La fe que enseñan las Escrituras incluyen varios aspectos que no deberíamos perder nunca de vista.
“Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: Mas el justo por la fe vivirá” (Ro.1.17; He.10.38)
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A la hora de abordar el tema de la fe cristiana, es necesario que tengamos en cuenta el testimonio de la Escritura. Para todo el que haya leído un poco de la Historia de la Iglesia se habrá dado cuenta de que el tema de la fe ha sido asunto de mucha discusión, dado que la fe que se había enseñado y se practicaba durante algunos siglos, hasta el tiempo de la Reforma Protestante, no era una fe bíblica. Por supuesto, eso no quiere decir que no hubiera cristianos que la entendieran y practicaran bien.
Entonces, entender la fe cristiana tal y cómo lo enseña la Escritura es primordial. De otra forma nuestra orientación y práctica en nuesrtra vida estará errada y podríamos sufrir gran pérdida. Pero al conocer lo que es la verdadera fe vamos a reconocer también la realidad de la vida cristiana vivida en el día a día, dentro del marco de la fe a la cual hemos sido llamados. Muy a menudo olvidamos que es Dios el que por su gracia “obra en nosotros así el querer como el hacer por su buena voluntad” (Fil.2.13). De una o de otra manera, se ha magnificado la fe cristiana, desfigurándola así, haciendo de ella algo totalmente ajeno a lo que enseñan las Escrituras. Eso ha hecho que a lo largo de la historia, muchos trataran de vivir la fe de acuerdo a su entendimiento o acorde con lo que se enseñaba desde las instituciones religiosas. Así que, unos optaron por escaparse del mundo y se fueron a vivir una vida ascética (los ermitaños; los frailes y monjas en monasterios y conventos, etc.)i Ellos no se percataron de que “el mundo” (sinónimo del mal) del cual pretendían escapar, lo llevaban con ellos en el interior de sus corazones. Otros sin embargo, han tratado de vivir en una continua búsqueda del poder de Dios para realizar “obras extraordinarias”; pero a la postre, se dieron cuenta de que los resultados nunca estuvieron a la altura de tanta pretensión y búsqueda del poder de Dios. Pero otros optaron por vivir en comunidad, pensando que esa era la mejor forma de vivir y expresar la vida de fe cristiana.
Sobre los primeros, de fondo nos parece oír la voz de nuestro Señor Jesucristo orando al Padre a favor de sus discípulos: “No te ruego que los quites del mundo, sino que lo guardes del mal” (J.17.15); sobre los segundos, el Señor mismo hizo que sus discípulos fijaran su atención en lo que tenía prioridad sobre los mismos milagros de sanidad y de liberación: “Pero no os regocijéis de que los espíritus se os sujetan, sino regocijaos de que vuestros nombres están escritos en los cielos” (Luc. 10.17-20); y sobre los terceros, en ninguna parte de la Escritura se nos ordena que tengamos que vivir en comunidad de bienes para expresar la fe cristiana. Eso no quiere decir que llegado el momento, si fuera necesario, no pudiéramos hacerlo; pero no es imprescindible para expresar la fe y el amor de Dios entre los hermanos.
La fe que enseñan las Escrituras, incluyen varios aspectos que no deberíamos perder nunca de vista. El primero es que “somos salvos por medio de la fe y esto no es de vosotros, pues es don de Dios...” (Ef. 2.8-9). Dicha salvación, “por medio de la fe” nos fue otorgada de una manera sencilla cuando entregamos nuestra vida a Jesucristo. En esos momentos no hubo truenos, ni relámpagos, ni visiones de ángeles del cielo… Nada de eso pasó; pero pasó algo grande aunque aparentemente no lo fuera así al ojo humano. De inmediato supimos que nos fue dado el Espíritu Santo y que ese mismo Espíritu “da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios” (Ro.8.14-16). Todo muy sencillo, aunque quizás dramático, en muchos casos; pero nada espectacular. Entonces, se produjo un cambio de vida, y unos nuevos sentimientos, nuevos deseos y nuevas obras comenzaron a producirse en nosotros. Luego, a eso también hay que añadir que toda nuestra vida es una vida de fe o el llamado así cristiano, no lo es. Eso quiere decir que, habiendo entrado por medio de la fe a la esfera de la gracia de Dios (Ro.5.2) no habrá nada en nuestra vida que no realicemos por medio de la fe. Entonces, las palabras, “mas el justo vivirá por la fe”, no se refieren a que el justo hará obras extraordinarias o, como decíamos antes, ni tampoco que viva una vida ascética renunciando a las cosas normales de la vida, como el matrimonio, la familia, el trabajo y el disfrute de todo cuanto nuestro Creador ha puesto a nuestra disposición, etc.
