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La soledad de Tim Keller (2)

Keller comentaba las cosas que leía, veía o escuchaba, pero no se sentía cómodo con los elogios y las preguntas personales. Era realmente humilde.

MARTES AUTOR 97/Jose_de_Segovia 30 DE MAYO DE 2023 11:00 h
A Keller no le gustaba hablar de sí mismo, sino que prefería comentar lo que leía, veía o escuchaba.

Cualquiera que pasara un poco de tiempo con Tim Keller (1950-2023) se daba cuenta que no le gustaba hablar de sí mismo. Comentaba las cosas que leía, veía o escuchaba, pero no se sentía cómodo con los elogios y las preguntas personales. Era realmente humilde. No quería llamar la atención a sí mismo. Cualquiera que haya visitado su iglesia en Nueva York, sabe que nunca se anunciaba en qué culto predicaba. Era una pregunta que nadie contestaba.



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Cuando Billy Graham hace su famosa campaña en Nueva York en 1957, contacta con los ricos y famosos para promocionar las reuniones. Keller no se fotografiaba con Robin Williams o ninguna de las personalidades que asistía regularmente a su iglesia. Creía que para atraer al no creyente, había que evitar la publicidad, especialmente en medios cristianos, donde nunca invitó a sus cultos.



Esta serie de artículos está basada en las entrevistas que dio a Collin Hansen, “online”, para el libro que ha publicado ahora sobre su formación intelectual y espiritual. Son datos conocidos para los que le tratamos personalmente, pero Hansen ha logrado ponerlos en orden. No me gusta el tono con que habla de él. Sus comentarios son algo torpes, pero sobre todo, poco dignos de alguien que no quiso ser recordado como un “héroe de la fe”. Lo bueno es que en sus conversaciones logró confirmar la información que da, antes de que muriera.



 



Bautizado como católico



Como John Stott, el padre de Keller, William –a quien llamaban Bill– fue objetor de conciencia en la Segunda Guerra Mundial, algo poco entendido, entonces como ahora. A su tío le dio tal vergüenza, que su novia rompió su compromiso con él, a causa de ello. Los dos hermanos se habían criado en una zona de Pensilvania de influencia menonita. El padre nació literalmente en la Ciudad de los Cuáqueros (Quakertown) en 1924. Su abuela venía de la tradición de santidad de la Iglesia de Dios, pero el abuelo era un luterano. La familia paterna vino de Alemania en el siglo XVIII.





[photo_footer]Poco después de ser bautizado como católico, la familia de Keller se hace luterana y asiste a esta iglesia en Allentown (Pensilvania).[/photo_footer]



La familia de la madre de Tim era, sin embargo, católica. Su abuelo venía de Nápoles. Emigraron de Italia a finales del XIX. Louise (Anne Clemente) era enfermera en una clínica psiquiátrica donde examinaban objetores de conciencia como el padre de Keller y su tío. Es así como se conocieron Bill y Louise en la sección de pacientes violentos, como solía contar su padre. Como él era luterano, se casaron discretamente en casa de un cura en 1947. Esa es la explicación por la que Tim es bautizado como católico en 1950, poco después de nacer en Allentown (Pensilvania).



Tim era el hijo mayor de Bill y Louise. Su padre enseñaba arte en una pequeña escuela al sur de Allentown. Vivían en un modesto apartamento. A él no le gustaba dar clases y como ganaba poco, se dedica a la publicidad hasta que empieza a diseñar cocinas para los grandes almacenes Sears. Se mudan entonces a una casa en el centro de la ciudad, que construyen en el jardín de su abuela. Bill pasa de encargado de publicidad de una tienda a responsable de promoción de ventas. Trabaja casi todo el día y Tim apenas lo ve en casa. En esos momentos lo recuerda como una “sombra”, sentado silencioso en el salón.



