Sin embargo, yo creo que una evangelización integral debe tener los tres planos de actuación, dependiendo de los momentos y de las circunstancias. Pathos, logos y diaconía, deben caminar juntos y sólo debemos separarlos a efectos didácticos y nunca descompensarlos.
Jesús no evangelizó ni hizo la implantación del Reino que emerge con la figura de Jesús en la historia usando exclusivamente, o más abundantemente, desde uno de los tres canales descompensando lo que debe ser una evangelización integral. Jesús habló, empatizó, actuó, sirvió, dignificó, emocionó, hizo pensar... Por eso cuando veo evangelistas que espiritualizan todo desencarnando la evangelización y actúan más y de una forma continuada desde situaciones sentimentales, desde el pathos, sólo contagiando emociones y mimetismos vitales a base de experiencias religiosas compartidas y testimonios que emanan de la subjetividad, veo ciertos peligros. No sé si a eso se le puede llamar evangelizar el mundo.
También, cuando sólo se usan los superespiritualismos y las emociones, sin entrar en un análisis de lo que Dios espera de una vida transformada por la fe, de la responsabilidad cristiana, de lo que implica ser una persona convertida y que acepta a Dios en la vida, cuando no se pone en semejanza el amor a Dios con el amor al prójimo, también la diaconía sufre, o simplemente se usa como una herramienta para poder bombardear con la palabra y la emoción al ayudado. Si la evangelización no va orientada también desde el logos y la diaconía, se puede convertir en un misticismo vano, en un espiritualismo desencarnado que gana adeptos, pero no fieles a la verdad, al cristianismo, al seguimiento de Jesús.
Transmitir el Evangelio no es sólo influir desde la personalidad del predicador, no sólo conseguir el encantamiento del público que escucha, no es contagiar emociones ni manipular a las personas. Evangelizar es comunicar la verdad, el plan de salvación, la sana doctrina. Es verdad que la doctrina puede producir vivencias en las personas, revitalizarnos, llenarnos de efusividad y de deseos de dar a conocer a otros lo que nosotros hemos conocido y experimentado, pero esto no implica que la efusividad, los sentimientos y el pathos en general, sean la única vía de evangelización. El evangelizado, el convertido, es aquél que asimila la verdad, la conoce hasta que ésta le hace libre, que se convierte en las manos y los pies del Señor en medio de un mundo de dolor y, necesariamente, tiene que practicar la diaconía y el servicio.
El evangelizado no sólo tiene que cambiar sus formas de sentir el fenómeno religioso, no sólo tiene que integrase en una iglesia como si lo que interesara fuera el fomento de la religiosidad en el mundo, no es sólo una cuestión de impactos vitales más o menos fuertes, sino que el evangelizado, por haber captado la verdad, dejarse convencer por la doctrina, asumir nuevos valores, cambiar sus relaciones para con el prójimo y seguir las prioridades y los estilos de vida de Jesús. Esto no se capta solamente por el fluido de la personalidad del evangelista, ni por medio de emociones y experiencias compartidas. El hombre convertido pasa a ser un instrumento de servicio en las manos de Dios, fundamento de la diaconía, de la acción social evangélica.
El centro de toda evangelización, no debe ser sólo compartir emociones y experiencias. El centro de la evangelización debe ser compartir la verdad, una verdad que comienza a ser un fermento de cambio en la vida. Hay mentiras vivas que pueden transformar vidas, pero eso no sería evangelización. Hay magnetismos vivos y manipulaciones de las personas que las pueden sumir en un limbo de sensaciones. Es la obra de la transmisión de mentiras o medias verdades vivas preñadas de emociones, de vivencias y de testimonios que enganchan, pero la auténtica evangelización transmite verdades que se captan de forma integral por todo el ser: la mente, la sensibilidad y la vida.
El uso de la razón es esencial para la evangelización, la exposición de la sana doctrina. Algunos evangelistas que trabajan las emociones y transmiten más sus influjos vitales que la exposición de la sana doctrina, pueden decir que prefieren esos sentimientos y emociones en marcha que la doctrina muerta y apresada por la letra. Pero eso conlleva peligros. La sana doctrina nunca se puede considerar como algo inerte, la verdad nunca es algo muerto. La finalidad de toda evangelización en la verdad, en la doctrina, debe ser el motivar también la voluntad a tomar directrices distintas, propósitos nuevos encaminados por la doctrina que cambia las vidas y nos convierte en agentes del Reino, en manos tendidas, en personas dispuestas al servicio al prójimo, a ver todas las dimensiones sociales de la conversión, a experimentar que el convertido es un fermento y una levadura de cambio de las estructuras injustas que oprimen y marginan, a comprobar la integralidad del cambio... a sentirnos ciudadanos de dos mundos aunque, al final, nuestra ciudadanía esté en los cielos.
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