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La promesa y el bautismo con el Espíritu Santo (III)

Ningún creyente que ama a Dios y quiere todo lo que él ha dispuesto para sus hijos e hijas, quiere perder nada de la bendición de Dios.

PALABRA Y VIDA AUTOR 942/Angel_Bea 10 DE ENERO DE 2024 09:00 h
Imagen de [link]Mads Schmidt[/link], Unsplash.

En la pasada exposición sobre este mismo tema decíamos que el Espíritu Santo había sido prometido en el A. Testamento y que su venida estaba relacionada con el Nuevo Pacto que Dios haría con el pueblo de Israel, anunciado tanto por el profeta Jeremías como Ezequiel, con todo cuanto en ese contexto significaba. Pero también y de una forma clara fue el profeta Joel quien profetizó la venida del Espíritu Santo con consecuencias que ni el mismo pueblo se había imaginado, tal y cómo ya vimos. 



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Las primeras referencias a la venida del Espíritu Santo



Las primeras referencias que tenemos en el Nuevo Testamento a la promesa del Espíritu Santo, las hizo Juan el Bautista. Pero al hacerla la hizo refiriéndose a ella como el “bautismo con el Espíritu Santo”. El Bautista anunció: 



Yo os bautizo con agua; pero viene uno que es más poderoso que yo, de quien no soy digno de desatar la correa de su calzado; él os bautizará en Espíritu Santo y fuego” (Lc.3.16).



El Evangelio de Mateo y Lucas añaden: “y fuego”, pero no así Marcos ni Juan (Mt.3.11; Mrc.1.7-8; Lc.3.16; J.1.33). Sin embargo, será el evangelista Juan quien hará alusión a la promesa del Espíritu Santo de una forma más amplia, clara y que nos permitirá entender el tiempo de su venida, que tendría lugar después de su exaltación a los cielos (J.7.37-39); pero también da la razón de su venida, relacionada con el cumplimiento mismo de la promesa; añadiendo, además, el múltiple propósito de su venida expuesto en los capítulos 14-16. Luego, cuando el Señor resucitó y apareció a sus discípulos les ordenó que esperaran el cumplimiento de la promesa en Jerusalén (Lc.24.49; Hch.1.1-8).



El cumplimiento de la venida del Espíritu Santo



Ahora, en el mundo evangélico hay un problema a la hora de interpretar tanto el momento de la venida del Espíritu Santo como en relación con el significado de dicha venida. Por una parte unos afirman que la venida del Espíritu Santo se produjo el día de Pentecostés y a partir de ahí el Espíritu Santo se recibe por cada creyente, en la medida que éste reconoce y recibe a Jesús como su Señor y Salvador, previo arrepentimiento. Así es cómo lo señaló el Apóstol Pedro en su predicación a la multitud, el día de Pentecostés. (Hch.2.38-39). Pero por otra parte, otros afirman que los apóstoles ya habían recibido el Espíritu Santo cuando Jesús “sopló y les dijo: Recibid el Espíritu Santo” (J.20.21-23). Entonces lo que sucedió en el día de Pentecostés –siempre según ellos- es que “fueron investidos de poder para la misión”, tal y cómo el Señor les había prometido (Lc.24.47-49; Hch.1-8). Ese sería el significado de la venida del Espíritu en Pentecostés. De esa manera –se afirma- los Apóstoles habiendo recibido el Espíritu Santo previamente, habrían nacido de nuevo (J.3.3,5-6) y experimentado la regeneración (Tito 3.4-6). De esa forma quedaría establecida su doble experiencia como “modelo” para todos los creyentes a lo largo de la historia. En términos prácticos, eso quiere decir que si el creyente primero experimenta la conversión y el nuevo nacimiento espiritual cuando acepta a Cristo como su Salvador, es necesario que luego tenga que pasar por la experiencia subsecuente del “bautismo con el Espíritu Santo”. Y esta experiencia se evidenciaría por medio de “hablar en otras lenguas desconocidas”, como ocurrió el día de Pentecostés (Hch.2.4-11). De no ser así, aseguran, el creyente viene a perderse una parte esencial de la obra del Espíritu Santo en su vida y en su ministerio. Esta posición reconoce al creyente nacido de nuevo, pero que no ha sido bautizado con el Espíritu Santo. Pero, ¿cuándo se produjo la venida del Espíritu Santo que había sido prometido? 



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¿Cuándo fue la venida del Espíritu Santo sobre la Iglesia? 



A la luz de ambas posiciones sobre el tema planteado es del todo lógico que muchos creyentes se hayan preguntado cómo son las cosas realmente. Ningún creyente que ama a Dios y quiere todo lo que él ha dispuesto para sus hijos e hijas, quiere perder nada de la bendición de Dios; pero por otra parte, ningún creyente quiere incurrir en el error en algo tan importante como es este aspecto mencionado sobre la persona y obra del Espíritu Santo. Entonces cabe preguntarse ¿qué fue lo que pasó en Pentecostés? ¿Fue el cumplimiento de la promesa de la venida del Espíritu Santo sobre los 120 reunidos, o fue un revestimiento de poder para la misión?



