Es Dios quien pone al justo y al impío en su sitio. No son los hombres los que deciden, ni los que tienen la última palabra.
La realidad de que a los que hacen mal les puede ir bien y a los que hacen bien les puede ir mal le supuso una tarea ardua de comprender a algunos hombres de la Biblia. De hecho, no llegaron a comprenderla totalmente, porque contradecía todo lo que habían aprendido sobre Dios, que remunera a cada uno de acuerdo a sus obras. Por eso hallamos a un Jeremías preguntándole a Dios cómo es posible que sea prosperado el camino de los impíos y tengan bien los que se portan deslealmente. O tenemos a un Job que intenta, sin encontrarla, descubrir la razón de su propio sufrimiento. Habacuc es otro que llega a preguntarse cómo es posible que Dios esté promoviendo el ascenso de una potencia perversa en la escena internacional, mientras que la propia nación que Dios escogiera queda en manos de tal potencia.
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Pero es a este último personaje al que Dios le da la clave, no para resolver el misterio de por qué Dios deja que el mal se salga con la suya, sino para que Habacuc sepa lo que tiene que hacer. Y esa clave es seguir confiando en Dios, aunque no pueda alcanzar a entender lo que está haciendo. Es continuar creyendo en él, aunque las circunstancias parezcan desmentir que esté al control de las mismas. Esto quiere decir que hay un punto en el que la fe ya no puede sustentarse en el razonamiento ni en la evidencia, sino que tiene que fiarse completa y únicamente de Dios, dándole toda la credibilidad. Supone atribuirle la sabiduría, el poder y la justicia, cuando parece no haber más que sinsentido, impotencia e injusticia.
También supone que hace falta tiempo, suficiente tiempo para poder ver en su correcta perspectiva todas las cosas, porque como los árboles no nos dejan ver el bosque, así las circunstancias presentes no nos dejan ver el panorama en su totalidad. El plano inmediato obstaculiza el plano general. Y la realidad es que nosotros, aquí, no tenemos el suficiente tiempo para alcanzar a ver toda la perspectiva, por lo que volvemos a la necesidad de depender de Aquel que tiene todo el tiempo y ve toda la perspectiva. Por eso, como los de la antigüedad, los creyentes actuales no recibimos aquí lo prometido, sino que hemos de aguardarlo, confiando en la fidelidad del que lo prometió.
No obstante, hay momentos en los que aquí abajo es factible ver un despliegue de la acción de Dios, que interviene en los asuntos de los hombres cuando quiere, para que nadie piense que ha dimitido de su derecho a disponer de todas las cosas conforme a su voluntad. Y así actúa y se manifiesta, para regocijo de los que creen en él y vergüenza y derrota de quienes le hacen la guerra.
Hay un tweet de Dios que dice lo siguiente: ‘El justo es librado de la tribulación; mas el impío entra en lugar suyo.’ (Proverbios 11:8). Que el justo esté en manos del impío es fácil que suceda, dado que las armas que el segundo emplea no puede usarlas el primero. Por lo tanto, todo parece indicar que es el impío el que tiene todas las ventajas y que, irremediablemente, se saldrá con la suya, quedando el justo a su merced. La tribulación que el justo experimenta, nunca será la experiencia del impío. O eso parece.
Aquella horca estaba preparada para Mardoqueo y tenía más de veinte metros de altura, un tamaño a propósito para que la ejecución pudiese ser contemplada desde mucha distancia. Cualquiera en la capital podría ver el espectáculo, que había de ser una ocasión memorable en la que su enemigo, el malvado Amán, conseguiría su objetivo de acabar con él. Además, había una fecha señalada, el día 13 del mes de Adar, para exterminar a los judíos. Todo indicaba que el justo entraba en la tribulación y no saldría de ella, porque el impío así lo había determinado.
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Pero un día antes de la ejecución se produjo un vuelco en la situación y el que iba a ser ahorcado fue exaltado y el que iba a triunfar fue ahorcado. La horca preparada para el justo fue el cadalso del impío y el 13 del mes de Adar fue el día en el que los verdugos quedaron en manos de sus víctimas. Así es como se produjo un intercambio inesperado, cumpliéndose ciertamente en toda su dimensión la realidad de este tweet de Dios, escrito con siglos de antelación a tales sucesos, en el cual brilla la verdad de que es Dios quien pone al justo y al impío en su sitio. No son los hombres los que deciden, ni los que tienen la última palabra.
Llegará un día en el que, de manera definitiva, se producirá un intercambio, un vuelco de posiciones por toda la eternidad, según enseña el apóstol Pablo, al decir: ‘Porque es justo delante de Dios pagar con tribulación a los que os atribulan, y a vosotros que sois atribulados, daros reposo con nosotros, cuando se manifieste el Señor Jesucristo desde el cielo con los ángeles de su poder.’ (2 Tesalonicenses 1:6-7). Los que estaban en este mundo, pero no eran de este mundo, serán librados de la tribulación y los que estaban en este mundo y eran de este mundo, entrarán en ella.
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