Hacer buen uso de lo que el Señor ha puesto en nuestras manos es una de las primeras verdades que un discípulo de Cristo debe aprender.
En uno de los viajes evangelísticos de Juan Wesley, un hombre se le acercó, gritando: “¡Señor Wesley, señor Wesley, algo terrible ha pasado! ¡Su casa se quemó completamente!”. Después de pensar un momento, Wesley respondió con calma: “No se preocupe. No era mi casa. Era del Señor y esto significa que ahora tengo una responsabilidad menos”.
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Wesley seguramente no respondió de esta manera, sabiendo que estas palabras se recordarían por siglos venideros. Simplemente, mostraba la actitud de una persona consciente de la realidad: era un simple administrador de asuntos divinos. No era la respuesta de un hombre que había perdido el contacto con la realidad, sino más bien lo contrario, él apreciaba la realidad perfectamente.
Wesley entendía algo fundamental: Dios es dueño de todo, y nosotros solo cuidamos lo que Él nos da.
Vamos a profundizar este tema un poco.
¿Qué significa ser administrador? La respuesta es sencilla: Es alguien que administra los bienes de otro y tiene plenos poderes para llevar a cabo su misión con éxito.
Precisamente por esta razón, Dios nos ha dado autoridad sobre la creación. Sojuzgar la tierra no significa explotarla o destruirla, sino usar en el nombre de Dios lo que Él ha puesto a nuestra disposición. Por lo tanto, ser “administradores de Dios” define nuestra vida como cristianos. Y lo más esencial que se espera de un administrador es que sea fiel y leal a su señor.1
Es curioso que de las 46 parábolas que Jesucristo nos contó en los evangelios, 11 tienen que ver con ese tema. Hacer buen uso de lo que el Señor ha puesto en nuestras manos es una de las primeras verdades que un discípulo de Cristo debe aprender.
Nuestra relación con el Señor se define en términos de “señor” y administrador. Muchas veces los autores bíblicos usan expresiones como “siervo”, “mayordomo” e incluso “esclavo”. A continuación, voy a intentar resumir las lecciones que podemos sacar de las parábolas que tratan de este tema y resumirlo en 16 puntos. 8 tienen que ver con el Señor que es el Dueño, y 8 tienen que ver con nosotros, los administradores.
Empezamos con lo nuestro:
Uno de los errores más graves de un cristiano es olvidarse que tendrá que rendir cuentas de las cosas que le fueron entregados. Se trata de bienes materiales, de dones, de talentos y de nuestro tiempo. Nuestra vida no es nuestra. Somos siervos del Señor. De hecho, la palabra doúlos en griego significa “esclavo”. Pablo nos enseña esta verdad en varias ocasiones2.
Una de nuestras aspiraciones tiene que ver con la fidelidad. Esto quiere decir que cumplimos nuestras tareas y obligaciones de tal manera que el Señor quedaría contento cuando Él nos observe. De hecho, siempre lo hace. La lealtad incondicional a nuestro Señor nos caracterizará hasta que finalmente nos llame a su presencia. Este es el momento cuando nos jubilamos para recibir tareas en el mundo eterno que se corresponden con la fidelidad mostrada en esta vida.
¿Quién dijo que la vida cristiana en este mundo es un paseo por el parque? Simplemente, emulamos a nuestro Señor que dijo: “Mi Padre hasta ahora trabaja, y yo trabajo (Jn. 5:17)”. Sin embargo, trabajar para nuestro Señor no es una carga, sino la actividad más satisfactoria que existe. Somos llamados a llevar a cabo algo en el mundo que solo un cristiano puede hacer: extender el Reino de Dios.
El Señor nos ha encargado la administración de sus bienes. Por lo tanto, tenemos que sopesar cuidadosamente como invertimos lo que nos ha sido confiado. Como buenos inversores evitamos tanto los riesgos incalculables como las inversiones estériles. No administramos el statu quo, sino que multiplicamos lo que hemos recibido.
En cualquier momento, nuestro Señor puede acercarse para decirnos: “Ha llegado la hora, vente conmigo. Ya no te necesito en la tierra”. Un buen contable siempre tiene sus libros al día, de la misma manera que un gerente de un supermercado siempre tiene que estar listo para una inspección sanitaria. La inspección divina puede llegar sin previo aviso. Para el siervo fiel es causa de gozo y no de preocupación.