La venida del Espíritu Santo no fue antes de Pentecostés



Antes de contestar las preguntas formuladas convendría aclarar que en el Nuevo Testamento no encontramos ninguna evidencia de la venida del Espíritu Santo antes de Pentecostés. La razón es que la venida del Espíritu Santo no podía darse antes de la exaltación de Jesús. Fue el evangelista Juan quien hizo tal afirmación con ocasión en la cual Jesús hizo un llamado a todos los sedientos espirituales:



En el último y gran día de la fiesta, Jesús se puso en pie y alzó la voz, diciendo: El que cree en mí de su interior correrán ríos de agua viva. Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él; pues aun no había venido el Espíritu Santo, porque Jesús no había sido aun glorificado” (S. Juan, 7.35-39)



Pero además de esta declaración del Apóstol Juan tenemos las afirmaciones de Jesús en el mismo Evangelio de S. Juan, cuando una y otra vez hizo referencia a la venida del Espíritu Santo, después de su resurrección: “Os conviene que me vaya; porque si no me fuere, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré…” (J.16.7-8 y sgtes.). La misma afirmación hizo Jesús en el libro de los Hechos de los Apóstoles, una vez resucitado (Hch.1.5-8).



Por lo cual cuando el Espíritu Santo vino en Pentecostés los apóstoles no tuvieron duda de que la promesa había sido cumplida. De otra forma el Apóstol Pedro no hubiera relacionado el hecho y su propia experiencia con la profecía de Joel: “Esto es lo dicho por el profeta Joel…” (Hch.2.16-20). Promesa de la cual ellos eran los receptores y los miles de judíos a los cuales predicó, eran testigos de lo sucedido: 



A este Jesús resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos. Así que exaltado por la diestra de Dios y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que vosotros veis y oís” (Hch.2.32-33).



Con esas evidencias escriturales no deberíamos afirmar otra cosa de lo que se dice en las mismas, las cuales nos llevan a las siguientes conclusiones: 



1.- “El bautismo con el Espíritu Santo” era sinónimo de recibir el Espíritu Santo. Esa realidad no contradecía que fuese a la vez un revestimiento de poder para la misión. Pero no era solo eso. Era mucho más que eso. De hecho, los 120 reunidos el día de Pentecostés no hubieran sido revestidos del poder de Dios a menos que el Espíritu Santo viniera sobre ellos y todos fueran llenos del Espíritu Santo (Hch.2.4). Es por esa razón que cuando se hace referencia en el libro de Hechos de los Apóstoles a Pentecostés, se afirmaba que “Dios ha dado su Espíritu Santo a los que le obedecen” (Hch.5.31-32); y es por esa razón que en el Concilio de Jerusalén Pedro, al hacer referencia a Pentecostés dijo que Dios les dio el Espíritu Santo tanto a ellos como a los de la casa de Cornelio (Hch 15.8).



2.- La venida del Espíritu Santo en Pentecostés hizo posible el cumplimiento del Nuevo Pacto en los seguidores de Jesús de todos los tiempos.



Aquí es importante que tomemos conciencia de que la venida del Espíritu Santo en Pentecostés es uno de los hechos fundamentales de la Revelación divina, al igual que la encarnación del Verbo, la muerte, la resurrección de Jesús y su exaltación. Y sin la venida del Espíritu Santo el plan de salvación de Dios hubiera quedado inconcluso. De ahí su importancia. Por tanto, en relación con esta verdad la venida del Espíritu Santo hizo posible que Dios cumpliera el Nuevo Pacto anunciado por Jeremías y Ezequiel, tal y cómo vimos en la pasada exposición (Jer.31.31-34; 32.38-40; Ezq.36.25-27; Heb.8.8-13). Al respecto el profeta Ezequiel hizo referencia a una obra santificadora/purificadora en el interior de los creyentes. Esa obra la comenzó el Señor Jesús en sus discípulos por medio de su Palabra (J.15.3); pero sería completada por el Espíritu Santo aplicando los beneficios de la obra de Cristo en la cruz. De ahí que Jesús anticipara esa obra limpiadora cuando dijo: “Ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado” (J.15.3). Pero fue el apóstol Pedro quien daría una pincelada en el Concilio de Jerusalén, de lo que supuso la recepción del Espíritu Santo en Pentecostés, así cómo en los creyentes de la casa de Cornelio: 



Y Dios que conoce los corazones, les dio testimonio, dándoles el Espíritu Santo lo mismo que a nosotros; y ninguna diferencia hizo entre nosotros y ellos, purificando por la fe sus corazones” (Hch.15.8-9).



