Si el presidente quiere cargarse de autoridad moral para convocar a toda la sociedad a una recuperación de la básica corrección cívica y el respeto al discrepante, debe renunciar a ponerse por encima para reclamarles cambio a los demás.
El presidente del gobierno español acaba de concluir su período de reflexión con una declaración. Tras escucharle, concluyo que esa declaración la tenía escrita hace cinco días; no sé si ha sorprendido a muchos, pero su esquema de contenido era previsible, si exceptuamos el no-anuncio de la moción de confianza; una frase lo corrobora: “Gracias a estas movilizaciones que han influido en mi decisión”; contaba con unas movilizaciones multitudinarias (creo que para eso estaba el intervalo programado de cinco días), que finalmente no lo fueron tanto. Y era razonable que esa declaración incluyese la frase “no obedece a ningún cálculo político”. Un punto adicional de puesta en escena calculada –y no tenemos que darle ningún sentido peyorativo a la expresión, porque es correcto preparar las intervenciones y sus elementos formales– supone la visita previa al rey y la convocatoria al personal de la Moncloa: se comprenderían si fuese a dimitir, pero no para decirles “que sigo”.
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Es correcta su evaluación de la situación política como muy crispada, y merece la pena recoger su propuesta de iniciar una reflexión para rebajar la tensión y recolocar el diálogo político en su lugar, arrumbando las agresiones verbales. Ahora, el problema es cómo evalúa él esa crispación y esa falta de diálogo, porque no se coloca en el centro para analizarla, sino estima que el problema viene exclusivamente de la derecha y de sus acólitos del poder judicial y de los medios de comunicación. La democracia está amenazada, pero se concluye que la democracia es su gobierno y sus posiciones políticas y la única amenaza es la derecha. No dudo de que la derecha es igualmente responsable de la situación a la que llegamos, pero este análisis del Sr. Sánchez es parcialista y poco creíble.
Se propone como defensor y promotor de la democracia. Está bien, sin duda, pero para hacer eso hay que empezar por la autocrítica, y su comunicación carece por completo de ella; se mantiene en ese dogmatismo hispano que entiende que reconocer errores es debilidad y machacar al contrario es fortaleza. Nadie se cree que el insulto, el ataque personal, el ataque a la familia del contrario, la denigración pública, el “tú más”, sean exclusivos de la oposición. Si el Sr. Sánchez quiere cargarse de autoridad moral para convocar a toda la sociedad a una recuperación de la básica corrección cívica y el respeto al discrepante, debe renunciar a ponerse por encima para reclamarles cambio a los demás; será útil que se lea el texto bíblico de Mt 7.2-4 (la paja en el ojo ajeno) y Mt 20.25-27 (el que dirige no está por encima, sino por debajo). Se cargará de autoridad moral si comienza por reconocer que su bando participa de los mismos defectos y está dispuesto a cambiar; una buena forma de empezar sería tapándole la boca a su ministro Óscar Puente.
Es correcta su apelación a los valores troncales de una sociedad solidaria y familiar, la aplaudo, pero es paradójico que apele a la familia el presidente de un gobierno que es de los que menos ha respetado a la familia; como muestra, vale recordar la declaración de la ministra diciendo que los niños no pertenecen a los padres, o las normativas que promocionan la desintegración de la familia, como la que permite a las menores abortar sin conocimiento de sus padres o la retirada de la patria potestad a los padres que no acepten la transición de un niño.
Es igualmente correcta su apelación a la conciencia colectiva, pero la conciencia colectiva no es el pensamiento único que se está tratando de imponer desde las instancias de poder; la conciencia democrática colectiva deja lugar para el disidente, pero el gobierno del Sr. Sánchez y sus iniciativas legislativas han supuesto retrocesos en este aspecto.
Es también correcta su denuncia de las actitudes que no se corresponden con la ciencia ni con la racionalidad, pero de nuevo esta denuncia tiene fugas de autoridad moral: la Ley Trans se redactó ignorando a las sociedades científicas y haciendo oídos sordos a sus advertencias.
