Quizás nuestros descendientes tendrán el privilegio de ver una España mejor que la que la que nosotros tenemos ahora. Pero todo dependerá de lo que les enseñemos a nuestros hijos y nietos.
La cuestión es que hace más de 30 años, compré un libro antiguo en la celebración de la Feria del Libro. Me llamó la atención el título: “Los Males de la Patria”. “¡Anda! -me dije- a ver qué dice de la España de últimos del siglo XIX”. Así que lo compré y salvo algunas cuestiones lógicas en las cuales España ya no es la misma, sin embargo, hay una forma esencial de ser, en la cual hemos cambiado poco. Aquí recojo algunas “perlas” que encontré entre sus páginas:
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Primera perla: “Diariamente se dan noticias de desaparición de caudales, filtraciones, irregularidades, chanchullos, infundios y otras mil suertes de latrocinios, ora se cometan sin más artificio que la violencia ni mayor ingenio que un abuso de confianza, ora se efectúen guardando las formas legales, sorprendiendo la buena fe de los gobernantes honrados, o desplegando una finura o un talento digno de mejores hazañas”
Aquí dejemos a nuestra mente correr y pensar en algunos personajes, y no de un partido político solo, sino tanto de los dos grandes partidos como de alguno menor de alguna comunidad autónoma. Se equivocan los que piensan que su partido político o el que es de su simpatía, es mejor que los demás, en eso.i ¡Para nada! A veces a uno le cuesta trabajo creer que haya tanta ceguera en los simpatizantes de un partido político para no ver que lo que condena en el contrario también ha sucedido -y sucede- en el suyo propio. Lo peor es que aún demostrada la fechoría, todavía no se dan por vencidos y lo defienden “a capa y espada”.
Segunda perla: “Uno de los rasgos más notables de la inmoralidad pública española es la impunidad. En el arte diabólico de explotar al Erario no hay quien nos iguale. Se cometerán diariamente todas las clases de engaños, pero nunca se sabrá quiénes son los delincuentes, como si se escamoteara el caudal de la nación por maleficio de brujería y encantamiento”
Desde hace ya muchos años, se sabe que el “maleficio de brujería y encantamiento” se traduce en secretos desvíos a cuentas en los llamados “paraísos fiscales” o bancos suizos o andorranos, donde se guardan suculentas e ingentes cantidades de dinero. Y en todo caso, lo importante es que acorde con el muy común dicho en España que, “el que hizo la ley hizo la trampa” no se pueda demostrar que “yo me lo he llevado crudo”. Así que el panorama es muy parecido al que se dibujaba hace ya más de 100 años.
Tercera perla: “La administración de justicia (¿?) no tiene que ver con esos asuntos, pues por muchos robos que se cometan en España, no han de ir a la cárcel ni a presidio más que los ladrones… vulgares, esto es, los ladrones que carecen de educación, o sea que no saben guardar las buenas formas (…) Los pobrecitos jueces y magistrados se pierden en un laberinto de historias sin alcanzar un rayo de luz; y si por casualidad sospechan algo, y aun algo, no encuentran sólidas bases para acertada sentencia, o los culpables que aparecen no parecen; y si lo parecen, no resultan los verdaderos o principales culpables”.ii
Nuestra historia de la democracia está llena de esa realidad que pinta el autor de esta obra de finales del siglo XIX. Como casos ya pasados, pero alguno sin concluir por estar pendientes de que se cumplan las sentencias (¡cosa insólita!) que se lo pregunten a la juez Alaya, por el caso de los ERES de Andalucía y las presiones que tuvo que sufrir tratando de bloquear para impedir que realizara las investigaciones pertinentesiii. O el caso de “la Gurtel” con una “cuenta B”, y otros casos más que estarán en la mente de muchos; excepto en la mente de los que no les conviene o no quieren acordarse. Las marañas con las cuales se encuentran los jueces son como para volverse locos. Pero lo peor de todo, en este tiempo, es que nos ha alcanzado una maldad mayor y es que ya no se trata de liarlo todo en torno a los jueces para que no puedan descubrir la realidad de los hechos y proceder acorde con la ley, sino que algunos gobernantes han ido más lejos todavía, cambiando las leyes a su antojo, para beneficiar a aquellos que por unas causas o por otras han ido contra ellas. La injusticia no puede ser más flagrante. Al final, y como dice el autor mencionado más arriba, “no han de ir a la cárcel ni a presidio más que los ladrones… vulgares, esto es, los ladrones que carecen de educación...” Mientras que los que han violado la ley de forma evidente se escaparán de rositas dado que personas con la “dignidad” que tienen ellos como políticos, no es de recibo que sean condenados pisen la prisión. ¡Ah! Seguramente es que el problema es otro y muchos no nos hemos enterado.
