“Hermana, llámame algún día. Hace tiempo que no recibo tus llamadas”, pide quien nunca llama, ni llamará.
Es duro presenciar detalles que, cuando se repiten con frecuencia, causan pesadez e irritación. Provienen de personas que, a veces sin darse cuenta del todo, se creen superiores y de manera irresponsable, exigen. Por ejemplo:
–Hermano, nunca vienes a saludarme. Afirma endiosado mientras permanece sentado, esperando que sea el prójimo quien se acerque a hacerle reverencia.
–Hermana, llámame algún día. Hace tiempo que no recibo tus llamadas. Pide quien nunca llama, ni llamará.
–Pregunta: ¿No habíamos quedado en vernos hoy? No has venido.
Respuesta: Sí, es verdad, pero no me lo recordaste, jijiji.
–A ver cuándo nos vemos, dice compungido, sin poner fecha, ni hora, ni lugar, echando el balón al tejado de enfrente, a la espera de que sea el otro quien lo recoja, tome la iniciativa y decida llevárselo a casa, porque a la propia va a ser como que no.
–¿Cuándo me vas a llevar a comer? Quiere saber la persona que nunca invita.
–Hermano, préstame tal libro, es que no puedo comprármelo. Poco tiempo después te enteras de que no lo leyó, no sabe dónde lo guardó y, por lo tanto, no te lo va a devolver nunca.
–Quedamos a tal hora, confirma. Llega más de media hora tarde y contento, piensan que tu tiempo no es tan valioso como el suyo.
–Enfermé y no viniste a verme. Me quedé con ganas de que me visitaras. Este echar en cara suele salir de una boca que no pisa un hospital para ver a nadie aunque lo metiesen a empujones.
Si bien estas son feas costumbres sociales, también hacen nido en las iglesias. Todavía nos falta, no a todos, pero sí a bastantes, ese respeto hacia los demás que quizá tengamos que buscarlo en nuestros adentros, en el fondo del baúl donde seguramente están encerrados algunos de los valores que nos fueron inculcados para que los sacásemos a la luz cuando fuese oportuno y no lo hemos hecho. En caso de que rascando no lo encontremos, aprendamos a ser menos exigentes con los demás, sí más con nosotros mismos. Y si no queremos cumplir con nadie, al menos no reclamemos lo que no damos. Abusar de la confianza ajena no está bien. Ser hermanos en la fe no es excusa para el abuso. No carguemos sobre los demás las responsabilidades con las que no cumplimos. En esto, precisamente, no consiste el amor.
Así que manteneos firmes, revestidos de la verdad y protegidos por la rectitud. Efesios 6:14
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