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El sufrimiento te acerca a Dios o te aleja de Él

Detrás de un corazón aparentemente duro se esconde un ser humano frágil, con una gran necesidad de luz y de verdad, de amor, de perdón y de esperanza.

PALABRA Y VIDA AUTOR 942/Angel_Bea 23 DE AGOSTO DE 2023 09:25 h
Imagen de [link]Holly Ro[/link], Unsplash.

Hace años escuchamos en una predicación que “el sufrimiento te puede alejar de Dios o te puede acercar a Él”.



Eso es cierto y lo hemos experimentado de forma personal así como también lo hemos visto en otros a lo largo de nuestra vida. También lo hemos leído en la historia. De todos es sabido que en los campos de concentración nazis, muchos mantuvieron su fe y algunos incluso encontraron a Dios en medio de tanto sufrimiento; el de ellos y el que podían ver a cada instante en otros. Sin embargo, otros que entraron con fe en Dios la perdieron en ese proceso de sufrimiento. No podemos explicar las razones del porqué unos reaccionan de una manera y otros reaccionan de otra. Pero así es la realidad.



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Eso es algo que a lo largo de nuestra vida muchos de nosotros hemos podido constatar. Hace muchos años yo visitaba a un joven en el hospital y me encontré allí con algunos miembros de la familia. Por un momento, el padre y yo salimos fuera de la habitación del enfermo. Estábamos hablando de la enfermedad y de lo que estaba pasando su hijo. Cuando, viniendo a cuento, le mencioné lo importante de la fe en Dios, de pronto el hombre reaccionó y comenzó a burlarse de mí y de todo lo que tuviera relación con Dios: “Hombre, ¿cómo es posible que a tu edad, creas en esas cosas…?”. La verdad es que no esperaba aquella reacción. Entonces guardé silencio. Era como si aquel hombre hubiera estado en guardia desde que llegué (aunque antes yo no había hablado con él sobre el tema de la fe) y en ese momento aprovechara para sacar todo cuanto llevaba dentro.



Al cabo de unos años, enfermó otro hijo de una enfermedad muy penosa. Aunque no habíamos perdido el contacto, nuevamente nos encontramos, pero esta vez de forma más continuada, dada la enfermedad y el estado del hijo. En el transcurso de los días, nuevamente salió el “tema de Dios” y día a día él y su esposa fueron escuchando lo esencial del Evangelio. No tardó mucho el hombre en reconocer el error en el cual él había vivido durante toda su vida, e impresionado hasta las lágrimas, decía: “¡Estas cosas deberían ser enseñadas en los colegios! ¡Si yo hubiera conocido esto antes… yo hubiera educado a mis hijos de otra manera!” Pasados unos tres años, el hijo murió y al cabo de otros dos años el padre también murió. Sin embargo, damos testimonio de que él se sensibilizó tanto a la obra de Dios en su vida por medio de su Palabra y a través de la enfermedad de su hijo, que tuvo una gran compresión del amor de Dios para con él. Él abrazó ese amor mostrado en la persona de Jesús, y cuando ya estaba muy enfermo y cerca de despedirse, le pregunté adónde iba y sin dudar ni un instante me señaló con el dedo índice hacia arriba, y con voz muy tenue, añadió: “Voy con el Padre”. Días después se marchó a la casa del Padre, la cual ya había intuido -más aun, ¡sabía!- que le estaba esperando.



Pero hemos visto otros casos en los cuales una enfermedad o una pérdida de un ser querido han producido una actitud muy diferente en algunos de los dolientes. Hemos visto y oído blasfemar el nombre de Dios por la pérdida que habían sufrido; fuese de un ser querido o por haber perdido su propia salud. Como si Dios tuviera culpa y fuera responsable del mal que nos sucede en este mundo. Pero algunos les da tiempo de rectificar.



Hace muchos años visitaba a un hermano enfermo que estaba en el hospital. En el transcurso de la conversación me señaló al vecino de cama, que según él se pasaba todo el día maldiciendo a Dios a causa de la enfermedad que padecía. Para el hermano en cuestión, recién convertido a Cristo, era bastante molesto tener que oír tanta blasfemia. Cuando me disponía a despedirme sentí misericordia por aquel hombre; entré nuevamente y acercándome a su lecho, le dije:“Perdone. Con permiso. He sentido la necesidad de decirle esto: Dios aprovecha cuando estamos en una cama, enfermos, para hablarnos al oído, en la intimidad de nuestro corazón, cosas que cuando tenemos salud y estamos fuertes, no estamos dispuestos a escuchar y mucho menos a recibir. Pero Él no le dejará a usted hasta que le preste atención a lo que quiere decirle”. 



