Si alguien piensa que los escritores de himnos clásicos eran serios y aburridos, es porque no conoce realmente la vida de ninguno de ellos.
La vida de los autores de himnos es mucho más apasionante que las de los que hoy llaman “salmistas”. Una biografía honesta y nada edulcorada del ahora centenario Sabine Baring-Gould (1834-1924), autor de Firmes y adelante, no tiene comparación con la de ningún músico de alabanza en la actualidad. Este extraño teólogo, arqueólogo, poeta, novelista, historiador y anticuario no es sólo famoso por sus recopilaciones de canciones populares, sino que era alguien tan extravagante que lo mismo escribía cuentos de fantasmas que un completo estudio sobre licantropía, como El libro de los hombres lobo: Información sobre una superstición terrible, publicado en Madrid por Valdemar. Si alguien piensa que los escritores de himnos clásicos eran serios y aburridos, es porque no conoce realmente la vida de ninguno de ellos.
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Aunque nació en Exeter (Inglaterra), su padre había trabajado en la famosa Compañía de las Indias Orientales, pero sufrió un accidente de carruaje que le obligó a retirarse prematuramente. Aburrido de Londres, se dedicaba a viajar por toda Europa con su esposa y su hijo, desde que tenía solo tres años. Sabine Baring-Gould fue instruido por su padre, pero gracias a su deambular aprendió a hablar correctamente seis lenguas. Tras estudiar en Cambridge y ordenarse como pastor anglicano, su pasión por los viajes no hizo más que aumentar. Tras casarse con una muchacha de su primera iglesia en Yorkshire, fue como pastor a un pequeño pueblo de Devon, donde tuvo una gran familia, que le acompañaba a menudo en sus numerosos viajes.
En 1862 recorre a solas Islandia a caballo. Lo cuenta en un libro que publicó al año siguiente sobre sus paisajes y sagas, acompañado de una serie de acuarelas, al que siguieron otros dos volúmenes con sus propias traducciones de las sagas. Sabine había viajado en un barco de vapor danés, que llevaba correo, mercancías y pasajeros a la isla desde Copenhague. Llevaba poncho y medias impermeables, así como un flotador para casos de emergencia, pero el caballo no tuvo suficiente hierba para comer en el camino. Por lo que tuvo que volver antes de lo que pensaba. Pasó, sin embargo, cuarenta días y cuarenta noches al aire libre. ¡Quién piensa que estos himnos huelen a bancos de madera, no tiene la menor idea de dónde vienen!
[photo_footer]En 1862 recorrió a solas Islandia a caballo, lo que cuenta en un libro que publicó al año siguiente sobre sus paisajes y sagas, acompañado de una serie de acuarelas.[/photo_footer]
Lo que más nos extraña hoy de Baring-Gould es su afición a las historias de fantasmas y hombres-lobo. Sabine escribió veintitrés cuentos sobre aparecidos, un género muy popular en aquel entonces. Baring-Gould no era ni mucho menos el único teólogo al que interesaban estas cosas. Otro ejemplo muy conocido es el del profesor de Nuevo Testamento de la Universidad de Cambridge, Westcott, que hizo una conocida edición del texto griego de las Escrituras, que ha servido de base para la mayor parte de las traducciones actuales. Los críticos de estas ediciones de la Biblia suelen acusarle a menudo de ocultista por ser aficionado a los cuentos de fantasmas, cuando en realidad a lo que pertenecía es a un club de lectores de este tipo de historias, nada que se parezca a un grupo ocultista.
Todavía más racionalista es su acercamiento al fenómeno de la licantropía, que califica desde el propio subtitulo de su Libro de los hombres lobo como Una superstición terrible. Es una obra que ha inspirado mucha literatura fantástica. La publicó en Londres, en 1865. En ella investiga la información que desde la antigüedad ha dado lugar a una serie de leyendas en Europa sobre la existencia de lobos humanos. Estos relatos míticos, en el siglo XVI se convierten en una auténtica plaga. Las explicaciones son muy variadas. Van desde las drogas alucinógenas hasta la posesión diabólica, pero no parece más que una mera superstición.
[photo_footer]Su libro sobre licantropía está publicado en Madrid por Valdemar con un pr¢logo del crítico de cine Antonio José Navarro.[/photo_footer]
Cuando murió mi padre llegaron a mis manos unos libros que habían escrito mis abuelos, que habían sido catedráticos de universidad de medicina y zoología en Madrid y Salamanca. Uno de ellos trata sobre el lobo en España. Al mirarlo, me sorprendió que en ese contexto académico mi abuelo dedicara una larga sección del libro a la licantropía. No sé de dónde viene ese interés en mi familia. Aunque tengo bastante vello, les aseguro que no hay antecedentes en mi familia de repentinas apariciones de pelo en las noches de luna llena.