Sabemos que nuestro Maestro es justo. Sus instrucciones han sido precisas y sus expectativas son altas. Si hacemos nuestro trabajo sabiamente, el resultado será excelente y la recompensa del Señor sobrepasará nuestras expectativas más audaces. Pero nuestro Señor odia el despilfarro, la pereza y la chapuza. El temor al Señor es un incentivo saludable a la hora de desempeñar nuestras tareas y el secreto de la vida (Ec. 12:13).
Nuestro enfoque está en nuestras tareas, no en las de otros. El Señor personalmente evaluará a cada uno y no delega este trabajo en nosotros. Sí, tenemos una responsabilidad por nuestros hermanos, pero no somos sus policías, ni sus superiores.
Nuestra vida gira alrededor de los intereses del Señor y no de nuestros intereses particulares. Todo se supedita a la voluntad divina y a nuestros esfuerzos de servirle lo mejor posible. Por lo tanto, ahora vamos a hablar del maestro. Cabe recordar algunas verdades que con frecuencia se olvidan o se descuidan.
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Hablamos primero de Dios:
Se trata de una de las verdades más importantes de la vida cristiana y al mismo tiempo nos cuesta muchísimo aceptarla en la práctica. Sí, teóricamente estamos todos de acuerdo: el Dios nuestro es Señor de todas las cosas. Pero en el día a día de nuestras vidas vivimos muchas veces como si todo dependiera de nosotros y caemos en un abismo de decepciones cuando las cosas no van como las hemos previsto.
Nuestro Señor no solamente es Dueño de todo, sino que además tiene todo el poder para hacer lo que se ha propuesto. En la teología se habla de los decretos de Dios. Lejos de ser una amenaza, aquel que sabe de su papel de administrador, descansa en los designios divinos.
Al mismo tiempo, hay que constatar lo que la Biblia nos enseña, con la misma claridad que el Dueño de todas las cosas confía en sus siervos. Esta confianza es de tal magnitud que en las parábolas de Jesucristo el propietario a veces se va de viaje a un país lejano. Esto indica que durante su ausencia confía completamente en las capacidades y la autoridad delegada en sus siervos.
Pero la cosa va más lejos: el Señor no solamente espera que sus propiedades no sufran calamidades y que se administren bien. No, Él además espera que en su vuelta sus bienes se hayan incrementado considerablemente. La razón es sencilla: los administradores tienen plenos poderes para llevar a cabo sus tareas con garantías de éxito. No solo administran, sino que invierten para cosechar.
Las instrucciones dadas antes de la salida son ley. La descripción del trabajo para los mayordomos es exacta y no deja lugar a dudas. Sin embargo, no hay una evaluación constante de la eficacia del administrador, sino que todo se revisa en la vuelta del Señor. Mientras tanto, el administrador hace bien en evaluar regularmente el progreso de su tarea.
Hay una cita ineludible. El Señor volverá y nosotros tendremos que rendir cuentas. No es una amenaza, sino un aliciente. Aquel que tiene sus cuentas al día y hace un trabajo responsable verá cómo su gozo aumenta en la medida que el día del reencuentro se está acercando.
El Señor ya es generoso porque permite al siervo a trabajar en su lugar y además le garantiza comida, bebida y vestimenta. Pero aparte de todo esto, la generosidad que se expresa en la recompensa final va más allá de lo que el administrador puede haber anticipado en sus sueños más atrevidos.
Pero también es cierto que el Maestro espera calidad, no una chapuza hecha a medias. Los vagos, los desorganizados y aquellos que consideran sus fracasos y su falta de disciplina una virtud y se jactan de su ineficacia se llevarán una mala sorpresa. Al final se quedarán sin recompensa.
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Estas parábolas que tienen como enfoque central la mayordomía son fáciles de entender, aunque muy olvidadas en la práctica. Para terminar voy a resumir lo expuesto en cuatro afirmaciones:
Nuestro comportamiento y decisiones tienen consecuencias para la eternidad.
Hay incentivos y motivaciones para serle fiel al Señor.
Nuestro enfoque cae sobre responsabilidad y obligación, no sobre nuestros derechos.
No importa lo que los demás piensen, únicamente lo que nuestro Maestro piensa.
Me gustaría añadir un toque personal al final de este artículo: después de más de 40 años en el servicio del Señor, no puedo imaginar una actividad más gratificante y estimulante que estar al servicio del Rey de reyes. No sé cuándo tiempo aún me queda hasta que termine mi trabajo aquí. Lo que sí sé es que no lo cambiaría por nada en el universo. Y sí, ¡anhelo ver a mi Señor!
Notas
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