Pongamos nuestra fe en la Persona de Jesucristo. Ningún otro tiene la Palabra de salvación por mucho que lo afirme. Por Andrés Díaz Russell.
En Juan 6:63c, Jesús dijo: “Las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida”. Pedro, luego urge a ser “renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre” (1ª Pedro 1:23). Pero hay muchos que oyen la Palabra y aún así se pierden. ¿Por qué?
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Mateo 7:24-27 aclara: “Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca. Descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y golpearon contra aquella casa; y no cayó, porque estaba fundada sobre la roca. Pero cualquiera que me oye estas palabras y no las hace, le compararé a un hombre insensato, que edificó su casa sobre la arena; y descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y dieron con ímpetu contra aquella casa; y cayó, y fue grande su ruina”. Por eso, los que se pierden se pueden definir con lo que dijo Jesús: “Mi palabra no halla cabida en vosotros” (Juan 8:37c).
Es decir, no basta con leer la Biblia y ya está. No vasta con oír; hay que obedecer, como Santiago 1:22 lo afirma: “Sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos”.
Por eso Mateo 7:21 declara: “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos”.
Por tanto, para que la Palabra resulte en vida, hay que escuchar con fe: “De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida” (Juan 5:24).
¿Y por qué no vienen a condenación aunque sean pecadores? Porque si ponemos en práctica la Palabra, Dios nos limpia. En Juan 15:3a leemos: “Ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado”. Y esto se cumple porque la Palabra de Dios es verdad y santifica al que la obedece (Juan 17:17).
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Pongamos nuestra fe en la Persona de Jesucristo como lo dijo Pedro: “Tú tienes palabras de vida eterna” (Juan 6:68b). Ningún otro tiene la Palabra de salvación por mucho que lo afirme. Por eso hay que permanecer firmes en la Palabra de Cristo como lo vemos en Juan 8:31, donde leemos: “Dijo entonces Jesús a los judíos que habían creído en él: Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos”. Así pues, los salvos se pueden definir con lo que declaró Jesús en Juan 17:6d: “Han guardado tu palabra”. Como lo dice Juan 2:22c, los discípulos verdaderos son los que: “Creyeron la Escritura y la palabra que Jesús había dicho”.
Los que no lo hacen debieran leer Juan 12:47-50: “Al que oye mis palabras, y no las guarda, yo no le juzgo; porque no he venido a juzgar al mundo, sino a salvar al mundo. El que me rechaza, y no recibe mis palabras, tiene quien le juzgue; la palabra que he hablado, ella le juzgará en el día postrero. Porque yo no he hablado por mi propia cuenta; el Padre que me envió, él me dio mandamiento de lo que he de decir, y de lo que he de hablar. Y sé que su mandamiento es vida eterna. Así pues, lo que yo hablo, lo hablo como el Padre me lo ha dicho”. Jesús no juzga ahora mientras da tiempo para que la gente escuche y obedezca pero eso no quita que “el Día Postrero” se acerca. Obedezcamos el mandamiento de vida eterna mientras tengamos la oportunidad de hacerlo.
Juan 14:23-24 dicen: “Respondió Jesús y le dijo: El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él. El que no me ama, no guarda mis palabras; y la palabra que habéis oído no es mía, sino del Padre que me envió”. Por tanto, finalizamos con Efesios 6:24: “La gracia sea con todos los que aman a nuestro Señor Jesucristo con amor inalterable”.
No pienses que te libras del juicio porque tienes una Biblia o porque vas a la iglesia. Aunque te digas “cristiano”, ¿amas a Cristo verdaderamente y te sometes sinceramente a Su Palabra?
Ah, pero dices: “Sí amo a Dios y quiero hacer Su voluntad”. Afirmas sinceramente: “Quiero obedecer la Palabra de Dios, pero…” Y si ese es tu caso, simplemente estás de acuerdo con Pablo que exclamó: “Porque sabemos que la ley es espiritual; mas yo soy carnal, vendido al pecado. Porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago. Y si lo que no quiero, esto hago, apruebo que la ley es buena. De manera que ya no soy yo quien hace aquello, sino el pecado que mora en mí. Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí. Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí. Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros.¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro. Así que, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, mas con la carne a la ley del pecado” (Romanos 7:14-25). Y si te identificas con dicha frustración, recuerda que en 1ª Juan 2:1-2 leemos: “Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo. Y él es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo”.
Quieres obedecer la Palabra de Dios perfectamente pero fracasas. Sé como te sientes. Pero ánimo: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1ª Juan 1:9). Si has caído, levántate y sigue luchando contra tu ego y la tentación.
Andrés Díaz Russell
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