Cuando Keller habla de la cultura no se refiere solo a la creatividad o al arte, sino “las prácticas, actitudes, valores y creencias compartidas, basadas en la comprensión común de las grandes cuestiones de la vida”.
En el capítulo que Tim Keller (1950-2023) me pidió escribir con él sobre la cultura, para la edición europea de su “Iglesia centrada” –publicado en inglés en Holanda–, el predicador de Nueva York observa ya que “la iglesia contemporánea estadounidense palpita con debates internos”. Estos “a simple vista parecen un variado despliegue de disputas doctrinales, pero la mayoría de las veces acechando bajo estos asuntos, está la cuestión de cómo deben los cristianos relacionarse con la cultura que nos rodea”.
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Cuando Keller habla de “cultura” no se refiere simplemente al arte o la creatividad con la que algunos se expresan, sino “las prácticas, actitudes, valores y creencias compartidas, basadas en la comprensión común de las grandes cuestiones de la vida: ¿de dónde venimos? ¿qué sentido tiene la vida? ¿quiénes somos?”. En el texto que hice con él, observa que “algunos creen que el mensaje de la iglesia se está haciendo incomprensible para los de afuera, por lo que debemos adaptarlo más a la cultura”, en ese sentido. “Mientras que otros consideran que la iglesia ya está demasiado influenciada por la cultura y necesitamos confrontar más las tendencias sociales contemporáneas”, dice Keller.
Tras explicar el cambio cultural que se produce el siglo pasado, muestra la respuesta del pietismo, que caracterizó al movimiento evangélico durante mucho tiempo y el surgimiento de los modelos que presenta Richard Niebuhr en su clásico libro sobre “Cristo y la cultura” (1951), para detenerse en el más popular, el “transformador”. Este es el que la mayor parte de los cristianos dicen seguir, pero no está exento de problemas, como observa Keller:
En primer lugar, es un discurso teórico, que poco tiene que ver con la realidad de lo que hacemos. Segundo, no se da cuenta del papel de la iglesia –un problema que no sólo ve en el “neo-calvinismo” holandés que tanto le ha influenciado, sino en el pensamiento protestante en general–. Tercero, tiende a ser demasiado triunfalista y “confiado en su capacidad de entender tanto la voluntad de Dios para la sociedad como de realizarla”. Cuarto, “confía demasiado en la política como una manera de cambiar la cultura”. Y finalmente, “no reconoce los peligros del poder”.
Como uno puede fácilmente adivinar, estos son los problemas del cristianismo americano que presume de ser socialmente conservador, tanto en el norte como en el sur. Lo interesante de Keller es que no se queda en una crítica a lo que se suele llamar “la derecha evangélica”, sino que muestra también los problemas del modelo “liberal” que pretende ser “contracultural”, cuando en realidad no lo es. En primer lugar, se adapta al espíritu de la época. Segundo, demoniza el capitalismo como el origen de todos los males. Tercero, no se da cuenta que toda comunidad se contextualiza, adaptándose a la cultura que la rodea. Cuarto, resta importancia a las doctrinas centrales del Evangelio, que son para él, la justificación y la expiación sustitutiva. Y finalmente, socava el énfasis y la vitalidad evangelística.
Si todos los modelos tienen elementos correctos e incorrectos, lo que propone Keller es una percepción combinada. Esa es también su visión de la discusión que enfrenta al seminario donde enseñó, Westminster, entre el centro histórico de Filadelfía y el que hay en Escondido (California), sobre la llamada teología del Reino. Si profesores como Michael Horton en California defienden lo que parece una perspectiva luterana de “los dos reinos” y John Frame en Filadelfia, lo que cree que es la teología tradicionalmente calvinista de un solo Reino, lo que Keller observa es lo que ha producido en la práctica en Estados Unidos: un “quietismo social”, históricamente, frente a la politización actual, que ha llevado a los evangélicos a una causa partisana como el “trumpismo”.