De pronto el hombre comenzó a gemir y a llorar. Le pregunté si quería que orase por él y él me dio su consentimiento. Oré por él, le bendije en el nombre del Señor, y sentí una gran paz por aquel hombre. Así le dejé. Lo que después haya sido de él, solo el Señor lo sabe. Confío en que el corazón de aquel hombre se sensibilizara –como al parecer sucedió así- y que cambiara su actitud hacia su Creador y Salvador y encontrara la paz que necesitaba. ¡Dios es bueno!



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En otra ocasión, hace muchos años, murió un joven a cuya familia conocíamos desde hacía algún tiempo. Cuando fui a visitarlos, la hermana mayor estaba en la puerta. Lo primero que me dijo fue: “¡Ay, Ángel! ¡Y luego nos dices que creamos en Dios! ¡Mira lo que le ha pasado a mi hermano! ¡Tan joven!”. La verdad es que me sorprendió que me dijera aquello. Entonces le dije: “¿Ves ese bloque de ahí enfrente?” Me dijo, “Sí, claro”. Entonces le dije: “Si yo me subo a la azotea y me tiro desde allí, ¿de quien es la culpa?” “Tuya, claro”, me respondió. “Así es, mía sería la responsabilidad y de nadie más”, le contesté. Y añadí: “Entonces si consideras las razones por las cuales tu hermano ha fallecido, verás que Dios no ha tenido nada que ver con la forma de vivir de tu hermano, la cual se lo ha llevado antes de tiempo. No podemos culpar a Dios por lo malo que nos pasa, cuando de una forma tan clara nosotros somos los únicos responsables. ¿No crees?”. “Tienes mucha razón”. Ahí terminó nuestra conversación. Hasta donde sé, después de muchos años, no tengo noticia de que aquella mujer se acercara más a Dios, en medio de su dolor. 



Lo que hemos aprendido de estas experiencias y otras más es que detrás de un corazón aparentemente duro se esconde un ser humano frágil, con una gran necesidad de luz y de verdad, de amor, de perdón y de esperanza. Pero de esto no siempre el ser humano es consciente, excepto en algunos casos, y cuando pasa por el valle del sufrimiento. Sean por las causas que sean. Entonces descubre cuán frágil es; cuan débil y limitado está frente a todos esos factores que lo limitan y lo condicionan. Y es en esos momentos cuando -dice la Escritura- “–Dios- revela al oído de los hombres y les señala su consejo, para quitar al hombre de su obra, y apartar del varón la soberbia. Detendrá su alma del sepulcro y su vida de que perezca a espada” (Job, 33.14-18) 



Estas palabras dadas hace mas de tres mil años, no solo nos hablan de la forma en la cual Dios se comunica de forma íntima con el ser humano al que le falta la luz, así como también nos informa que Dios lo hace para que ese ser humano deje sus malas obras, y su soberbia y no muera antes de tiempo, sea de una enfermedad penosa o por causas violentas. Porque eso lo vemos casi todos los días. 



Pero el propósito de la obra de Dios al que se le llama en las Escrituras, “el Padre de los espíritus” es producir una actitud diferente en el ser humano para que pueda recibir todo aquello que necesita (Ro. 2.4). Sin embargo, cuando el ser humano se niega rotundamente, una y otra vez a escuchar el consejo divino, entonces, ya no habrá más esperanza. 



Todo esto me hace pensar, una y otra vez en aquellas palabras del Apóstol Pedro:



Santificad a Dios el Señor en vuestro corazones y estad siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros” (1P.3.15)



Porque lo cierto es que estamos rodeados de muchas personas que sufren por muchos motivos; y el principal es la falta de amor y de esperanza en sus vidas. Y los que nos llamamos “cristianos” (seguidores de Jesucristo) hemos sido puestos y llamados para informar a esas personas sobre aquel que puede suplir aquellas necesidades esenciales. Y esto aun en medio de las situaciones más difíciles, donde solo por la intervención divina (¡Un milagro!) los seres humanos rotos, dolientes, entristecidos, resentidos, amargados, desesperanzados y que no ven sentido y propósito a sus vidas, pueden ser acercados a Dios, sanados, restaurados y llenos de fe, amor, esperanza. Todo dependerá de Su gracia y amor y si le damos la bienvenida a la obra de Dios en nuestro corazón o no. 



Entonces, que el Señor nos ayude, también en todo esto.


 

 


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