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Al contrario, es precisamente en esas cosas normales que Dios nos concedió para nuestra bendición, que hemos de vivirlas y enfrentarlas cada día con fe y por medio de la fe. Por ejemplo, la rutina de la vida puede ahogar la fe y la esperanza del creyente; los problemas de relación incluso con las personas que amamos también pueden afectar la vida de fe; la falta de trabajo ¡cuántas crisis no ha traído a tantos cristianos!; el abundante trabajo fuera de casa y en la casa con los hijos también puede producir crisis en los cristianos; el tener que atender a un hijo/a con limitaciones o a personas mayores de edad, pueden sobrecargar a los familiares más allá de sus fuerzas. Las circunstancias y situaciones que se crean en nuestra vida son muchas y en muchos casos, ¡muy difíciles! Pero la forma de lidiar con esas dificultades y el obtener la victoria cada día sobre ellas, dependerá de la fe en el Dios que nos llamó por medio de Jesucristo. Y lo espectacular no estará en que muchas de esas circunstancias cambien (¡aunque algunas veces sucede!) sino en manifestar un carácter verdaderamente cristiano sobre esas cosas, que, sin la gracia de Dios, es decir sin haberle conocido, nuestra respuesta sería muy diferente. Dicho lo cual, no significa que en medio de algunas de esas pruebas –a veces, muy difíciles- el creyente le asalten las dudas e incluso pudiera pasar por “una crisis de fe”. Nunca ahemos de descartar el hecho de que el cristiano no es sun super-hombre o una super-mujer. Todo lo contrario, es a veces en medio de una gran debilidad experimentada que pudiera llegar a connocer mejor a “Jesús, el autor y consumador de la fe” (Hb.12.2)
Por tanto, “El justo vivirá por la fe” significa, que la vida que ha recibido el cristiano por medio del evangelio de Jesucristo, la vivirá por la fe desde que se levanta hasta que se acuesta y mientras duerme. Significa que vivirá por la fe tanto en un contexto de paz (Salmo 23.1-3) como en un contexto de prueba, incluso hasta sentir que le envuelven las “sombras de muerte” y pareciera que no obtendrá ayuda por ninguna parte (Sal.23.4; 1ªP.4.12-14). Pero también significa que vivirá por la fe en un contexto de dificultad a causa de gran oposición (Sal. 23.5). ¿Y qué diremos acerca del futuro ante el cual, tantas y tantas personas que debido a “la falta de esperanza” (1Ts.4.13) y la incertidumbre que les crea el futuro sienten una gran angustia? Pero cuando el creyente piensa en el futuro, piensa en términos de fe en aquel que nos ha dado una gran seguridad en “Cristo, la –nuestra- esperanza de gloria” (Sal.23.6; 1ªP.1.3-4; Col.1.27; Ti.2.13).
Todo lo dicho en el último párrafo, lo sabía y lo experimentó, en gran parte, el profeta Habacuc, a quien Dios le dio estas palabras: “Mas el justo vivirá por la fe”. (Hab.2.3-4). Y toda esa experiencia de vida vivida en diferentes momentos de nuestra breve historia -unos más, otros menos- la conocía bien el rey David, autor del salmo 23 y de otros muchos salmos más. También lo sabían los cristianos de la Iglesia Primitiva, especialmente los creyentes hebreos a los cuales les fue dirigida la carta que lleva dicho nombre, y cuyo autor citó las palabras de Habacuc. Estos cristianos, habían vivido un tiempo de paz y habían visto obras extraordinarias del poder de Dios entre ellos, en Jerusalén. Pero luego vino la persecución y las “obras extraordinarias” no eran tanto los milagros hechos por los apóstoles, sino aquellas que aun en medio de un intenso sufrimiento, por la persecución que padecieron, tenían gozo, fueron obedientes, pacientes, fieles, sacrificados y generosos; pues aún les sobró suficiente gracia y fe para acordarse de los que padecían. (Heb.10.32-39). Algo insólito.
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Asi que, independientemente de que Dios pueda hacer grandes milagros cómo, dónde, cuándo y a través de quien estime oportuno (dado que Él es soberano) la vida de fe no consiste en hacer “obras extraordinarias” ni tampoco en la manifestación de dones espectaculares; ni en retirarse del mundo para vivir una vida de asceta. La fe está puesta en Dios y en su Hijo Jesús y consiste en vivir una vida de fidelidad, verdad, obediencia, servicio generoso y sacrificado hacia los demás. Todo eso, además de sufrimiento cuando toque; porque sin duda, también podría llegar. Pero al final, lo más valioso para nosotros, será poder escuchar de boca de nuestro Señor: “Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré” (Mt. 25.21,23)
Tampoco hemos de olvidar que el autor de la epístola a los Hebreos, después de haber dicho: “Mas el justo vivirá por fe”, añade: “y si retrocediere, no agradará a mi alma” (He.10.38). Una solemne advertencia que más que asustarnos nos anima a estar firmes y depender, no de nuestras propias fuerzas, sino del poder de Dios. Así escribió el apóstol Pablo para animar a sus lectores a poner la confianza en aquel que nos llamó:
“Y a aquel que es poderoso para hacer las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, a él sea la gloria…” (Ef.3.20). Entonces, aprendamos de las S. Escrituras el modelo que Dios no enseña para vivir una verdadera vida de fe, y seamos agredecidos y consecuentes con ella.
Notas
i No se trata aquí de invalidar esos movimientos surgidos ya a partir del siglo III y IV, sino de señalar el error de lo que los motivaron, en muchos casos.
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