Bajo un ropaje fantástico, Lewis está mostrando lo que la fe cristiana siempre ha enseñado: que con Dios nunca hay lugar para la desesperación.
El 22 de noviembre de 1963 moría en su propia casa conocida como The Kilns, el gran escritor británico C.S. Lewis. Me encuentro en estos momentos justamente en Oxford donde falleció. Y, por eso, no puedo dejar de pensar en la enorme influencia que ha tenido en mi vida, fundamentalmente desde que conocí su obra a través de uno de mis profesores del seminario en el que estudié en Inglaterra, Daniel Webber. Desde aquellos días no he dejado de leerlo con creciente interés y edificación.
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La muerte de Lewis, entonces, pasó desapercibida porque coincidió con el asesinato del presidente norteamericano John F. Kennedy en Dallas. Recuerdo como de niños mi madre nos contaba el impactó que causó su muerte, incluso en España. Cuando años después visité el museo de Dallas dedicado a la memoria del presidente, en el sexto piso de la famosa Dealey Plaza recuerdo vívidamente haber firmado en el libro de condolencias haciéndome eco de las palabras de mi madre acerca del magnicidio. Desde luego cuando uno se encuentra en el edificio, y en la ventana desde la que supuestamente disparó Lee Harvey Oswald al presidente, no se puede dejar de albergar dudas sobre la teoría oficial de que fuera ese antiguo marine y residente de la extinta Unión Soviética el autor de los disparos que pudieron acabar con la vida de Kennedy. Desde ese lugar parece imposible poder darle a un objeto en movimiento en la calle. Curiosamente, otro escritor, Aldous Huxley el famoso autor de Un Mundo Feliz fallecía asimismo en esta fecha de 22 de noviembre. Leía esta obra hace muchos años, pero sigue impresionándome la tesis central del libro: la posibilidad de manipular artificialmente al ser humano para proporcionarle una completa felicidad pero, a cambio, claro está (siempre hay un precio que pagar) de renunciar este a su libertad. Por ello, en estos días, la BBC Radio 4 ha emitido un programa con Rowan Williams, el que fuera Arzobispo de Canterbury, sobre estos tres personajes unidos en el mismo día de su muerte y presentado con el sugestivo título deVisionarios contadores de historias. Existe también un libro muy curioso de Peter Kreeft en el que reconstruye un imaginativo diálogo entre los tres.
Curiosamente el título del programa de la BBC me reafirma en mi convicción de que si hubiera que destacar un legado que C.S. Lewis nos dejó, y cuya vigencia perdurará serán sus obras de ficción, de entrada, sus Crónicas de Narnia, es decir, sus historias, que no son solo para niños. Estos cuentos de hadas que es el nombre oficial bajo el que podemos englobar literatura como Las Crónicas de Narnia, no solo han dejado una profunda huella en sus lectores sino que, además, continúan encandilando a muchos por medio de las diferentes películas que se han hecho sobre las mismas. Estos libros combinan aventura y fantasía en un mundo intensamente atractivo llamado Narnia y en el que uno se puede topar con las más extrañas criaturas: faunos, enanos, animales varios y … niños.
Sin duda alguna que El León, la Bruja y el Armario es la llave que desentraña toda la trama de los siete libros de Narnia. Sobre todo porque nos presenta a Aslan, el león cuyo sacrificio expiatorio a favor de la vida de Edmund apunta vívidamente a la de Aquel que murió a nuestro favor en la cruz, nuestro Señor Jesucristo. Su sustitución penal es la clave para entender la salvación por la sola fe en Aquel que nos amó y se entregó a sí mismo por nosotros en el Calvario. En este sentido, recuerdo como cuando impartí una serie de conferencias sobre El león, la bruja y el armario por todo el territorio nacional, a raíz del éxito de la película de mismo nombre, me sorprendió bastante la inhabilidad de la mayor parte de los oyentes para entender en la acción de Aslan un pálido reflejo de la obra vicaria de Cristo a nuestro favor. Y es que en nuestra cultura Cristo parece ser mucho más ejemplo, que Salvador, pues para salvarnos ¡Dios necesita de nuestra cooperación! Entre nosotros no se entiende que solo nos salva la obra de Cristo a nuestro favor, pero esto es justamente lo que dice la Biblia, que la salvación es solo del Señor. Así lo enseñan pasajes como Efesios 2.8-10; Romanos 11.6: Gálatas 2.21; 2 Corintios 5.21 entre otros.