[photo_footer]Richard Lovelace enseñó a Keller en el seminario de Gordon-Conwell que la raza, un partido político y una cultura se convierte a menudo en una pretensión de superioridad.[/photo_footer]
Richard Lovelace le enseñó en el seminario de Gordon-Conwell que “la raza, un partido político y una cultura se convierte a menudo en una pretensión de superioridad” que nace del “amor a uno mismo que te impide disfrutar de la libertad y el gozo en Cristo, cuya gracia abunda a todo el que se arrepiente de sus vanos esfuerzos morales”. Es lo que él llama “arrepentirse de tus buenas obras”. La primera vez que oí esta expresión, invitado por su iglesia a Nueva York, recuerdo que le preguntaba qué quería decir eso a mi amigo, el pastor griego Giotis Kantartzis, que compartía una amplía habitación conmigo al lado de Central Park –donde hay una antigua residencia junto al edificio Dakota, que albergaba misioneros que iban a la Gran Manzana para embarcarse en un viaje allende los mares–. Giotis es pastor de la iglesia evangélica más antigua de Atenas, pero había estudiado en Gordon-Conwell y conocía bien a Keller –que acababa de publicar “El Dios pródigo” –. Me explicó que Lovelace decía que era la “justicia propia”, la que te lleva a criticar a la defensiva a otros. Es la raíz del odio a otras culturas y razas.
Dividir el mundo entre buenos y malos es algo natural al ser humano, pero te impide entender el carácter verdaderamente revolucionario del cristianismo. Cuando no sabes que Dios te acepta por medio de Cristo Jesús, te sientes inseguro. La justificación es para Lovelace, la base de una santidad que nace del amor y la gratitud. Esa obra del Espíritu traspasa las barreras sociales y culturales. En aquellos primeros años 70 Lovelace defendía la Revolución por Jesús como un verdadero avivamiento, cuando los evangélicos miraban con sospecha aquellos “hippies” que llegaban al cristianismo y mantenían su aspecto y música.
En sus clases Lovelace hacía leer a sus estudiantes tanto a John Owen y Jonathan Edwards como a Flannery O´Connor, la escritora sureña convertida al catolicismo que tiene historias de extrema violencia, donde se vislumbra el misterio de la Gracia. En su primer sermón de Pascua en Nueva York, Keller cita “Sangre sabia” –que es la única novela de O´Connor, no un cuento corto, como dice Collin Hansen en su libro basado en conversaciones sobre su formación espiritual e intelectual–, que llevó al cine John Huston. Lo primero que leyó de ella fue el relato que les pidió Lovelace en el seminario, “Un hombre bueno es difícil de encontrar”. Lo tenían que relacionar con el tratado del puritano John Owen sobre la “Mortificación del pecado”. La cita cultural no es para Keller una ilustración de un sermón, sino algo que acompaña su vida con su teología.
[photo_footer]En sus clases Lovelace hacía leer a sus estudiantes a Flannery O’Connor, la escritora sureña convertida al catolicismo que tiene historias de extrema violencia, donde se vislumbra el misterio de la Gracia.[/photo_footer]
Es así como usa la obra de Tolkien. Es una referencia continua, sólo superada por las citas de Lewis, el escritor al que más menciona en sus libros y sermones. Lo curioso es que su devoción no implica una suscripción doctrinal a su teología. Keller decía que Lewis era más anglo-católico que evangélico y Tolkien, un católico acérrimo. Lo que admira de Lewis es su creatividad, la claridad y originalidad de sus ilustraciones. Es el lenguaje lo que le atrae de ellos. A Hansen le dice que, si pusieras en un ordenador todas las introducciones a la fe de los libros más populares de autores evangélicos como el de John Stott o los suyos mismos, junto al “Mero cristianismo” de Lewis, el que tiene más analogías, comparaciones y expresiones más vivas es del profesor de Oxford. Tolkien le llega mucho también por sus leves destellos de esperanza en la más profunda oscuridad. Sus relatos presentan el poder del mal de una forma estremecedora.
Un claro ejemplo de la forma en la que conviven en Keller, la fe y la cultura, es la confesión que hace en su libro “La Cruz del Rey”. Habla de su primera experiencia con el cáncer, cuando tiene una operación en la que piensa que puede morir. Aquellos que hemos vivido un momento semejante sabemos lo que se siente cuando te van a anestesiar justo antes de entrar a quirófano. Keller reconoce que en ese instante no recordó ningún texto bíblico, sino una frase del tercer libro de “El Señor de los Anillos”, cuando Sam “aleja todo temor, entregándose a un profundo sueño sin inquietud”.
