En estos días de amarga polarización social y política en nuestras sociedades, el mensaje de Francis Schaeffer es un toque de atención para que mostremos, en un ambiente tan enrarecido, que la fe cristiana contiene un llamamiento al amor a todos y no a la crispación.
Se cumplen en estos días cuarenta años de la muerte del gran defensor de la fe cristiana Francis Schaeffer (murió de cáncer un 15 de mayo de 1984). Muchos de nosotros tuvimos el privilegio de acceder algunas de sus obras en castellano relativamente poco tiempo después de la publicación de sus libros en inglés, y esto, gracias a la encomiable labor de José Grau Balcells que se encargaba de traducirlos. Así, muchos pudimos leer al gran pensador americano en los mismos comienzos de nuestra vida cristiana.
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Recuerdo vívidamente algunos de sus libros como por ejemplo Huyendo de la Razón, Arte y Biblia o Muerte en la Ciudad. Los títulos de sus obras arrestaban inmediatamente nuestra atención: Pero, sobre todo, para aquellos que nos gustaba la filosofía, la ciencia o las artes, que hubiera libros cristianos que te hablaran de Hegel o de Kant, o que te citaran a Oppenheimer, a Leonardo, a Galileo o a Francis Bacon, o que mostraran que entendían a Picasso, nos confirmaba en el valor de la fe evangélica como una visión integral de la vida, que no desdeñaba nada de lo humano, sino que lo calibraba todo desde el mismo evangelio. Esto ya de por si, sería un logro extraordinario por el que siempre tendríamos una impagable deuda de gratitud con el que fuera el fundador de L' Abri en Suiza.
Pero, para los que nos hemos beneficiado a lo largo de muchos años de sus escritos, un aniversario como este es una nueva invitación a revisar el legado que nos dejó con sus obras. ¡Y no es que hayamos dejado de leerlo! Me encanta releer sus libros, por ejemplo La verdadera Espiritualidad y también cualquier obra que lo cita, ya sean biografías como la de Colin Duriez Una vida auténtica o la de Mostyn Roberts, amigo mío que le conoció personalmente, o la de William Edgar; o libros que analicen su pensamiento como el de Ranald Macaulay y Jerram Barrs sobre El Ser Humano. Últimamente he estado leyendo su correspondencia en la que trata todo tipo de preguntas que le hacían. Sus respuestas son siempre estimulantes y ¡tan compasivas! Y es que Cristo vino a salvarnos para hacernos ¡más humanos! como le gustaba repetir a Daniel Webber, mi querido profesor en el Seminario Evangélico en el que estudié en Inglaterra.
Pero, si tuviera que elegir un aspecto de su pensamiento que me parece esencial para nuestros días, no dudaría ni un momento en decir que sería el de la primacía del amor. Y, aunque podemos rastrear en toda su obra la prioridad que le concede al amor, es principalmente en una obra titulada La iglesia al final del siglo XX donde, aparentemente, encontramos el desarrollo más amplio del tema. Admito que este título no hace esta publicación suya particularmente atractiva. Pero, si nos tomamos la molestia de abrirlo, encontraremos en el mismo auténticas joyas de la fe cristiana. Esta obra de Schaeffer que se publicó originalmente en inglés en 1970 pero que ya estaba en castellano en 1973, contiene un Apéndice particularmente iluminador de la posición de Francis Schaeffer sobre el amor. El título del mismo lo dice todo: La marca del cristiano. Tiene un contenido instructivo y conmovedor. No me extraña que haya sido recientemente publicado por separado en su inglés original.
La primacía del amor se basa en el carácter mismo de Dios. El vínculo que existe eternamente entre las Tres Personas de la Trinidad es el amor: “Dios es amor”, 1ª Juan 4.8,16. Por ello, ser salvo es conocer el amor de Dios el Padre en Cristo y por el Espíritu Santo: “porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado. Porque Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos … Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros.”, Romanos 5.5,6,8. Y es que como decía Agustín de Hipona “el amor es el don más exquisito de Dios”. El amor llama al amor, así que el primer mandamiento tiene que ver con el amor a Dios: “Jesús le respondió: El primer mandamiento de todos es: Oye, Israel; el Señor nuestro Dios, el Señor uno es. Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Este es el principal mandamiento”, Marcos 12.28-30. Al mismo tiempo, el amor tiene que extenderse hacia todo ser humano: “Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento mayor que éstos”, Marcos 12.31.