Es evidente que el apóstol Pedro hace alusión a esa obra santificadora del Espíritu Santo que vino a completar la obra de Cristo realizada en los discípulos por medio de su Palabra y en la cruz. A partir de ahí ninguna conversión, arrepentimiento y fe se producen en los individuos sin el concurso de la obra santificadora de la Palabra de Dios y del Espíritu Santo (Ver, 2Ts.2.13-14; 1P.1.2,22-25). Algo que, como ya dijimos, fue anunciado por el profeta Ezequiel. Pero también hizo posible el cumplimiento de la profecía de Jeremías, en la cual anunció que Dios mismo, como Maestro enseñaría a sus “hijos e hijas” de forma personal (Jr.31.31-34).



3.- La venida del Espíritu Santo en Pentecostés hizo posible el cumplimiento de la promesa de la morada de Dios con y en los creyentes “para siempre” (J.14.15-17.23).



Efectivamente, la promesa que salió de la boca de nuestro bendito Salvador y Maestro se cumplió el día de Pentecostés, haciendo posible que Dios mismo, en cuanto Dios Trino, morara, tanto en el creyente individual como en su iglesia, que vino a ser “el templo del Dios viviente”:



Respondió Jesús y le dijo: El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará y vendremos a él y haremos morada con él” (Ver, J.14.23 con 1Co.3.16; 6.19; 2Co.6.16; Ef.2.21-22; 1Ti.3.15). 



¿El Dios trino, morando en el creyente, en cada uno de sus hijos e hijas? ¡Sí! Es algo que no podemos entender. Pero que no podamos entenderlo no significa que no sea posible. No lo será para nosotros, pero sí para Dios. Él lo dijo, lo cumplió y lo seguirá cumpliendo. Por lo cual podemos decir, con toda confianza, que en el día de Pentecostés la Iglesia de Cristo se fundó y comenzó a edificarse por el poder del Señor Jesús a través de su Espíritui. Las palabras de Jesús, “edificaré mi Iglesia” (Mt.16.18) tuvieron su comienzo ese día señalado, cuando el Nuevo Pacto fue cumplido en las personas que recibieron “el Espíritu Santo enviado del cielo” (1P.1.12) y que seguirá cumpliéndose a través de los siglos, hasta el fin de la Historia.



4.- Con la venida del Espíritu Santo en Pentecostés se hizo posible que se cumpliera en los creyentes las palabras de Jesús relacionadas con dicha venida. (J.14.26; 15.26-27; 16.7-15).



Así es. Ya hicimos referencia a las palabras de Jesús a sus discípulos, en el Evangelio de Juan y en las cuales Jesús puso de manifiesto la labor del Espíritu Santo de recordar, enseñar, dar testimonio de Cristo al mismo creyente y este al mundo; pero también de revelar (en el caso de los Apóstoles) sobre “las cosas que habrán de venir” (J.16.13-15). Todo lo cual tuvo su real y fiel cumplimiento en los creyentes de la primera generación, dejándonos el testimonio vivo a través de las Sagradas Escrituras del Nuevo Testamento. Pero no podemos olvidar que el mismo Espíritu obra en todos los creyentes de todos los tiempos, llevando a cabo el ministerio redentor de Cristo, iluminando y edificando nuestras vidas para asemejarlas a la de nuestro Salvador, el Señor Jesucristo. Algo que sin la venida del Espíritu Santo en Pentecostés, no sería posible.



Conclusión



Al llegar a este punto y después de ver lo que significó la venida del Espíritu Santo el día de Pentecostés, es lógico que nos planteemos algunas preguntas. Estas tendrían que ver con aquel hecho y el llamado “bautismo con el Espíritu Santo”, con las señales que rodearon aquel acontecimiento del día de Pentecostés: las lenguas de fuego, el ruido “como de un viento recio” y el hecho de que los que “fueron llenos con el Espíritu Santo” hablaran en otras lenguas. Pero también nos preguntamos por el significado de aquel acto de Jesús que tuvo lugar después de su resurrección, estando con sus discípulos y cuando “Sopló diciendo: “Recibid el Espíritu Santo” (J.20.22). ¿Recibieron, entonces, el Espíritu Santo o, qué fue lo que pasó? ¿Sería que el Espíritu Santo tendría que venir en dos etapas? ¿Sería lógica esa idea? Esas preguntas trataremos de contestarlas, con la ayuda del Señor, en sucesivas exposiciones.



 



Notas




i No entro a valorar si la Iglesia es algo totalmente nuevo, aparte del pueblo de Israel. En un sentido no es nuevo, ya que la Iglesia no sería sino el resultado del cumplimiento del Pacto que Dios haría con su pueblo Israel. La Iglesia, en todo caso estaría compuesta por “los unos y los otros” (judíos y gentiles. Ef.2.11-22) que creyeron, desde el principio, en el testimonio que Dios dio acerca de su Hijo Jesucristo, tanto antes de la cruz como después de la obra salvífica de Dios en Cristo Jesús. 




 



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