Keller tenía dos hermanos menores: su hermana Sharon, nacida en 1953 –que tiene luego el apellido Johnson, por su matrimonio, a quien dedica su libro “Caminando con Dios a través del dolor y el sufrimiento” en 2013– y su hermano William, nacido en 1958 –que tiene orientación homosexual y muere de sida, después de que lo lleva a la fe al final de su vida, que es el trasfondo de su libro “El Dios pródigo” en 2008–.



 



[photo_footer]Tim se cría en  Allentown (Pensilvania) con sus padres y dos hermanos.[/photo_footer]



 



Lector voraz



Tim leía un libro tras otro desde los tres años. Prefería los ensayos a la ficción. Le interesaba especialmente la Historia. Ya de niño recuerda haber leído la monumental “Auge y caída del Tercer Reich”, los dos voluminosos libros escritos por William Shirer en 1960. Su obra de consulta era la Enciclopedia de Funk y Wagnalls. Como tantas familias americanas de los años 50, se cría con la televisión en blanco y negro, pero bajo el férreo control de su madre. Los tres tenían una difícil relación con ella. Sharon dice que se evadía “soñando despierta”, pero Billy y Tim se conformaban a lo que el predicador llamaba con el lenguaje de Romanos, “una justicia de obras”, pero desarrollando “una vida secreta interior”.



Tim se enfrenta a menudo a su madre, que esperaba todo de él, como hijo mayor. Tenía la impresión de que siempre la decepcionaba. Ella quería sentirse orgullosa de él, pero él la desafiaba, no consiguiendo su afecto y aprobación. Le comparaba con su primo, que hizo brillantes estudios y acabó como ingeniero químico. Su hermana cree que el afán de competición de su madre venía por su inseguridad. Tim no era mal alumno y entra con su hermano en un programa de “educación acelerada para los mejores estudiantes”, que les aisló de sus compañeros, lo que le convierte en el centro de acoso y burla de otros chicos. Como su madre no le dejaba pelearse, fiel al pacifismo de la familia, aprendió a utilizar la palabra como arma de defensa.



Tim se vuelve un chico solitario, que no sabe hacer o mantener amigos. Discute siempre con su madre. Se vuelca en la lectura, pero el perfeccionismo de ella, le hace autocrítico. Dominado por la culpa, intenta escapar de la tensión en casa, haciéndose “boy scout” y tocando la trompeta en la banda local. Su madre culpaba a su marido de no dar una educación religiosa a sus hijos, pero el catolicismo le decepciona cada vez más. Su paso al luteranismo parece que tiene más que ver con una amiga protestante que tuvo cuando era enfermera durante la guerra, que con la tradición familiar de su marido.





[photo_footer]Tim se vuelve un chico solitario, que no sabe hacer o mantener amigos y discute siempre con su madre.[/photo_footer]



 



Entre dos legalismos



Su familia se hace miembro de la Iglesia Luterana en América –luego llamada Iglesia Evangélica Luterana en América–. Iba cada domingo a la iglesia, donde Tim es bautizado de nuevo. Cuando es adolescente a principios de los años 60, es confirmado, siguiendo las clases de catecúmenos con un pastor mayor ya retirado llamado Beers, que era ortodoxo en su fe. Tenían que memorizar un bosquejo de la Confesión de Augsburgo que enseñaba claramente la realidad del Juicio y la salvación por la fe sola. Usaban el acrónimo SOS, para aprender cómo la Ley muestra tu pecado y el Evangelio a nuestro Salvador. Conoció el Evangelio de Gracia, pero todavía no era más que una idea interesante para él, que le sirvió para pasar el examen de confirmación en 1963.



Si su madre le enseñó una salvación por obras, el nuevo pastor luterano que venía del seminario de Gettysburg, trae un nuevo “legalismo”, el del activismo político. Tim entiende la lucha por los derechos civiles, pero se da cuenta que la acción social se puede convertir en otro “legalismo”. El Dios santo y justo que demanda que hagamos algo para apaciguar su ira, se convierte en el espíritu de amor universal que demanda la lucha por los derechos humanos y la libertad del oprimido. No es el Evangelio que le enseñaron en su confirmación.



