Hoy quiero entrar en la radicalidad del Evangelio y preguntarme la causa de que nosotros, los creyentes de hoy, ya no entremos en esa radicalidad en el seguimiento al Maestro y a los profetas.
Os dejo con un artículo duro, pero bíblico. ¡Qué curioso el que se pueda vender a un descalzo por un par de zapatos! Tantos y tantos excluidos sin zapatos, descalzos, con sus pies desnudos y fríos, mientras que aquellos que ya tienen múltiples zapatos, botas y calzados caros, son capaces de vender al descalzo por un par de zapatos. Sí, Lo hacen ante el mundo sin que nadie diga nada. No es nada nuevo. Así ocurría en los tiempos bíblicos. Ya lo decía el profeta Amós: “Vendieron al pobre por un par de zapatos”. Los descalzos, esos prójimos nuestros con los pies fríos, para más despropósito, son vendidos por un par de zapatos para abundar en la colección de calzado que tienen aquellos que, quizás, están vendiendo a los pobres.
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La verdad es que es duro predicar como los profetas. Es duro denunciar como los profetas. Es duro decir desde nuestros púlpitos frases proféticas. Hasta a los mismos creyentes de hoy les molestarían los mensajes radicales al estilo de Jesús o de los profetas. No. Hoy no se predica así. Son mensajes demasiado duros para los que visten zapatos nuevos y están integrados en las sociedades de consumo y, quizás, dando la espalda al grito de los descalzos de la tierra.
Al menos, que ningún creyente llegue a vender al pobre por un par de zapatos. Antes que caer en esta venta, renunciar e ir descalzos como ellos aunque nuestros pies se queden fríos. ¡Qué pena que se haya perdido la radicalidad de los mensajes proféticos! Hoy serían tan necesario o más que en los tiempos proféticos, pero nadie desea entrar en esa radicalidad. Menos aún en la radicalidad del Maestro. Estamos cómodos en nuestra realidad burguesa y, cuando se puede, coqueteamos con el consumo desmedido ante los pies desnudos y fríos de los descalzos de la tierra. Descalzos que pueden ser vendidos por un par de zapatos, pero no para ellos, sino para aquellos consumistas que acumulan y les dan la espalda.
Sí. Hoy quiero entrar en la radicalidad del Evangelio y preguntarme la causa de que nosotros, los creyentes de hoy, ya no entremos en esa radicalidad en el seguimiento al Maestro y a los profetas. Es posible que nuestro contexto en las sociedades de consumo, el contexto cultural del consumismo y del coqueteo con las riquezas, el deseo de ellas o el considerarlas como prestigio, nos haya eliminado la pasión por la justicia que debería tener todo creyente. Damos la espalda a las líneas proféticas. Nuestro contexto cultural burgués nos es más cómodo. No trabajamos la radicalidad que debe tener la horizontalidad del Evangelio.
¿Os imagináis hoy un predicador, versado en teología, respetado por los miembros de su congregación que comenzara a hablar en la línea profética? ¿Cómo sonaría en una iglesia de hoy el comentar y predicar sobre textos proféticos como el que dice que “Pisotean en el polvo de la tierra las cabezas de los desvalidos, y tuercen el camino de los humildes”, tal y como se atrevían a decir en los tiempos proféticos que avala Jesús mismo entroncando con ellos como el último de los profetas.
Quizás es que creemos que usar la radicalidad de Jesús o de los profetas es ofender nuestra audiencia religiosa. No. Ya no hay profetas en el mundo o, al menos, parece que no abundan mucho. Ya nadie da mensajes como en los tiempos proféticos como si la tierra hoy estuviera impregnada de justicia y de ausencia de opresión y robo. Mil millones de hambrientos y las tres cuartas partes de la humanidad en pobreza en mayor o menor grado. Es el gran escándalo de la humanidad ante el cual se guarda un tremendo y pesado silencio que podría ser cómplice.
Quizás hoy, los descalzos del mundo, los de los pies fríos ante el lujo de muchos que los tienen a pares y pares de zapatos nuevos y de lujo, nos estén llamando a plantearnos si podemos seguir esa radicalidad del Maestro, esa radicalidad que tuvieron los profetas en la defensa del prójimo desvalido. Quizás haya muchos creyentes que piensen que este artículo no se debería escribir llamando a una mayor radicalidad en el discurso y la acción de los cristianos, pero yo afirmo que es bíblicos y, más aún, necesario en el mundo de hoy lleno de personas con los pies fríos, descalzos, excluidos como sobrante humano y con el peligro de que los puedan vender por un par de zapatos para engrosar el mueble zapatero de muchos acumuladores.
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Hoy nadie se atrevería a decir públicamente, sea desde un púlpito o desde cualquier lugar desde el que se quiera evangelizar frases como éstas: “Sé que afligís al justo, y recibís cohecho, y en los tribunales hacéis perder la causa de los pobres”. Quizás esta frase esté manteniendo una actualidad increíble, sangrante, pero no se dice. Nos parece radical. Nos callamos y terminamos siempre hablando de la metahistoria, del consuelo del más allá, de lo trascendente, lo cual no está mal, pero falta el enraizar el mensaje en una historia llena de injusticias y opresión contra nuestro prójimo.
Habría muchas más radicalidades proféticas o de Jesús para comentar, pero no podemos por la limitación de artículos como éste. Acordémonos de los descalzos, de los que tienen los pies fríos por falta de zapatos, y denunciemos, sí, denunciemos, a los que venden a estos descalzos por un par de zapatos poniendo la escasez de los pobres en sus casas como dice la Biblia o añadiendo casa a casa y heredad a heredad hasta ocuparlo todo. Palabras bíblicas que terminan con una pregunta radical sobre si algunos piensan que habitarán ellos solos en medio de la tierra. Mi solidaridad para con los descalzos del mundo, para esos a los que se les condena a tener los pies fríos, y mi rechazo a los que los venden por un par de zapatos… por tener un simple par de zapatos más.
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