La cultura que se encierra en sí misma, minusvalorando a las otras, está condenada a muchos fracasos y empobrecimientos.
En muchas ocasiones hemos oído hablar de los demonios del colonialismo económico, pero existen también esos demonios que, de alguna manera, imponen una globalización que nos abraza a todos: demonios del colonialismo cultural. ¡Huid!
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¡Cuántos problemas! ¡Qué importante es esto para nuestra relación con nuestros hermanos de allende los mares y fronteras, esa relación que hemos de tener con tantos y tantos nuevos ciudadanos con las urdimbres culturales del lugar en el que nacieron.
Quizás, colonialismo económico y cultural no sean comparables, aunque seguro que tienen raíces de alguna manera comunes, pero si malo es el colonialismo económico con sus perversidades, no menos problemático es el colonialismo cultural que, además de que ya va impuesto por la globalización, gusta en los países de acogida de inmigrantes que, en tantos y tantos casos, trabajan y luchan por una homologación cultural despreciando el gran valor de las culturas del mundo. ¡Huid!
Además es importante porque estos nuevos ciudadanos impregnados y moldeados por sus culturas de origen entran en nuestras iglesias y, realmente, nadie es extranjero en la casa de Dios. ¡Nadie! Venga de donde venga y sea cual sea su bagaje cultural.
¡Qué error! La cultura que se encierra en sí misma, minusvalorando a las otras, está condenada a muchos fracasos y empobrecimientos. Si algunos creen que pertenecen a la cultura dominante que es muchísimo mejor, e intenta fagocitar y anular a las muchas fuerzas culturales que en el mundo se van introduciendo con las migraciones internacionales, sean éstas económicas, por problemas políticos u otros, se están equivocando y empobreciendo. ¡Huid de ello!
Importante: no solo que no se respeta la diversidad cultural que se muestra en el mundo, sino que se está rechazando otro concepto aún peor: la interculturalidad que sería imprescindible trabajar en el seno de nuestras iglesias. No tendamos en ellas a la homologación cultural. Huid y practicad la interculturalidad. Ésta consiste en la relación entre las culturas sin prepotencia alguna y siempre abiertos a enriquecernos con la cultura del otro en plan de igualdad.
¡Huid! Huid de los demonios de ese colonialismo cultural y empobrecedor que parece caminar hacia una cultura cerrada, clausa e impuesta sin respetar la diversidad cultural y la apertura hacia una riqueza inmensa que pueden aportarnos otras culturas. No os dejéis poseer por estos demonios colonialistas.
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Los países o ciudades de acogida no tienen por qué tender a una homologación cultural impuesta. ¡Huid de ello! Son los demonios del colonialismo cultural que va imponiendo la globalización en un proceso de rechazo y muerte de otras culturas. Lo que se da es un proceso empobrecedor de esa cultura dominante o globalizante.
La verdad es que el rechazo de estos viejos o nuevos demonios se configura también como una cuestión de ética cristiana. ¿Por qué? Porque los demonios del colonialismo cultural afectan a la percepción que tenemos de nuestro prójimo procedente de las migraciones internacionales. Afecta a la consideración, en tantos y tantos casos negativa, que tenemos del otro, quizás del diferente. No entramos en esa consideración cristiana de “Somos diferentes, somos iguales”, porque todos somos iguales delante del Señor.
La iglesia no tendría que verse afectada por los ideales culturales del culto a la eficacia que reina en el corazón de nuestras culturas europeas. La ética de muchos parámetros de nuestras culturas de acogida es ver al hombre subordinado al utilitarismo, a la eficacia, a la técnica. Desde estos parámetros se puede no entender lo que es la interculturalidad que valora las culturas del mundo en un plan de igualdad enriquecedora. La cultura que se encierra en sí misma tiende a deteriorarse y a morir.
Muchos valores culturales y de la persona humana que nos llega a nuestras puertas están subordinados a lo que nos resulta útil y beneficioso para que se faciliten nuestros cómodos sistemas de vida, pero el hombre dentro de su urdimbre cultural, religiosa y social, vale “más que una oveja”, vale mucho más que una empresa o que una persona que asiste a nuestras necesidades.
¡Cuánto pueden aportar otras culturas a la humanización de nuestras sociedades y de nuestras iglesias! Hay que buscar lo que de valores humanos, valores dignificadores, creativos y evangélicos hay en otras culturas. Nosotros los creyentes tenemos unos parámetros: los valores del Reino que irrumpen en nuestra historia con la llegada de Jesús al mundo. Huyamos de todo colonialismo cultural.
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