El ser humano en su maldad es el que, poco a poco, va tejiendo la red en la que él mismo, tarde o temprano caerá.
Recientemente nos hemos encontrado con la noticia de que Francia ha incluido en su Constitución el derecho de las mujeres a abortar. Así, sin más, se acabará en ese país con la discusión sobre el tema acerca de en qué mes y en qué casos podría abortar una mujer. Con esa decisión el aborto se “consagra” como “palabra de Dios” para toda la sociedad, en todo caso y en cualquier tiempo que sea solicitado por cualquier mujer. ¡Y ay de aquel que se atreva a elevar su voz en contra de esa “definitiva” resolución! Tendrá toda la ley en contra y pagará muy cara su osadía.
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Mientras pensaba en esto recordé que la primera vez que leí acerca del aborto fue en la revista Selecciones a principio de los años setenta del siglo pasado. En un artículo, se recogía el testimonio de dos enfermeras que habían trabajado en dos clínicas abortistas, en los EEUU de América. Ellas dejaron aquellos centros debido a que ya no podían soportar más y daban testimonio de lo que vieron; de cómo allí llegaron a producir abortos de fetos con 6, 7 y 8 meses; los depositaban en grandes cubos de basura, tal y cómo los sacaban del vientre de su madre y allí los dejaban, entre gemidos, hasta que morían. Dichos testimonios eran espeluznantes; pero no parecía que molestase mucho a las conciencias de aquellos que los practicaban como algo… normal. Es lo que pasa con aquellas conciencias que se han endurecido tanto que han perdido la capacidad de discernir entre el bien y el mal, llegando a calificar a lo malo como bueno y a lo bueno como malo (Ef.4.17-20; Is.5.20-21). Hoy día los que llevan a cabo esas malvadas acciones disfrazan de forma más “técnica” su maldad.
Por mi parte, y aparte de otras consideraciones que habría que tener en cuenta, tengo el convencimiento de que si a una mujer que quiere abortar se le informara bien de todo lo relacionado con esa acción, muchas mujeres se lo pensarían; y muchas de ellas, después de pensarlo, no lo llevarían a cabo. Si no se hace normalmente, será porque no se quieren despertar sentimientos de culpabilidad que harían revertir la decisión inicial de abortar. Aunque no es la única cosa que podría realizarse a favor de la vida y en contra de esa perversa práctica que es el aborto. Mientras pensaba en esto, recordaba dos cosas.
Una: en las décadas que me tocó vivir entre los años 40 y 60 y parte de los 70 del siglo pasado, he visto familias humildes con 2, 4 y hasta 6 y 7 hijos que, a pesar de las dificultades económicas y de las injusticias, los sacaron adelante con mucho trabajo y sacrificio. Esas madres, que fueron unas heroínas de verdad, podían renegar de las circunstancias en las cuales vivieron, de la escasez que padecieron en todo el proceso en la crianza de sus hijos e incluso del machismo que padecían a todos los niveles dentro de aquella cultura bastante generalizada, pero en su caso, reforzada por la dictadura franquista del nacionalcatolicismo. Sin embargo, aquellas madres jamás renegaron de sus hijos e hijas que dieron a luz. Esas familias humildes, trabajadoras y sacrificadas en extremo, contribuyeron con su esfuerzo y sacrificio (¡mucho más de lo que podemos imaginar!) a levantar nuestro país y dejarlo en un nivel económico que nada tenía que ver con lo que era 25 años atrás, recién salidos de una maldita guerra in-civil. Y eso, al margen de todos cuantos defectos se podrían señalar en aquella sociedad. Pero de lo que no me cabe ninguna duda es que aquellas mujeres, esposas, madres, hermanas, etc., eran unas verdaderas mujeres de valor y entre las cuales se encontraba mi madre, mi suegra y también se encuentran mi esposa, nuestras hijas y otros muchos millones más de mujeres, tanto de las que nos precedieron como de las actuales. Mujeres a las cuales hemos de honrar más que a muchas que, aparte de vociferar, no se les reconocen méritos que merezcan dicho reconocimiento y honra.
La otra cosa que vino a mi mente es la entrevista que le hicieron a Osama bin Laden, a mediados de los años 90 del siglo pasado, titulada El terrorista más buscado. Entre otras cosas, él decía:
“Nuestros hermanos se están casando con mujeres europeas, y vamos a llenar Europa de hijos nuestros. Vamos a usar vuestra democracia para destruirla. Por cada mascota que vosotros tenéis, nosotros tenemos 4, 5 y 6 hijos. Y cuando seamos muchos, nuestros votos pesarán tanto o más que los vuestros; y lo que no podamos conseguir por medio de los votos, lo conseguiremos por medio del terrorismo (…) Vosotros no podéis soportar apenas un muerto, pero nosotros tenemos más de un millón de hermanos nuestros que están dispuestos a sufrir el martirio por nuestra causa”i
A Osama Bin Laden hace años que lo liquidaron; pero si alguien piensa que ese ideario dado a conocer por él, y que ya estaba en muchos otros, ha desaparecido de la mente de tantos y tantos que asumieron su discurso, está muy equivocado. Será cuestión de tiempo. Una cultura –entre otras, la nuestra- no desaparece tan fácilmente. De eso hay testimonio de sobra en la historia, tanto en el Antiguo Testamento como en la historia secular. Solo hace falta que, poco a poco, la maldad se extienda en sus múltiples expresiones, y al igual que ocurrió con Sodoma y Gomorra, “el pecado llegue a su colmo” (Gén.13.13; 18.20). Entonces Dios no tendrá que moverse de “su trono” ni un ápice para ejecutar juicio alguno. El ser humano en su maldad es el que, poco a poco, va tejiendo la red en la que él mismo, tarde o temprano caerá, “recibiendo en sí mismo el pago debido a su extravío” (Ro.1.27).
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Mientras, de fondo, me parece oír una “extraña” voz, diciendo:
“Amasteis más el placer y la comodidad que a vuestros propios hijos a los cuales matasteis en el vientre de vuestras mujeres; por tanto, vuestra tierra será llena, hasta el hastío y para vergüenza vuestra, de los hijos de extraños”.
Y eso no sería un “mensaje de odio” como muchos, apresuradamente, podrían pensar sino la consecuencia lógica de practicar y legislar el mal. Y yo ni me tengo por profeta, ni tampoco pretendo serlo.
Notas
i La entrevista aludida aparecía en el desaparecido semanario -hace años- conocido como Época. Por lo que no he podido confirmar fecha exacta. La cita es hecha de memoria y entre otras muchas cosas, Osama bin Laden decía lo anotado aquí.
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