Los pastores de Belén no eran santos

Los pastores a los que la gloria y el resplandor de Dios los rodeó hasta darles temor no eran unos hombres santos. Eran hombres rudos acostumbrados a la briega y a los posibles riesgos. ¿Se pueden parecer en algo a los hombres de hoy? Y si hay alguna semejanza, ¿por qué nuestros coetáneos también rudos y muchos de ellos descreídos no tienen el privilegio de que les rodee la gloria y el resplandor de Dios hasta que tiemblen de miedo? Quizás en el mundo hoy sería necesario la repetición de esa primera Navidad, de ese nacimiento de nuestro Salvador.

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Podríamos pensar que sería bueno que se repitiera esa primera Navidad, ese nacimiento que celebramos, para ver si de nuevo se repite el hecho de que la gloria y el resplandor del Señor inunde al mundo, y los hombres todos tiemblen de temor ante lo inefable, ante la irrupción de lo sobrenatural.

Ahora, respondiendo al título del artículo sobre si los pastores de Belén eran santos tenemos que decir que no. Los pastores de Belén no eran santos, no eran unos hombres bondadosos como muchas veces los presenta la tradición de nuestros belenes. No es que fuera malo el tener que luchar hasta matar al lobo o a los animales salvajes, lo cual les curtía en una especie de violencia, sino que también tenían que luchar contra los ladrones.

¿Sabéis que hay comentaristas que dicen que los pastores en aquella época asaltaban incluso a peregrinos para poder robarles? Yo no tengo datos exactos sobre esto, pero los historiadores de la época no presentan a los pastores como hombres tranquilos que vivían en un ambiente bucólico mirando al cielo esperando mensajes del Creador.

También se dice de ellos que muchas veces se enfrentaban a pequeñas batallas por los pastos, porque, a veces, metían sus ganados en pastos ajenos que no les pertenecían. Estaban acostumbrados a la lucha, al peligro, al riesgo, a cierta violencia propia de hombres rudos que tenían que cuidar de sus ganados y defenderlos.

Quizás haya en todo esto alguna semejanza, guardando las distancias de la época y el ambiente cultural y social, con los hombres de hoy preocupados también por defender lo suyo hasta llegar a juicios, peleas, relaciones tensas y desagradables con el prójimo que vive cerca de él.

Si se viera cierta relación y se confirmara que el hombre no ha cambiado mucho a lo largo de la historia, ¿existe la posibilidad hoy de que la gloria y el resplandor de Dios se pueda manifestar también en una especie de repetición de la primera Navidad? ¿Podría hacerse presente la gloria y el resplandor del Señor en el mundo hasta que el hombre de hoy tuviera miedo ante la cercanía de lo trascendente? ¿Podría darse ese revulsivo sobrenatural en nuestro aquí y nuestro ahora o es que, acaso, se está dando y el hombre coetáneo nuestro tiene cerrado sus oídos y sus conciencias?

¿Por qué no se repite esa circunstancia de esa primera Navidad en nuestras Navidades de hoy, en nuestros tiempos pascuales en medio de nuestras preocupaciones y trabajo? Y si el hombre de hoy temblara al igual que aquellos hombres que pastoreaban sus ganados en medio de la noche, ¿Se podría dar desde lo alto el mensaje de “No temáis”? ¿Es que ya no existen esas huestes celestiales que puedan irrumpir en nuestros ambientes para que el hombre ocupado y estresado de hoy llegue a una reflexión aunque sea a través del temor?

Lo que no sé es si la capacidad de respuesta que tuvieron los pastores, aunque fuera por el miedo y el temor, la podría tener el hombre de hoy o si, en cambio, sus conciencias están más adormecidas. Es como si el hombre coetáneo nuestro no quisiera ya que sus conciencias le interpelaran y, posiblemente, nuestros hombres de hoy en día ante esa especie de temor más o menos santo, no quisieran pasar “hasta Belén para ver lo que ha sucedido”. Quizás las conciencias del hombre en nuestros días estén más endurecidas que las de aquellos pastores que reaccionaron en obediencia a esa especie de llamada.

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Si el mensaje de los ángeles era universal, “para todo el mundo”, ¿podría ser para todo tiempo y seguir resonando todavía hoy y, quizás, nosotros no queremos escucharlo porque hemos endurecido nuestros oídos, corazones y conciencia? ¿Es que, quizás, también estamos sordos a todo lo que implique un mensaje de gozo y paz? ¿No tenemos hoy corazones tiernos y por eso ni vemos ni escuchamos mensajes de gozo y alegría como los que oyeron los pastores?

Son temas de reflexión, pero a mí me gustaría que fuéramos cambiando nuestros corazones de piedra por corazones de carne y que tuviéramos el oído y la sensibilidad atentos por si, en algún caso, nos llega algún día ese resplandor y esa gloria sobrenatural que  nos inunde y que podamos ser sensibles a ellos y, aunque nos pueda causar algo de temor, sepamos que en el fondo son mensajes de gozo para todos nosotros porque “un niño nos es nacido, hijo nos es dado” que es la causa de que podamos celebrar una Navidad auténtica como agradecimiento al que vino para salvarnos y darnos el mensaje de “en la tierra paz”, mensaje tan necesario no solo en esta Navidad, sino para siempre en el mundo. Quizás no haya que ser santos para que nos inunde el resplandor del Señor.