El tweet de Dios sobre la boca que habla verdad

Eufemismo es el término que designa esa manera de hablar por la que algo que sería malsonante se convierte en aceptable. La palabra procede del griego euphēmismós, compuesta de eu, que significa bien, y phēme, que significa modo de hablar, con lo cual un eufemismo es literalmente un buen modo de hablar. Es evidente que hay ocasiones, entornos y asuntos en los que se impone la etiqueta en el habla por razones pertinentes, para no quebrar ciertas normas que han sido establecidas en aras del bien de todos. En esos casos lo que se persigue con el uso de los eufemismos no es retorcer ni desvirtuar la realidad, sino vestirla para que no sea ofensiva innecesariamente. No es lo mismo decir “ha parido” que “ha dado a luz”, aunque ambas expresiones se refieran al mismo hecho. Si como dice el refrán a buen entendedor pocas palabras bastan, a buen hablador le serán útiles algunos eufemismos.

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Sin embargo, puede ocurrir que el eufemismo ya no solamente maquille la envoltura del lenguaje, sino que desvirtúe la realidad que hay detrás del lenguaje y la convierta en otra cosa, a gusto del declarante. Entonces es cuando la intención consiste en ir más allá de un simple cambio de apariencia, para producir un cambio de esencia. En ese momento, lo que está en juego es la propia naturaleza de la realidad, que al ser incómoda hay que modificarla, si bien procurando que parezca que no ha habido tal modificación.

La verdad es una de esas nociones fundamentales de las que no se puede prescindir, por un lado, pero, por otro, con las que es muy difícil convivir y por tal razón se buscan salidas que permitan conjugar la verdad con la comodidad, si bien la oposición que hay entre ambas entidades hace imposible esa conciliación. Para tratar de conseguirla no queda más remedio que acudir a la adulteración de la verdad, aunque intentando que parezca genuina. Es semejante a lo que hacen los falsificadores de billetes, cuya reproducción imita al original, pero no es el original.

La verdad se puede considerar desde dos aspectos, siendo uno el que la hace espejo de la realidad y otro el que la hace origen de lo auténtico. Como espejo de la realidad, la verdad no puede dejar de reflejar lo que hay si no quiere ser infiel a sí misma. Si esa realidad es agradable o desagradable es independiente de la tarea de la verdad, que no consiste en presentar sólo el primer aspecto y evadir el segundo, sino en mostrar lo existente. Por ejemplo, tal debería ser el cometido de los profesionales de la comunicación, aunque el propio poder de influencia que tiene la comunicación la hace ostensible de parcialidad, para beneficiar a unos y perjudicar a otros. Basta con leer o escuchar las noticias de cada día para percibir tal diferencia, dependiendo de a quién se lea o se escuche. Del mismo modo, la verdad sobre los hechos es fundamental para el ejercicio de la justicia, al estar basada ésta en aquélla. No puede haber justicia donde no hay verdad, de ahí que la misión de cualquier juez sea el esclarecimiento de la verdad, a fin de juzgar con justicia.

Pero el otro aspecto de la verdad es el que la constituye en origen de lo auténtico, en oposición a lo falso, y en este sentido se requiere que la fuente de la verdad tenga plena credibilidad. Si la vida es un camino, es evidente que es preciso andar de modo que no se acabe en el hoyo, para lo cual necesito que quien está facultado para decir la verdad me enseñe cómo debo vivir. No puedo depender del criterio de cualquiera, ni tampoco del mío propio, toda vez que no son fiables. Si de algo sirve la experiencia es para constatar que supuestos portadores de la verdad no son más que mentirosos disfrazados, por lo que guardarse de ellos es vital para no terminar mal. También esa experiencia me enseña que mi propio corazón no puede ser el criterio último de la verdad, porque es cambiable y se zarandea de un lado para otro como la caña sacudida por el viento.

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Que la verdad es una es evidente, porque de haber más de una eso mismo la constituiría en negación de sí misma. Y que la verdad es absoluta también es evidente, porque de no serlo ese mismo hecho negaría su naturaleza y su existencia. Igualmente, la verdad es objetiva, al ser una y absoluta, porque de ser subjetiva habría tantas como sujetos hay, lo que la convertiría en relativa. Por tanto, estamos frente a algo que no puede ser atribuido a ninguna criatura, porque es anterior y más grande que cualquier criatura.

Hay un tweet de Dios que dice lo siguiente: ‘Porque mi boca hablará verdad y la impiedad abominan mis labios.’ (Proverbios 8:7). Aquí encontramos a quien pronuncia palabras, pero palabras verdaderas. La persona que así habla se erige en fuente fidedigna, porque en su boca no hay mezcla ni componenda, no hay partidismo ni favoritismo. Llama la atención que se contraponga en ese texto la verdad con la maldad, cuando lo lógico sería que se contrapusiera la verdad con la mentira. Pero hay una lógica en ese contraste, porque, a fin de cuentas, la mentira es maldad. Y el que habla no sólo afirma que su boca es origen de la verdad, sino que repudia la maldad.

El que así habla es el mismo que dijo: ‘Yo soy la verdad’ (Juan 14:6). Única, absoluta, objetiva y personalizada. 

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[title]Por un año más[/title]

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