Estoy plenamente convencido de que es posible cierta degeneración a la hora de “hacer teología”; y, en el proceso, “apartar con injusticia” gran parte de las verdades reveladas en las Sagradas Escrituras.
Cuando estaba haciendo el servicio militar (1967) hacía menos de cinco meses que me había hecho cristiano evangélico. Estando en un momento de descanso de la instrucción, un amigo de mi barrio y yo entablamos una discusión sobre el famoso versículo de S. Mateo, en el cual Jesús le dijo a Simón-Pedro: “Tú eres Pedro y sobre esta roca edificaré mi iglesia…” Yo trataba de mostrarle cómo los apóstoles habían entendido esas palabras de Cristo. Para tal demostración, yo echaba mano de textos del libro de Hechos de los Apóstoles y de las epístolas, incluido el testimonio del apóstol Pedro. Sin embargo, aquel amigo no decía otra cosa que: “Eso lo dijo san Pablo”; “Eso lo dijo san Pedro, pero no lo dijo Jesucristo; Jesús dijo lo que dijo…” Y más de ahí no pasaba.
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En ese punto comencé a entender más de lo que sabía sobre el peso de las tradiciones humanas. ¡Y sobre todo, las religiosas! Estas pesan mucho más de lo que parece. Ellas se convierten en el punto de referencia para interpretar las Escrituras y, en muchos casos, como dijo Jesús, vienen a “invalidar las Palabra de Dios” (Mr.7.13). Pero a las tradiciones, en cuanto no están de acuerdo con las Escrituras, no se les puede dar el valor divino que muchos pretenden, ya que en muchos casos se basan en prácticas de mucho tiempo que, llegado el momento, se hicieron exégesis bíblicas interesadas de ciertos pasajes bíblicos para poder justificarlas.
El error de base en el cual había sido instruido el tal amigo, estaba en ignorar el testimonio de los apóstoles. De esa manera dejaba de lado el principio hermenéutico que nos indica la necesidad de tener en cuenta el contexto bíblico para interpretar un texto. Lo lógico en el caso aludido era tener en cuenta qué había entendido el apóstol Pedro sobre aquellas palabra que le dijo Jesús (Hch.4.11-12; 1ªP.2.4-8). Pero también tener en cuenta qué fue lo que dijo el apóstol Pablo, dado que a él le fue revelado por el Señor casi todo cuanto conocemos sobre su Iglesia. Y su testimonio al respecto, es clarísimo (Ver, 1ªCo.3.10-11; Ef.2.19-22). Entonces, ir más allá de las indicaciones apostólicas es ir más allá de lo dictaminado por el mismo Señor.
El problema en este tiempo es que nos encontramos con creyentes “protestantes” que están haciendo lo mismo. Por un ejercicio en el cual se embarcan en “unas nuevas formas de hacer teología” -como suelen decir ellos- han reducido lo que hemos considerado como Palabra de Dios desde hace dos mil años, solamente al testimonio de Jesucristo. Así que si tú les argumentas diciendo: “el apóstol Pablo escribió…” “Santiago escribió…” o: “Pedro dice…”, ellos te responden: “Bueno, eso no es palabra de Jesús; yo me atengo a lo que dijo Jesucristo”. Ellos olvidan que a la hora de encomendar la Gran Comisión a sus discípulos, el Señor les mandó no solo a que hicieran “discípulos”, sino también que les enseñaran “todas las cosas que yo os he mandado”. Y cuando Jesús oró por sus discípulos al Padre (J.17) también dijo: “Y no ruego solamente por éstos, sino por los que han de creer en mí, por la palabra de ellos” (J.17.20). Ahora bien, ¿a qué palabra se refería Jesús cuando dijo, “la palabra de ellos”. Pues se refería a las palabras de él. Pero no solo las palabras que ellos habían oído de Jesús en vida, sino la que habían oído después de la resurrección, durante los “cuarenta días que se les presentó vivo con muchas pruebas indubitables… hablándoles acerca del reino de Dios” (Hch.1.3); pero también aquellas palabras que luego el Espíritu Santo añadió en su proceso de “recordar”, “enseñar” y revelar “las cosas que habían de venir” (J.14.26; 15.26-27; 16.13-15). Eso mismo sucedió con el apóstol Pablo (Gál.1.12-13; Ef.3.7-9; Col.1.25-29). ¿Es de extrañar que cuando los que oían el Evangelio de parte de los Apóstoles recibieran el Evangelio “no como palabra de hombres, sino según es en verdad, la palabra de Dios”? (1ªTes.3.13, con 2ªTi.2.9,15)
Entonces, el conflicto está ahí. Porque para comenzar, aquellos olvidan -voluntariamente- que los apóstoles y sólo ellos, -incluido el apóstol Pablo- fueron los llamados por Jesucristo, capacitados y enviados por Él como los depositarios de la Palabra de Dios (el Nuevo Pacto) así como el A. Testamento fue encomendado al pueblo judío (Ro.3.1-2). O sea, los apóstoles estaban en la línea de los profetas antiguos, en cuanto a autoridad para predicar y enseñar la palabra de Jesucristo (Hch. 1.1-2,21-22).
