Un té con pastas

Abrió la caja de té y buscó uno de sabor suave: té blanco con pétalos de azahar.

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Sacó el diminuto saquito de su envoltorio transparente y cómo hacía siempre sin que nadie la viera acercó la nariz para oler el contenido de la bolsita que contenía unos mínimos gramos de té.

Vertió el agua en una taza e introdujo la infusión que, sumergida en aquel relajante baño, desprendió un agradable aroma tiñendo la transparencia del agua de un ambarino color. 

Humeaba la taza entre sus manos, reposada en ellas expelía un olor que le resultaba familiar, fragancia de tiempos ya pasados, horas desgastadas que volvían vestidas de recuerdo y que en vez de expeler para ahuyentarlos los atusó con la cadencia de una caricia amiga.

Se vislumbró lejana, jovial, teniendo entre sus manos una taza diferente a la de ahora pero de idéntico contenido. Una tarde de invierno lejano pero nunca olvidado viene a presionarle el pecho con la fiereza de una voraz alimaña que intenta con astucia robarle el gozo presente con añoranzas del ayer.

Las manos que un día prometieron sostenerla fueron las causantes de un daño continuado.

Aquellas manos secas y rudas le ocasionaron más dolor en el alma que en el rostro.

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Tantas veces ha mudado la piel que piensa que este envoltorio que ahora la recubre es demasiado fino, tan frágil que podría rasgarse con el simple roce del viento. Sin embargo, nunca ha sido más fuerte que ahora.

Portando en sus manos una tibia taza que se enfría poco a poco, descubre sin asperezas la libertad tantas veces ansiada y delimitada en el ayer por la tiranía de quien dijo la amaría para siempre.

Es una mujer libre, coronada de esperanza, redimida por un Dios que ha soltado sus ataduras y le ha devuelto alas. 

Ya no mira atrás con nostalgia. No esgrime preguntas incoherentes que le proporcionan desconcierto y temor. Ella sabe quien es su Señor y alejada de la mano que le ahogaba ha prometido volar libre.

Hoy degusta una libertad que nunca imaginó.

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[title]Por un año más[/title]

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