Dice que esto no es un punto y seguido, sino un punto y aparte, pero la realidad es que su discurso es literalmente un punto y seguido (“yo sigo, y con más fuerza”) y no ha hecho ninguna indicación de en qué consistirá el punto y aparte.
¿En qué consistirá el punto y aparte? Todavía está a tiempo de proponer una moción de confianza, como indicaba en mi artículo anterior[1], aunque el tempo político lo ha perdido al no anunciarla ahora, pero si al final lo hace, tendrá un nuevo problema, y es que los grupos que le apoyan probablemente lo sigan sustentando –porque sería para ellos peor la alternativa–, pero sin ningún tipo de entusiasmo y con un no disimulado desdén; se ha visto en las reacciones de estos grupos, que vienen a decir que para este viaje no se precisaban estas alforjas. Pero, sobre todo, deberá volver a negociar cuestiones que había cerrado con no pocas dificultades.
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Nos preocupa que ese punto y aparte suponga una mera vuelta de tuerca contra todo lo que se oponga a su gobierno. La vicepresidenta segunda ya ha anunciado que esa ola de asalto al poder de los que conspiran contra la democracia se para con política de más izquierda. Creo que no es ese el meollo del problema actual, que el propio Sr. Sánchez señala que sobrepasa las ideologías. No me parece que en este momento proceda más derecha o más izquierda, sino más diálogo, más respeto y más democracia.
Pensaba que una persona con una capacidad política y una visión estratégica tan destacada como la del Sr. Sánchez sacaría una alternativa renovadora, pero detrás de su órdago no se encuentra nada nuevo; en este sentido es decepcionante. Ahora bien, ¿es posible sacar algo positivo de esto? Creo que sí. Tiene razón el Sr. Sánchez en su descripción de la crispación general y en la necesidad de la regeneración democrática, tiene toda la razón, aunque le ha faltado la autoridad moral para sustentar sus propuestas.
Podemos dejar aparte de esa falta de autoridad moral y de propuestas concretas y aprovechar este momento político para hacer una verdadera inflexión, un real movimiento de regeneración democrática. Es el momento de preguntarnos cómo hemos llegado hasta aquí, de no limitarnos a echar la culpa de todo a los otros (sean quienes sean) y empezar por hacer cada uno de nosotros y cada colectivo una autocrítica para, desde ahí, asumir nuestras responsabilidades en la construcción del diálogo, la tolerancia, el respeto y el consenso.
Si yo fuese el presidente del gobierno, mi declaración empezaría por la autocrítica y le tendería la mano a la oposición para hacer un verdadero punto y aparte y colaborar en la necesaria regeneración democrática. Si yo fuese el líder de la oposición, haría lo mismo y tomaría la iniciativa con una llamada telefónica. Ciertamente, para cualquiera de las dos cosas, hay que saber lo que Pablo denomina “portarse varonilmente” (1Co 16.13) y que Oscar Puente traduciría correctamente –por una vez– como “echarle …arrestos”.
Y los que no tenemos responsabilidad política pública no nos debemos quedar contemplando esto con escepticismo y desdén: asumamos la cuota alícuota de responsabilidad que nos corresponde, porque el problema trasciende a la clase política e infecta a todos los niveles de la actividad social. Aprendamos a escuchar antes de sentenciar, a preguntar antes de responder, a promover la tolerancia y el respeto –que para nada son incompatibles con la solidez de nuestras convicciones– en nuestras relaciones sociales, promovamos el diálogo, aprendamos y enseñemos a construir consenso, hagamos nuestra aportación específica como evangélicos a la regeneración democrática. No tenemos que esperar a que los políticos ejerzan su obligada función ejemplarizante. Empecemos cada uno en su entorno y recordemos que los evangélicos somos instrumentos de reconciliación (2Co 5.20).
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[1] https://protestantedigital.com/ollada-galega/68208/pedro-sanchez-humanidad-o-pura-estrategia
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