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Aunque Baring-Gould no era un gran músico, había recopilado un gran número de canciones populares con la ayuda de otros dos hombres, uno de los cuales era también pastor. Durante doce años viajaron por Devon y Cornualles visitando antiguos cantantes en su casa y en el campo. Su publicación en cuatro volúmenes es la más importante que se hizo, después de que otro pastor hiciera lo mismo en Sussex, publicándolo privadamente en 1843. Su nombre, sin embargo, ha quedado inseparablemente unido al himno Firmes y adelante (Onward Christian Soldiers).
[photo_footer]Tras casarse con una muchacha de su primera iglesia en Yorkshire, fue como pastor a un pequeño pueblo de Devon, donde tuvo una gran familia, que le acompañaba a menudo en sus numerosos viajes.[/photo_footer]
El día después de Pentecostés era fiesta en los colegios de York. El año 1865 Sabine dice que había organizado que la escuela de su pueblo se uniera con el colegio del pueblo vecino. Quería que los niños marcharan de una aldea a otra. Buscó algo que pudieran cantar en el camino, pero no encontró nada apropiado. Se puso por lo tanto esa noche a escribir lo que llamó Un himno para una procesión con cruz y estandartes:
Firmes y adelante, huestes de la fe
Sin temor alguno, ¡que Jesús nos ve!
Jesús soberano, Cristo al frente va,
Y la regia enseña, tremolando está.
Estos himnos marciales fueron muy populares hasta los años 60 del siglo pasado. La guerra del Vietnam hizo que el movimiento pacifista renaciera incluso en una nación tan militarista como Estados Unidos. Para aquellos que hemos sido objetores de conciencia, nos cuesta pensar en la imagen bíblica del cristiano como un soldado. No hay, sin embargo, un cuadro que se repita más reiteradamente a lo largo de la Escritura que éste. No sólo el Antiguo Testamento está lleno de visiones de guerra, sino que el propio apóstol llama a los Efesios a “vestirse de toda la armadura de Dios” (6:10-17).
En la segunda carta que Pablo escribe al joven pastor Timoteo le anima a “sufrir penalidades como buen soldado de Jesucristo” (2:3). Ya que cuando somos llamados a seguir a Cristo, entramos en una lucha. La Palabra de Dios nos llama a combatir contra el poder del mal en nuestra vida y el mundo. ¡Debemos resistir al Maligno! El mismo Dios, sin embargo, que nos manda luchar, nos da fuerzas para la batalla.
Al sagrado nombre de nuestro adalid,
Tiembla el enemigo, y huye de la lid.
Nuestra es la victoria, dad a Dios loor,
Y óigalo el averno, lleno de pavor.
[photo_footer]El nombre de Sabine Baring-Gould ha quedado inseparablemente unido al himno Firmes y adelante, traducido por el obispo Juan Bautista Cabrera de la Iglesia Española Reformada Episcopal.[/photo_footer]
Ese llamado a luchar contra el mal es confundido a veces con una actitud agresiva, por la que algunos no dejan de pelearse los unos con los otros. Si formamos parte de un mismo ejército no podemos concentrarnos en aquello que nos divide. En tiempo de guerra hay que unir filas para que, apoyándose unos a otros, podamos luchar juntos, con el mismo espíritu de camaradería y oración, que expresa este himno:
Somos sólo un cuerpo, y uno es el Señor,
Una es la esperanza y uno nuestro amor.
Los evangélicos creemos que la Iglesia de Cristo debe andar unida en la verdad y el amor. No es una institución humana la que nos une, con un centro geográfico como Roma, sino la verdad de Dios en su Palabra (Juan 17:17). No es algo que nosotros creamos, si no que recibimos por medio del Espíritu Santo, que crea esa unidad. La forma de guardarla no es por lo tanto mantener la uniformidad de un ejército. Podemos andar a un mismo paso, mantenido la unidad en la diversidad.
Nuestro llamado no es, finalmente a una guerra santa, si no a una marcha al Cielo, en que invitamos a todos a unirse a nuestra peregrinación (Pueblos vuestras voces, a la nuestra unid). ¡Hay muchos que nos anteceden! Son “los ya gloriosos”, de los que “marchamos en pos”. Adoran en los cielos a Aquel que es el Rey. Y nos llaman a unirnos en un cántico de victoria, por el que reconocemos el triunfo del Cordero. Él ha ganado la batalla y vencido a todos nuestros enemigos. Por eso cantamos:
¡Paz, honor y gloria, sea a Cristo Rey!
Esto por los siglos, cantará su grey.
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