Los traidores no escaparán de las consecuencias de su traición. Por contra, es la justicia, el recto proceder, lo que les libra a los que se mantienen firmes en ella.
Entre las palabras tradición y traición solamente existe una letra de diferencia, aunque ambos términos son muy distintos entre sí. Pero la gramática viene a corroborar que, efectivamente, las dos palabras proceden de una misma raíz, porque en latín vienen del vocablo traditio, que significa entregar, y en griego proceden de la voz paradídomi, que también significa entregar. Pero ¿cómo puede ser que la tradición constituya el acto de entregar y la traición también lo sea?
La respuesta está en que en el primer caso lo que se entrega es una enseñanza o una costumbre, para que pase de una generación a otra, de modo que lo entregado se mantenga a lo largo del tiempo, convirtiéndose en una tradición. Pero en el segundo caso lo que se entrega es una idea o una persona, pero de forma alevosa, a fin de obtener una ganancia, lo que se convierte en traición. Es decir, lo que distingue a la tradición de la traición no es el acto de entregar, sino el modo de hacerlo, porque en la tradición se efectúa de manera limpia y legal, pero en la traición se hace de forma pérfida.
La traición estaba aleteando desde hacía tiempo sobre aquel rey, sin que él fuera consciente de lo que se estaba tramando a su alrededor, de modo que cuando la conjura llegó a su punto álgido ya no le quedó otra opción que huir, para salvar su vida, ya que su trono estaba perdido. Parecía mentira que algo así le pudiera ocurrir, especialmente teniendo en cuenta quién era el artífice de la traición y también quién era el principal valedor del traidor. El artífice tenía un ansia desmedida de poder, hasta el punto de no poder esperar a que le llegara su turno de acceder al puesto, por lo cual ideó un plan para destronar al rey y así apresurar su propio encumbramiento. Mientras el rey estuviera ahí, su ambición de poder se veía totalmente impedida, de modo que no le quedaba otra opción que quitarlo de en medio.
El valedor del traidor había estado al lado del rey durante mucho tiempo, siendo, de hecho, su consejero; pero, sin que el rey se diera cuenta, había alimentado un resentimiento hacia él, que ahora podía satisfacer plenamente. Si la venganza es un plato que se sirve frío, nunca hubo una ocasión en la que tal adagio se cumpliera más efectivamente. Es posible que detrás de esta venganza estuviera el hecho de que el rey había usado para su propio deleite a la nieta del valedor del traidor y además había ordenado la muerte del marido de ella, para encubrir su pecado, una vez que supo que había quedado encinta por ese adulterio. El valedor del traidor disimuló perfectamente su rencor, pero ahora era el momento de manifestarlo abiertamente y ¿qué mejor manera de hacerlo que uniéndose al traidor?
El ahora destronado rey ya había tenido que enfrentar el rechazo y el odio anteriormente, pero la diferencia es que si antes el enemigo había venido de frente, ahora se presentaba por la espalda. Y si antes resultaba fácil saber quién quería destruirlo, ahora le hubiera resultado impensable suponer quiénes estaban detrás de la conjura. Pero precisamente en eso consiste la traición, en que no da la cara hasta el momento crítico. Y, para hacerla más dolorosa todavía, quienes amenazaban la vida del rey no eran extraños, sino íntimos, por vínculos de sangre y por vínculos de confianza.
Pero el acto de entregar a personas por medio de la traición necesita que antes sea preciso traicionar un valor esencial, como es la lealtad. La lealtad es esa disposición para ser fiel a una palabra dada a alguien y por lo tanto se mueve en dos direcciones, hacia la persona misma y hacia la palabra dada. Son dos direcciones necesarias para que haya fidelidad. Pero la traición suele tomar la forma de lealtad en las palabras y deslealtad en los hechos, porque mediante la lealtad en las palabras hay un fingimiento que quiere ocultar la traición en los hechos. Mientras que el traicionado cree estar siendo objeto de lealtad, por el discurso que escucha, a la vez ignora que el golpe traicionero ya se está preparando contra él.
Hay un tweet de Dios que dice lo siguiente: ‘La justicia de los rectos los librará; mas los pecadores serán atrapados en su pecado.’ (Proverbios 11:6).La palabra que se ha traducido como pecadores tiene el significado de desleales, es decir, traidores, que finalmente quedan presos en la calamidad y destrucción, que sería la traducción de lo que se ha vertido como pecado. Es decir, en última instancia, los traidores no escaparán de las consecuencias de su traición, como corrobora la historia del traidor y su valedor ya mencionados. Por contra, es la justicia, el recto proceder, lo que les libra a los que se mantienen firmes en ella.
Vivimos tiempos en los que las traiciones y los traidores se multiplican por doquier y como el mundo del poder genera avidez por detentarlo, es el terreno idóneo para que los traidores y las traiciones a la lealtad abunden. Pero la verdad de este tweet de Dios sigue vigente, para derrota de la traición y victoria de la justicia.
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