En ese tiempo temprano, las palabras de Cristo se habían convertido y resumido en “la doctrina de los apóstoles”; “la fe que ha sido dada una vez a los santos” en la cual la iglesia perseveraba. Por tanto, si seguimos leyendo en Hechos, veremos que los apóstoles eran las figuras de autoridad y referencia para toda la iglesia de entonces y para siempre (Hech. 1.26; 2.14, 42-43; 4.33; 5.12; 6.2,4; 9.27 con Judas 3 y 17). De ahí que se puede hablar con toda propiedad de un fundamento apostólico que no es diferente a las cosas que Jesús había mandado enseñar. (Ver Mt.28.19-20; Ef. 2.20-21; 3.5) Y otra cosa que vemos con nítida claridad, es que todos aquellos que se oponían a la conocida “doctrina de los apóstoles” eran considerados “falsos apóstoles”, “obreros fraudulentos”, “ministros de Satanás” –todo esto suena bastante fuerte- (2ªCo.11.13-15); o incluso “falsos profetas” y “falsos maestros” (1ªJ.4.1-3; 2ªP.2.1). Pero algunos de estos denunciados por los apóstoles del Señor, hoy día podrían ser considerados por algunos teólogos modernos no según esos calificativos sino como “cristianismos derrotados”i que tenían tanto derecho a existir y ser aceptados como el de la línea de los apóstoles.
No obstante para nosotros todo conocimiento acerca de la bendita Persona, obras, muerte, resurrección y ascensión de Jesús a los cielos, nos llega a través de los escritos de los apóstoles o algún asociado a ellos: Marcos, con el apóstol Pedro; Lucas, con el apóstol Pablo; Judas y Santiago eran hermanos de sangre del Señor. Así que ¿Por qué oponer el testimonio de ellos al testimonio del Señor Jesucristo? Si ellos no son dignos de crédito y sus enseñanzas no tienen el valor de las de Cristo, entonces tampoco lo son en lo concerniente a lo que compartieron de Él. ¿Cómo podemos creer en lo que dijo e hizo Jesucristo, si lo que supuestamente dijo e hizo lo escribieron aquellos a los cuales no creemos o ignoramos? La contradicción es muy evidente.
Entonces, no podemos dejar de lado las declaraciones posteriores de los apóstoles como Pablo, Pedro, Juan, etc., en sus epístolas, donde se trata acerca de la persona del Salvador; su humanidad y divinidad; la salvación, la iglesia, los dones y ministerios; la vida moral y ética del cristiano; nuestra relación con Dios y unos con otros; la enseñanza sobre el matrimonio, la familia; la relación con las autoridades, la sociedad y el mundo en general, la segunda venida de Cristo, etc. Claro que encontramos palabras que son de obligado cumplimiento para nosotros; pero también hay otras que al vivir una cultura tan diferente a la nuestra, algunas instrucciones no tienen la misma aplicación para nosotros hoy día. Pero eso es una cuestión más que de interpretación de aplicación, pero no le quita validez a la palabra inspirada. Es muy fácil para ciertos teólogos modernos el invalidar textos de las epístolas relacionados con la situaciones particulares de aquella cultura. Y eso lo hacen porque están muy seguros que, de haber vivido en aquel tiempo, ellos lo hubieran hecho de otra manera. Sin embargo, eso es bastante dudoso. Es mejor pensar que en un contexto pagano, donde la dignidad del ser humano no era reconocida, que si los apóstoles hubieran denunciado al Imperio Romano de forma frontal a causa de sus injusticias, el cristianismo no hubiera durado nada, porque habría sido destruido totalmente. Era mejor según su apreciación, el sembrar la semilla del reino de Dios en los corazones y ésta se encargaría de germinar y producir aquellos frutos de justicia que alcanzaría a los gobernantes. Y esa semilla era la predicación –el kerigma- del Evangelio que proclamaba que “Jesús es el Señor” no el Cesar. Y por esa predicación y vida consecuente, miles y miles dieron su vida.
Por tanto, la temeridad de los que hacen afirmaciones como las expuestas anteriormente es grande y no están muy lejos de sufrir en sí mismos las consecuencias de su gran desatino (2ªP.3.15-16). Entonces, sería mejor que aplicáramos lo que dijo el apóstol Pablo a Timoteo: “Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la Palabra de Verdad” (2ªTi. 2.1,15; 3.15-17: 4.1-4) ¿Qué palabra de verdad es esa? ¿La que hemos recibido de Cristo a través de los apóstoles o la que nosotros decidimos a criterio nuestro? Por nuestra parte, es la que hemos recibido de Cristo a través de los apóstoles que él eligió, con el propósito de dar a conocer todo lo relacionado con el Nuevo Pacto.
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Solo añadir aquí algo que se puede ir percibiendo a lo largo del tiempo. Y es que si bien el apóstol Pablo habló de que, en tiempos pasados se produjo una degeneración intelectual, espiritual, moral y ética en el género humano, por causa de “haber apartado con injustica la verdad” que no quisieron ver (Ro.1.18-32) estoy plenamente convencido de que es posible cierta degeneración a la hora de “hacer teología”; y, en el proceso, “apartar con injusticia” gran parte de las verdades reveladas en las Sagradas Escrituras. Sin duda, eso también traerá sus lógicas negativas consecuencias intelectuales, espirituales, morales y éticas. Que el Señor nos ayude.
Notas
i “Cristianismo derrotados” definición usada por el erudito en la Historia de la Iglesia antigua, Antonio Piñero y que aplica a aquellos grupos que surgieron al margen de la corriente del cristianismo que predicaba el apóstol Pablo y que, debido a su pujanza y clara aceptación, triunfó sobre los demás “cristianismos”.
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