Un autobús especial

Qué satisfacción sintieron al entrar en aquél medio de transporte que se había hecho tan famoso. Los empleados de la agencia que llevaba al grupo a Cataluña, les habían comentado que en él viajó una vez Pau Gasol. Como muestra de que la propaganda era cierta, la foto en la que el baloncestista aparecía junto al chofer se hallaba colocada a la vista de todos en la parte delantera del vehículo. El conductor, a su lado, parecía un hermano pequeño. Pau alto y elegante, con el porte que le caracteriza y ese semblante sereno que transmite paz a pesar de la actividad de su trabajo. Este jugador, fue referente de equipos importantes que apostaron por él y pusieron en sus manos las herramientas necesarias para que pusiera a su equipo en lugar preeminente.

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Al subir, nerviosos, iban preguntando cuál era aquel asiento que tuvo el honor de proteger las posaderas de Pau. Sin ningún tapujo, se les indicó el lugar y hacia allá se dirigían, intentando ocuparlo a base de codazos, como si la tapicería pudiera contagiar a quien lo ocupara algo de su esencia, otorgarle más cuerpo, más agilidad, más musculatura, más amabilidad.

Lo consiguió una señora algo despistada y con escasa soltura en sus andares. Le fue fácil porque había entrado la primera y, debido a su problema, taponó el pasillo sujetándose a los reposacabezas hasta llegar a la meta que todos deseaban. Lo curioso, así lo cuentan, es que no se había percatado del asunto e interés del resto de viajeros. Iba lenta, a su aire. Sin embargo, el destino es el destino y esta vez le guiñó el ojo a ella. En primer lugar depositó su bolso. A continuación se quitó la chaqueta. Luego se dejó caer en el asiento como quien aterriza soltándose prematuramente de un paracaídas. Fue entonces cuando la competencia la miró de infinidad de maneras transmitiendo mensajes subliminales poco agradables. Algunos pensaron ser más merecedores de estar allí. Lo curioso fue que la mujer apenas entendía de baloncesto. Otros, por su parte, rendidos a la evidencia, la felicitaron por su suerte. Fue entonces cuando entendió el verdadero entresijo de aquellas bullas, griterío y miradas maliciosas.

—¡Ay, qué a gusto se va aquí! —Comentó con la persona de al lado.

El viaje le parecía sorprendente y a pesar de que algunos estaban atentos a cualquier descuido para usurparle el sitio, ni siquiera necesitó bajar en la parada obligatoria de diez minutos para repostar e ir al baño.

Cuando llegó a su destino se sentía como una reina y este estado le sirvió para compensar algunos de los complejos que le acompañaban en su viaje por la vida.

En la recepción del hotel les atendieron con celeridad. Mientras sacaba la ropa de su maleta y la colocaba en el armario de la coqueta habitación que se le había asignado, se preguntó si alguna vez ella dejaría esa importante huella en algún lugar. Si su paso por la existencia serviría de modelo para otros.

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Se sentó en el borde de la cama y siguió reflexionando durante unos minutos más hasta que una de sus amigas llamó a la puerta y le avisó de que el grupo de viajeros la esperaba en el comedor, nadie quería empezar si ella no estaba presente. Con este aviso entendió que, al fin y al cabo, era una persona querida y eso le sirvió mucho.

Cuentan también que aquella mujer era cristiana, que siempre quiso dejar la impronta de su creencia por dondequiera que iba, que se veía a leguas que el Señor la había colocado en este mundo con una misión regalada. Esa que depositaba sin orgullo, sin malos rollos, casi sin darse cuenta.

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[title]Por un año más[/title]

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