No estaría de más recordar que Jesús fue perseguido por los religiosos de la época y que éstos fueron los que, en última instancia, lo crucificaron. El cristianismo no lo debemos presentar como un esquema religioso para practicar el ritual cúltico.
La evangelización tiene que ser más creadora y más comprometida, no consistente en el lanzamiento de palabras o discursos, sino en ir transmitiendo una serie vivencial de valores, los valores del Reino que tienen que ser visibles en las vidas de los creyentes, en sus prioridades, compromisos y estilos de conducta, de manera que vayan abriéndonos, a nosotros y al mundo con sus estructuras de poder, a una novedad de vida, a caminar como vivos entre los muertos. Desde esta perspectiva de vida es desde donde los valores cristianos, comunicados a través de la palabra, adquieren sentido. Es desde esta novedad de vida comprometida con los huérfanos y las viudas, como prototipos de los colectivos sufrientes en la Biblia, desde donde la Palabra, puesta en nuestra boca, va a ser como espada de dos filos que penetra los corazones.
Ante esto, las estructuras religiosas, los esquemas eclesiales y los rituales religiosos, sin que los rechacemos para nada, quedan en un segundo plano. Lo fundante del cristianismo como religión, en el sentido que emplea la Biblia este concepto, es poner en marcha en el mundo ese conjunto de valores vividos por vidas cambiadas, que se recrean y rejuvenecen cada día en novedad de vida, practicando el amor misericordioso y el concepto de projimidad que nos dejó Jesús como paradigma de la evangelización. Hay que predicar hoy el Evangelio de esta forma vivencial, aunque no ahorremos luego todo tipo de palabras y discursos en la evangelización.
Desde estos presupuestos, la evangelización no debe imponer a la fuerza valores, ni usar métodos de convencimiento como si fuéramos vendedores de sueños, sino vivir la realidad del Evangelio en compromiso con el hombre sufriente y, desde ahí, cualquier mensaje que salga de los cristianos, sea oral o a base de la fuerza comunicativa de la acción, va a tener credibilidad y va a tener la fuerza evangelística de cambiar el mundo y de evangelizar tanto las culturas como las formas sociales impregnadas de valores antibíblicos.
Desde estos parámetros no debemos estar tan preocupados de hacer campañas que arrastren algunas personas a nuestras congregaciones para aumentar el escaso número de éstas, sino que la evangelización alcanza perspectivas universales usando el mundo como templo dejando de arrinconar a Dios dentro de los cuatro muros de nuestras iglesias. Si las iglesias son auténticas iglesias del Reino y no servidoras del antirreino, el Señor irá añadiendo cada día a estas congregaciones los que han de vivir el Evangelio en contacto con ellas.
La evangelización consiste en saber comunicar al mundo el testimonio de nuestra fe viva que nos ha transformado y que renueva cada día nuestras vidas. Como es una fe que hemos recibido gratuitamente, de esta forma gratuita la comunicamos en humildad. La comunicamos tanto con la vida como con la Palabra, pero no nos convertimos únicamente en palabreros religiosos que buscan el aumento numérico de sus congregaciones. Desde este punto de vista es desde donde nuestra evangelización como evangélicos se pone en paralelo con la evangelización genuina y auténtica que pueda brotar de otras confesiones cristianas. Todos debemos ser un fermento vivo de comunicación de que en Jesús hay posibilidad de novedad de vida, fermento que se activa no sólo a base de sermones más o menos evangelizadores, sino que se activa con la propia vida de los cristianos de forma integral.
Así, la evangelización, desde la gratuidad y la humildad, se debe percibir como un regalo de Dios, como un don del altísimo que lo da a través del testimonio de vida integral de sus hijos y no como si la evangelización fuera el producto de unas agencias misioneras que preparan a sus evangelistas para que lancen al mundo, a veces desde la prepotencia, un sin fin de argumentos racionales que no transforman las vidas ni las estructuras de pecado arraigadas en nuestros esquemas sociales.
Falta que el mundo vea la experiencia de vidas cambiadas que actúen como un testimonio vivo de que Dios está entre nosotros, actuando a través de sus criaturas que se convierten en sus manos y en sus pies en medio de un mundo de dolor, compartiendo tanto la vida, como el pan, como la Palabra en busca de un mundo más justo y en donde imperen los valores del Reino que irrumpe en nuestra historia con el nacimiento de Jesús. Desde estos puntos de vista, los sistemas religiosos y sus estructuras se quedan pequeños ante la fuerza de un Evangelio vivido que renueva cada día nuestra existencia y que nos habilita, como agentes de evangelización, para que otras personas a través de nuestro ejemplo y de nuestra palabra, pasen a la vivencia de lo que es la novedad de vida en Cristo.
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