Francis Schaeffer comenta que “no se trata solo de amar a los cristianos”, algo que nos puede parece obvio a la luz de la enseñanza del mismo Jesus: “Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos”, Mateo 5.44,45, pero que solemos olvidar con facilidad. Ahondando sobre el amor a todo ser humano, y usando la parábola del buen Samaritano (Lucas 10.25-37) Schaeffer comenta que: “todo hombre es nuestro prójimo y como a tal hemos de amarle, como a nosotros mismos. Este amor al prójimo está fundado en la creación misma, sea el hombre redimido o no, pues el valor del hombre consiste en que está hecho a semejanza de Dios, y por ello hemos de amar a todos y a cada uno, por mucho que nos cueste”. No solo amamos a los que nos quieren bien sino a todos y esto recordando que nadie pierde su condición de ser humano por mucho que se haya apartado de su Dios. Otra afirmación de Schaeffer parecería haber sido escrita hoy: “con excesiva frecuencia, el cristiano de buena fe, al extremar el énfasis en las dos humanidades-una perdida y otra redimida -la una todavía en rebelión contra Dios y la otra reconciliada con Dios- ha presentado un feo cuadro de exclusivismo”.
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Pero el acento de Schaeffer sobre el amor tiene asimismo mucho que ver con nuestro testimonio como cristianos. Aquí es donde creo que su contribución a nuestros días resulta capital. El fundador de L'Abri, se basa en un texto clave del evangelio de Juan: “Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros”, Juan 13.34,35. Su comentario sobre este texto es uno de los más impactantes que conozco: “Jesús le concede un derecho a este mundo, a esta civilización agonizante, el derecho de juzgarnos, bajo su autoridad, de juzgar si tu y yo somos cristianos nacidos de nuevo a base del amor que los cristianos tengamos los unos para con los otros”. Nos puede parecer muy duro e, incluso, desconcertante lo que afirma Schaeffer, pero el apóstol Juan es también muy tajante al respecto: “el que no ama no ha conocido a Dios”,1ª Juan 4.8. En estos días de amarga polarización social y política en nuestras sociedades, el mensaje de Francis Schaeffer sobre la primacía del amor es un toque de atención para que, los que nos llamamos cristianos, mostremos, en un ambiente tan enrarecido, que la fe cristiana contiene un llamamiento al amor a todos y no a la crispación. Esta es el modo de ser sal y luz en la tierra hoy en día. El amor para Schaeffer era, no una marca más del cristiano, sino la marca por antonomasia. Indicaba al comienzo de este artículo que Francis Schaeffer es conocido por ser un un gran defensor de la fe, es decir como un eximio exponente de la apologética cristiana pero, es sintomático que Schaeffer considerara al amor como “la apologética final”. Es interesante recordar como nuestro reformador, Casiodoro de Reina, en su Confesión de Fe, se refiere al amor como “infalible y perpetua marca de los suyos”. ¿Somos conscientes de la primacía del amor en la fe cristiana?
Pero, ¿Es posible amar al prójimo y al enemigo? ¿es posible vivir en amor entre los mismos cristianos? Por nosotros, en nuestras propias fuerzas, es totalmente imposible, pero es aquí donde el amor de Dios brilla con su máximo resplandor: “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados”, 1ª Juan 4.10. El amor de Dios por nosotros es redentor: nos salva de nuestros pecados, de recibir la justa ira de Dios por nuestro odio y rencor, y esto solo por medio de la ofrenda de Cristo en la cruz. Y, al mismo tiempo nos cambia y nos capacita para amar: “Amados, si Dios nos ha amado así, debemos también nosotros amarnos unos a otros. Nadie ha visto jamás a Dios. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros, y su amor se ha perfeccionado en nosotros”, 1ª Juan 4.11,12. Y es que como dice el filósofo canadiense Charles Taylor “las personas son transformadas al ser amadas por Dios”. En el amor de Dios y por su amor, podemos amar. Y es que solo si nos sumergimos y apreciamos cada vez más su amor, por pecadores como nosotros, podremos quizás, empezar a amar un poco. “Y ahora te ruego, señora, no como escribiéndote un nuevo mandamiento, sino el que hemos tenido desde el principio, que nos amemos unos a otros. Y este es el amor, que andemos según sus mandamientos. Este es el mandamiento: que andéis en amor, como vosotros habéis oído desde el principio”, 2ª Juan 5,6.
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