” que creen que lo negativo de la disciplina “va a dañar al  niño”. Craso error el no decir nunca: “¡No!” a los hijos.  Porque pasado el tiempo el niño o la niña –que para el caso es igual- comienza a darles serios quebraderos  de cabeza a los padres, de tal manera que, una y otra vez, se preguntan: “Pero ¿qué es lo que hemos hecho mal?” Y, lógicamente, para ese tiempo las cosas no son tan fáciles de “arreglar”.



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Pero volviendo al  “hijo de pastor” las cosas podrían tomar otros derroteros muy diferentes a los ya expuestos. Pudiera ser posible que el tal “hijo del pastor” ni abandone la familia ni tampoco la iglesia. Porque con el tiempo se adaptó bien a aquella forma de vida de disimulo, de hacer una cosa aquí y otra diferente allá… Y conformado a eso, el “muchacho” es posible que “sienta el llamado al ministerio pastoral” (o misionero, que para el caso es igual). Eso sería muy bien visto; principalmente por la familia. Solo tendría que recibir una formación “más completa” en una institución solvente. El caso es que, al final “el hijo del Pastor” viene a heredar el ministerio y la posición del padre, sea en su propia iglesia o en otra cualquier otra a la cual sea llamado. Ni que decir tiene que “él sabe de sobra” lo que es el ministerio pastoral: Nació en un hogar pastoral, allí se crió y allí “se formó”.



En tales casos, su autoridad espiritual no se basaría tanto en el ejemplo y el “peso” de su vida cristiana, ni tampoco en el llamado al ministerio que nunca recibió, sino en algo que se le parece, pero… No es. Por eso, en estos casos se suele echar mano de: “la autoridad que he recibido”; “el llamamiento que el Señor me ha dado” y de donde se derivará un ejercicio equivocado de la autoridad espiritual. Pero en el fondo, más bien es el haber encontrado una forma de vida que le ahorrará desempeñarse en algún trabajo secular, como cualquier otro miembro de su iglesia y que, observando bien, nunca desempeñó. 



Dicho todo lo anterior, hay muchos casos de hijos de pastores (y misioneros, que para el caso es igual) que no tendrían que ser acorde con lo expuesto antes -¡Ni mucho menos!- y cuyo ejemplo de vida y llamado, no dejan lugar a dudas a nadie. El Señor lo sabe. Pero aquellos que están bajo su cuidado y ministerio también lo saben, dada la bendición que reciben a efectos de servicio, edificación, consuelo, ayuda, aliento, etc. En estos casos, todo cuanto han vivido en sus casas y “familias pastorales” es un bagaje que, sin duda, les servirá en su formación y el desempeño pastoral allí donde ellos sirvan. 



Para concluir, también habría que señalar que si bien los niños de los pastores no son “más especiales” que los demás niños y niñas, tampoco los pastores somos “más especiales” que los demás miembros de la congregación. ¡Para nada! Pero ese también sería otro tema que, aunque relacionado, ahora no viene al caso. Dicho todo lo cual, podemos concluir diciendo que ni los ministerios ni los dones espirituales se heredan de los padres, por muy importantes que hayan sido ellos como pastores, evangelistas, maestros, etc., en vista de que…



 “Todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno como Él quiere”.



Y:



“Mas ahora Dios ha colocado los miembros cada uno de ellos en el cuerpo, como él quiso” (1ªCo.12.11,18)



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A la luz del testimonio bíblico la cuestión no es muy complicada. Sin embargo, nosotros solemos complicar las cosas, por cuestiones más de interés propio que por otra cosa. Cuando ese “interés propio” va por delante del interés divino y de su reino, la mente se oscurece, no acertamos a distinguir la voluntad de Dios de la nuestra propia, y nos convertimos en el principal obstáculo para que se cumpla su voluntad en nosotros y a través de nosotros. Tengamos, pues, mucho cuidado. La obra no es nuestra; nosotros solo somos administradores de la obra de Dios… “Y eso según lo que a cada uno concedió el Señor” (1Co.3.5)


 

 


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