No es extraño que cuando predica en el culto unido que hubo en Nueva York a los cinco años de los ataques terroristas del 11 de septiembre en la Capilla San Pablo con la asistencia del presidente George W. Bush y su esposa Laura –que mandaron un emotivo mensaje de condolencia tras su muerte, cosa que no hizo Trump, ¡claro! –, cita de nuevo, las palabras de Sam en el tercer libro de “El Señor de los Anillos”. El “hobbit” despierta pensando que todo está perdido, pero descubre con sorpresa que está rodeado por sus amigos, incluido Gandalf. Y hace la famosa pregunta: “¿Va a dejar de ser real todo lo triste?”. La respuesta la encuentra Keller en la Resurrección de Cristo Jesús.
[photo_footer]Keller fue pastor durante nueve años en una pequeña localidad del cinturón bíblico en Hopewell (Virginia), donde se enfrenta al racismo del sur de Estados Unidos.[/photo_footer]
Pocos son conscientes de que Keller fue pastor durante nueve años en una pequeña localidad del “cinturón bíblico” en Hopewell (Virginia). Al acabar el seminario, él y Kathy, se habían presentado a una prueba para trabajar en una oficina de Correos en Massachusetts, pero un amigo –compañero de Gordon-Conwell, llamado Kennedy Smartt– le habla de una iglesia presbiteriana que busca pastor y ofrece un periodo de prueba de tres meses. Era una pequeña congregación al oeste de Hopewell de apenas noventa miembros, que casi ninguno tenía educación universitaria y una edad tan avanzada que sus padres habrían luchado en la guerra civil americana. Era el Sur y Keller, un “yanqui” ajeno a “el cinturón bíblico”. Hacía sólo unos años que habían permitido el matrimonio interracial y había escuelas que habían preferido cerrar a integrar alumnos de otras razas.
Tim no había oído de la formación de la Iglesia Presbiteriana en América en 1973 en Birmingham (Alabama) –cuando los evangélicos se separan de la denominación histórica y forman una mayor en número en el sur de Estados Unidos–. La conoce por medio de Sproul, que hace su boda en 1975. Tim estaba comprometido todavía en el seminario con la Iglesia Evangélica Congregacional de su familia hasta que ese año le dice a su obispo que ya no cree en la base de fe wesleyana que mantiene la posibilidad de una perfección sin pecado consciente en la tierra, antes de que Cristo vuelva. Entra entonces en la iglesia presbiteriana que había nacido de una de las principales iglesias de la nueva denominación, la conocida como Capilla Dupont, que tenía como pastor a William E. Hill Jr. desde 1929.
Hill se enfrentó al nacionalismo que celebraba con banderas a “Dios y la patria” en la iglesia, forzando la integración racial en la escuela de su congregación del West End, por lo que adquiere la fama de “comunista antipatriótico”. Cuando el pastor de la iglesia donde va Keller es forzado a dimitir por conducta impropia con la directora del coro, el futuro predicador de Nueva York predica contra el racismo, como Hill. En un famoso sermón dice que para la Biblia sólo hay dos razas, el pueblo de Dios y los que están fuera de su Reino. Y que el único matrimonio interracial que condena la Escritura es con estos últimos. Es la predicación de la Gracia, la que cambia los corazones de algunos miembros que le confiesan haber sido racistas, toda su vida.
[photo_footer]Keller cree que es la predicación de la Gracia, la que cambia el corazón de un racista.[/photo_footer]
En el capítulo que escribe conmigo en el libro, Keller dice que “tanto el modelo transformador como contracultural comparten una falta de fe en la gracia común y la antítesis radical entre el mundo y los valores del Reino del Reino de Dios”. Muchos se preguntarán qué es lo que propone entonces, él. ¿En qué consiste esa “tercera vía”? Tiene mucho que ver con el pensamiento del británico John Stott, pero también con la teología reformada continental europea, más que con la tradición anglosajona que se asocia con la escuela de Princeton en el siglo XIX.
