Cuando la ley humilla o hace sufrir al hombre, la vida para Jesús siempre está por encima de la ley.
Jesús podía infringir la ley a favor de la vida porque para Jesús era más importante el hombre que la ley. El lugar sagrado por excelencia para Jesús no era la ley sino el hombre. Él apuesta por lo humano. Apuesta por el hombre integral y, cuando la ley humilla o hace sufrir al hombre, la vida para Jesús siempre está por encima de la ley.
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Podríamos hacer una pregunta: ¿qué es apostar por la vida? ¿Se puede infringir la ley a favor de la vida? El problema es que los cristianos enfatizamos mucho que Jesús vino al mundo para salvar al hombre y esta salvación la entendemos en términos de eternidad, la salvación eterna. Desde esta perspectiva ni siquiera acabamos planteando una infracción de la ley a favor de la misericordia para con el que sufre. Nuestras mentes están en sedes angelicales.
Podemos caer en la tentación de pensar que tanto los valores del Reino como otras características de la salvación son metahistóricas y no arraigamos al cristianismo en nuestro aquí y nuestro ahora, en la historia del momento en el que nos ha tocado vivir. Así, ¿cómo vamos a entender la infracción de la ley a favor de la vida? No se entendería nunca la apuesta de Jesús a favor del hombre, de la vida por encima de la ley.
Hay que entender que en Jesús el estar a favor de la vida abarca dos realidades: una sería la metahistórica que nunca hemos de separar de su proyecto del Reino, pero también y en una forma semejante, el estar a favor de la vida del hombre que sufre en nuestro momento histórico y que está tirado al lado del camino de la vida, oprimido, humillado, hambriento, descalzo, con frío o desnudo. Eso también para Jesús era estar a favor de la vida por amor al hombre aunque tuviera que infringir la ley.
Toda ley que esté orientada al rito, al cumplimiento religioso, pero que no se preocupe por el sufrimiento del hombre, está muy lejos del sentir de Jesús que, como hemos dicho, tiene al hombre como el lugar sagrado por excelencia. Nunca hay que olvidar ni dejar en el baúl de los recuerdos los ideales y valores del Reino que son para aplicarlos en nuestro aquí y nuestro ahora, siempre a favor de la vida, fundamentalmente de aquellos que están en la infravida.
Infringir la ley a favor de la vida. El problema es que hemos ido posponiendo, cuando no olvidando, el “ya” del Reino, un Reino que ya está entre nosotros. Nos hemos olvidado de que la vivencia de la espiritualidad cristiana implica la dignificación de las personas, el servicio y cuidado de los más débiles, el trabajar por la eliminación de la pobreza en el mundo, la lucha por la justicia y contra la opresión al estilo profético. Quizás nos hemos quedado mirando sólo hacia arriba esperando nuestra corona. No estamos comprometidos con el mundo como lo estuvo nuestro Maestro.
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No entenderemos lo que significa infringir la ley a favor de la vida si no entendemos el mensaje profético, el bíblico, el de Jesús que nos habla de la ayuda a los quebrantados y de la liberación de los oprimidos. Eso es estar a favor de la vida, a favor de ese lugar sagrado que para Jesús era el hombre, sin que esto implique el olvidar el estar también a favor de la vida eterna, la del más allá, la metahistórica. Ambos trabajos a favor de la vida competen a la vivencia de la espiritualidad cristiana que siempre tendrá su referencia en Dios y en el prójimo cuyo amor debe estar en relación de semejanza.
No nos debe de extrañar que, desde esta perspectiva, Jesús esté dispuesto a infringir la ley, la norma o el precepto humano que humilla o margina a los más débiles y que pueda afirmar con pasión que el hombre no está hecho para someterse a una ley que lo subyuga, pues la ley o la norma están hechas o deben estar hechas para ayudar al hombre y estar a favor de la vida. La ley nunca puede evitar que los creyentes seamos agentes de liberación en medio de un mundo de dolor.
La religión que es presa de normas o leyes humanas, que no está a favor de la vida y que subordina su acción y creencias a pensar en una salvación desencarnada en la tierra y solo anclada en el más allá, no puede entrar en la definición de auténtica religión pura y sin mancha de la que nos habla la Biblia, esa que se preocupa de los desclasados, de los huérfanos y de las viudas, de los pobres y que, además, se mantiene sin mancha pensando también en la salvación eterna. No nos equivoquemos.
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