Una década después de hacerse luterana, Louise decide que su visión de la religión encaja más con la Iglesia Evangélica Congregacional, que en la tradición de santidad enfatiza el esfuerzo humano para mantener la salvación y conseguir librarse del pecado consciente. Es el legalismo evangélico del fundamentalismo que Tim abandona al ir a la universidad. Como se daría cuenta luego, por la influencia de Jack Miller, Keller no sólo sabía sobre Lutero. Es que era como Lutero. Tenía una conciencia patológicamente escrupulosa, que buscaba la perfección por su obediencia y sacrificios.





[photo_footer]Cuando Tim acaba la Escuela Secundaria Louis E. Dieruff en Allentown y se marcha a la Universidad de Bucknell en 1968, está harto de la religión.[/photo_footer]



El evangelio



La influencia legalista aumenta todavía más en su familia, cuando se hacen amigos de un obispo de esa pequeña denominación de tradición metodista y raíces alemanas, John Moyer. Cuando Tim acaba la Escuela Secundaria Louis E. Dieruff y se marcha a la Universidad de Bucknell en 1968, su madre esperaba que volviera a su iglesia, donde ocupara un lugar importante, pero Keller estaba ya harto de religión. Deja la iglesia, pero la vergüenza y la culpa no le abandonan.



Es en la universidad donde conoce el Evangelio. Para él, “no es religión ni irreligión, sino algo totalmente diferente”. Es “relacionarnos con Dios por medio de la Gracia”. Es “buenas noticias, no un buen consejo”. Nos anuncia el rescate del “castigo venidero” (1 Tesalonicenses 1:10), no de una fuerza personal, sino de la ira divina, que es nuestro gran problema (Romanos 1:18-32). Es el origen de nuestra “alienación psicológica en nuestro interior”, dice Keller. La razón por la que experimentamos vergüenza y temor (Génesis 3:10), pero también la explicación de nuestra “alienación social, los unos de los otros”. Es toda una condición que lleva a nuestra naturaleza física al sufrimiento y la muerte.



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El Evangelio es lo que Cristo ha hecho por nosotros. No es algo que hacemos, sino lo que ha sido hecho por nosotros, que produce una nueva forma de vida. “Hemos pasado de muerte a vida” (1 Juan 3:14). No es un proceso, sino un cambio que hace la obra de Jesús, cuando se cree y descansa en ella. No es como aprendería de Lloyd-Jones, que uno “sienta que sea lo suficientemente bueno”, sino “Dios salvando pecadores” –el resumen que le gustaba citar de Packer del Evangelio–. No es un “programa de rehabilitación divina para el mundo, sino una obra sustitutiva ya consumada”. No es algo que nos une, sino que se recibe y “crea una vida de amor, pero la vida de amor no es en sí el Evangelio”.


 

 


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COMENTARIOS

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jorge varon
04/06/2023
23:47 h
2
 
Magnífico. Toda la obra la hizo el Señor y el que cree solo (realmente es mucho) es objeto de un nuevo nacimiento sobrenatural que le da la opción de una vida pura si es capaz de dejar vivir la naturaleza de Cristo que se ha formado en el, manteniendo (por el poder del Espíritu de Cristo) al viejo hombre en el madero de la cruz. Esa es la doctrina que al marianismo y a mucho protestante le es tan duro de entender, pero que es reiterada una otra vez por Cristo y sus apóstoles.
 

Samuel C Samuel
01/06/2023
21:43 h
1
 
"mantener la salvación y conseguir librarse del pecado consciente"; ¿acaso seguir en la fe no es mantener la salvación? Pero si eso es salvación por sola fe, el creer (y seguir creyendo) ¿Y acaso el salvo tolera el pecado consciente?
 



 
 
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