Uno de los profesores que más le influyó en Gordon-Conwell es hoy alguien bastante olvidado, Roger Nicole (1915-2010). Era de origen suizo, pero enseñó en la antigua Escuela de Divinidad bautista de Gordon desde 1945 hasta su retiro del centro que nace de la fusión con Conwell en 1986. Un estudiante suyo, los últimos años, fue Mark Dever de la Iglesia Bautista del Monte del Capitolio en Washington. Él cuenta que era tan imparcial en su forma de presentar las diferentes escuelas teológicas, que convirtió a más de un estudiante bautista a la postura paidobautista del bautismo de niños, siendo él mismo bautista. Esa actitud unida a la afabilidad que mostraba a aquellos que diferían con él, influyó tanto en Keller como la comprensión de las dinámicas espirituales de Richard Lovelace, que estaba a menudo como ausente y no tenía apenas relación con los estudiantes. A Nicole se le veía abrazando en la cafetería a profesores con los que no estaba de acuerdo y jamás criticaba en las clases.
[photo_footer]Uno de los profesores que más influyó en Keller es hoy alguien bastante olvidado, un suizo llamado Roger Nicole (1915-2010).[/photo_footer]
Nicole era un bautista reformado, pero tan generoso con sus estudiantes arminianos, que les daba razones para preferir su teología, ya que no se puede culpar a Dios del mal. Como muchos de los que tenemos una educación reformada de origen holandés, Keller se forma con la “Teología sistemática” de Berkhof –Louis, no Hendrikus, que nació también en Holanda, pero se fue a Estados Unidos en 1882 y tradujeron su obra de 1932 en México en 1969– y las primeras obras de Bavinck traducidas al inglés. Su visión de la cultura, sin embargo, es una combinación de las tres ramas que hacen de la teología reformada norteamericana algo tan plural y diverso: la comprensión “doctrinal” del Princeton de los Hodge, la experiencia “piadosa” de puritanos como Owen y Edwards, junto a la perspectiva “cultural” del neo-calvinismo de Kuyper y Bavinck. Muchos de los “nuevos calvinistas” que hay en Estados Unidos hoy están en una de las tres líneas, o dos combinadas, pero pocos como Keller aúnan las tres.
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Una de las criticas que más he escuchado de mi maestro Stott, es que no siempre se debe ser equilibrado. Hay veces que el cristianismo ha de ser radical. No se puede estar en el centro. Y es cierto, pero a lo que Stott y Keller se refieren cuando hablan de un “compromiso cultural más equilibrado y centrado” es a las actitudes, que producen reacciones viscerales ante las posiciones y conductas de otros cristianos. Por eso el predicador de Nueva York acaba el capítulo que escribí con él, haciendo unas exhortaciones prácticas, sea cual sea nuestra postura al respecto:
Primero, “¡evita la arrogancia!”. No hay nadie más repulsivo que uno que se siente superior a los demás. El modelo que más te haya ayudado y te parezca mejor, no pienses que es el de Dios y todo lo demás es inconsistente… ¡Mira las debilidades de tu sistema, no sólo sus puntos fuertes!
Segundo, “¡deja de echar la culpa!”, a otros. Si has sido educado en una tradición y modelo que ahora rechazas, ¡no pienses que todos los males vienen del sistema que has dejado! Quien está en continuo conflicto con los demás, acaba frustrado y amargado. La oposición te lleva a formas más extremas y rígidas de tu posición.
En tercer lugar “¡no caigas en la ingenuidad!”. Es muy típico de los evangélicos, el pensar que su “iglesia trasciende todos los modelos o incorpora todos”. Todos tenemos nuestra “historia, temperamento y noción singular sobre distintas cuestiones teológicas”. Nadie está libre de tradición o modelo. Lo que pasa es que no somos conscientes de ello y pensamos que viene simplemente de la Biblia. Como dice Keller, “el Evangelio debería darnos humildad, tanto para apreciar otros modelos, como para reconocer que tenemos uno propio”.
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