La vivencia de la espiritualidad cristiana se da en un doble compromiso: el compromiso con Dios y el compromiso con el prójimo.
Puede ocurrir que en el seguimiento de Jesús, cuando creemos que hemos llegado a la meta, al final, es que hemos perdido el camino. Ese sentimiento de haber llegado al término puede indicar que nos hemos perdido.
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Puede parecer una paradoja, pero el camino del seguimiento del Maestro no se acaba en este mundo, aunque hay veces que por prepotencia o por ese deseo de justificarse a uno mismo como ocurría con los religiosos de los tiempos de Jesús, creemos que estamos en la cúspide, que hemos llegado. El problema es que esa sensación puede ser falsa puede dar a entender que hemos perdido el camino. ¡No hemos llegado! ¡Nos hemos perdido!
Triste experiencia para muchos religiosos que confiando en ellos mismos, en sus cumplimientos, lecturas bíblicas, ofrendas y otros creen que han llegado a la cumbre, que han llegado a la meta, al final de su recorrido espiritual, cuando se puede dar la circunstancia de que estén perdidos en rituales y cumplimientos religiosos.
Perdemos el camino cuando perdemos la figura de Jesús, también del Jesús histórico que anduvo por la tierra haciendo bienes y dignificando personas. No seguimos sólo a un Jesús como una entelequia abstracta allá en la gloria que nos llena de gozo y satisfacciones religiosas múltiples. También tenemos que seguir a un Jesús de forma comprometida con el prójimo, con los débiles de la tierra, con los abusados e injustamente tratados.
Los que no tienen esta parte tan esencial y comprometida del seguimiento al Maestro, es muy probable que, aunque crean que han llegado, estén en un error. Puede ser que hayan perdido el camino y se hayan conformado con la comodidad del descanso y con no con ser los pies del Señor caminando en medio de un mundo de dolor por donde también circula el camino del seguimiento al Maestro, aunque sea con pies cansados, heridos, doloridos y con el calzado hecho polvo, estropeado de andar y andar por ese camino tras el Maestro.
Los que creen que han llegado y se sientan a descansar y mirar al cielo pensando que ya tienen el gozo de la recompensa quizás es que ya no ven al Jesús que, en nuestro aquí y nuestro ahora en este mundo, va delante de nosotros dando ejemplo de vida, de prioridades, de formas de comportamientos solidarios y amorosos en relación con el prójimo que nos necesita.
No. Seguir el camino no es tan cómodo. Quizás te has perdido y te has sentado a la sombra de algún arbusto que te satisface y ya no piensas en el camino, ni en tus responsabilidades cristianas ante el prójimo que te necesita. Prefieres mirar al cielo e intentar disfrutar de bendiciones que crees que te has ganado por tus prácticas religiosas, tus rituales y cumplimientos eclesiales.
Muchas veces perdemos la figura de Jesús, el que anduvo en la tierra haciendo bienes, el que nos dejó el concepto más grande y generoso que jamás el hombre ha podido escuchar: El concepto de projimidad. El de amar al prójimo como a nosotros mismos y además que ese amor esté en semejanza con el amor al mismo Dios.
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Es entonces cuando nos quedamos con un Jesús más difuso, mucho más conceptual que histórico y real, un Jesús que, de alguna manera, hemos interiorizado y que está en nuestra mente como si de nosotros dependiera el poder configurarlo a nuestra forma aunque estemos dando la espalda al grito del menesteroso, del oprimido, del abusado y que clama por justicia y misericordia.
Puede parecer en muchos de esos momentos que ya hemos llegado, pero ¿y si es que te has perdido? Cabe el riesgo. La vivencia de la espiritualidad cristiana se da en un doble compromiso: el compromiso con Dios y el compromiso con el prójimo. Cuando falta alguna de estas facetas es que estamos perdidos aunque nos demos golpes de pecho y nos creamos mejores que tantos y tantos otros a los que consideramos perdidos y abandonados de Dios y de la historia nuestra.
Piensa, pues esto puede ocurrir: ¡AÚN NO HAS LLEGADO! ¡HAS PERDIDO EL CAMINO!.
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