A esas maldades relacionadas con la corrupción y el cambio de algunas leyes, como hemos apuntado, tan presentes-y-de-forma-pemanente a lo largo del tiempo, se han sumado dos más: Una relacionada con la llamada Ley-Trans, sobre la cual ya tantos han advertido acerca del serio peligro de que se acepte la opinión y el deseo de los niños y niñas sobre su cambio de sexo a edades tan tempranas como es la adolescencia. ¡E incluso sin tener en cuenta la opinión y la voluntad de los padres! Luego, cuando venga el gran descalabro (¡porque llegará!) el desastre habrá sido irreversible y los que promulgaron la Ley Trans se lavarán las manos y no responderán por ese gran desatino. La otra maldad (grande en sumo grado) es que algunos gobernantes se dediquen a enfrentar a unos españoles contra otros, e incluso a mujeres contra hombres y hombres contra mujeres, con sus políticas interesadas, en vez de buscar, como lo hicieron los que nos precedieron y lucharon por nuestro Régimen democrático, la reconciliación y la paz entre los españoles. Eso, sin dejar de trabajar por todos los cambios que sean necesarios. ¡Claro que sí!
Visto lo visto, después de más de cien años, parece que las cosas no han cambiado como debieran. Habrá que esperar otros más de 100 años. Quizás nuestros descendientes tendrán el privilegio de ver una España mejor que la que la que nosotros tenemos ahora. Pero todo dependerá de lo que les enseñemos a nuestros hijos y nietos. Si les enseñamos el amor, el respeto, el perdón y la reconciliación, o si la población española seguirá “respirando” el mismo olor a rencor, odio y división que, en parte, se respira en nuestra sociedad; aunque en muchísimos casos de forma más que disimulada.
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Estaba pensando qué conclusión hacer después de esta reflexión y no me es fácil lograrlo. Pero sé que el tema es muy complejo y como cristiano evangélico, me vienen a la mente varias palabras de las Escrituras. Una, relacionada con las personas que necesitan sanar su corazón del odio que anida en él. Para ellas solo el Evangelio de Jesús puede producir semejante liberación y “salud”. Otros necesitan ser sanados de su corrupción. Para todos ellos también hay esperanza de libertad y sanidad y recibir un corazón nuevo, limpio de toda codicia y libre de todo temor, por medio del Evangelio de Jesús.
Pero la otra palabra que me vino a la mente, es para nosotros los creyentes que creemos en el Evangelio de Jesús. Se encuentra en Romanos 12.1-2. El apóstol Pablo nos insta:
“No conforméis a este mundo, sino transformados por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis la buena voluntad de Dios, santa, agradable y perfecta”.
Esa exhortación no debería ser usada como una especie de “escape” de nuestras responsabilidades como ciudadanos; pero si no somos capaces de desear con todo nuestro corazón el ser debidamente transformados y renovados en nuestra mente; y si no somos capaces de aportar lo mejor del Evangelio de Jesús (“la buena voluntad de Dios, santa, agradable y perfecta…”) a nuestra sociedad en la cual vivimos, mejor sería que nos abstuviéramos de intervenir. O construimos desde el Evangelio de Jesús, o mejor lo dejamos hasta recibir la luz que necesitamos.
Entonces, que Dios nos ayude.
Notas
i Solo bastaría entrar en Google y preguntar sobre los casos de corrupción bajos los distintos gobiernos que hemos tenido desde el principio de la democracia. ¡Sorprendente!
iii En el pasado se produjeron las mismas presiones sobre los jueces que investigaban distintos casos de corrupción, hasta el punto de que a alguno tanta presión, le costó la vida.
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