Pero, aparte de El León, la Bruja y el Armario, siempre he pensado que La Silla de Plata, que se publicó en 1953, es la mejor de toda la serie. Se que sobre gustos no hay nada escrito, como se suele decir, pero no es por esto por lo que sostengo que La Silla de Plata es excelente. La razón es que la trama y no hago ningún spoiler aquí, es una perfecta ilustración de la vida cristiana, que se vive por fe. Incluso un lector casual de la Biblia se da inmediatamente cuenta de la posición central que ocupa la fe en la misma, no solo para los comienzos de la vida cristiana, sino para toda ella. Son numerosos los pasajes que así lo afirman, el más conocido, quizás, sea Hebreos 11.1-12.3. Ahora bien, la fe en la Biblia, lejos de ser como comúnmente se piensa una vulgar forma de credulidad, es confianza basada en las evidencias que Dios mismo nos ha proporcionado de su existencia. Las mismas, no solo son la base de la fe sino que la nutren. La fe, según la Biblia, no es fe en la fe, sino que hunde sus raíces en una miríada de certezas entre las que se puede citar las promesas divinas, Romanos 4.13,16, o el sentido de Dios mismo implantado en cada ser humano, Romanos 1.19,20, por citar algunas. Y esto es, precisamente lo que encontramos en La Silla de Plata. El héroe de la misma no es en este caso uno de los niños Pevensie sino un extraño personaje conocido como Puddleglum. En castellano su nombre es diversamente traducido como Charcosombrío o como Meneo de la Marisma o Renacuajo del Pantano. Su papel resultará crucial para derrotar a la Bruja Verde en las Tierras del Inframundo en las que las apariencias engañan. Puddleglum resultará victorioso y salvará a sus compañeros sobre la base de su confianza en la verdad de las cosas tal y como son y como se le habían indicado. En este sentido, La Silla de Plata constituye un poderoso alegato contra el escepticismo, la incertidumbre y la alienación que caracterizan a muchos en nuestra época.
Pero no solo las Crónicas de Narnia resultan relevantes en nuestros días. Creo que su llamada Trilogía espacial o cósmica es igualmente pertinente. Esta serie de libros de ciencia ficción es menos conocida por el gran público pero es casi tan fascinante como Las Crónicas de Narnia. Se compone de tres libros: Mas allá del Planeta Silencioso, Perelandra y Esa Horrible Fortaleza. Las tres son entretenidísimas pero destacaría la última, Esa Horrible Fortaleza. La obra es una suerte de distopía en la que se puede ver la influencia de unos de los amigos más queridos de C.S. Lewis, Charles Williams. Este era un afamado escritor inglés, cuyas novelas son descritas por el premio nobel T.S. Eliot como Trillers sobrenaturales. La importancia de Esa Horrible Fortaleza radica en el hecho de que, al igual que La Silla de Plata se ocupa de cuestiones que interesan mucho hoy en día, como, qué es lo que nos hace verdaderamente seres humanos, o los peligros del totalitarismo, entre otros muchos aspectos de rabiosa actualidad. No en vano, Esa Horrible Fortaleza es una puesta en ficción de una de las obras en prosa de Lewis más aclamadas en la actualidad, La Abolición del Hombre. En este pequeño librito, publicado en 1943, Lewis muestra como existe una ética o moral común a toda la humanidad a la que llama Tao. Pablo alude a la misma en pasajes como Romanos 2.14,15. Esta es una especie de Ley Natural que resultaría normativa para todo ser humano pero que para Lewis parecía amenazada por una visión puramente subjetiva de lo que está bien o mal. Esto sería una destacada muestra de la percepción de Lewis pues tal parece ser la filosofía reinante hoy en día, una defensa a ultranza no de lo que objetivamente está bien, sino tan solo de lo que yo siento que es bueno para mí. Y aunque esto pudiera parecernos algo nuevo, en realidad no hay nada nuevo bajo el sol como afirma Eclesiastés. Y si no, se puede mirar lo que ya decía un profeta a sus propios contemporáneos en el siglo VIII antes de Cristo, es decir, Isaías en un pasaje como el capítulo 5 y el versículo 20.
Lewis tenía, pues, una rara habilidad para mostrarnos lo que realmente somos. Su ficción por medio de todo tipo de seres nos retrata a la perfección como culpables, débiles y contradictorios. Esto no es poco, pues nos vemos retratados en tantos y tantos de sus personajes sean estos lo que sean. Pero, al mismo tiempo, sus obras de ficción siempre aluden a alguna salida que nos será proporcionada de lo alto, de un modo tantas veces sorprendente y sobrenatural, lo cual nos encandila y sobrecoge al mismo tiempo. Bajo ese ropaje fantástico Lewis está mostrando de un modo inesperado, lo que fe cristiana siempre ha enseñado de muchos modos y maneras en la Biblia: que con Dios nunca hay lugar para la desesperación. Y esto porque nuestra esperanza reside en Aquel al que el Aslan de C.S. Lewis refleja pálidamente, al Señor Jesucristo. Aquel que verdaderamente murió pero ahora vive, y que volverá victorioso a este mundo para poner fin a la muerte pues solo El controla todo, lo presente y lo porvenir, Apocalipsis 1.18. Y esa es la realidad final a la que todas las buenas y fenomenalmente bien escritas historias de C.S. Lewis apuntan. Y, por eso, ¡tenemos que seguir leyendo y disfrutando de la obra de C.S. Lewis!
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