No hay ser tan vulnerable como el que está arriba, el líder, el dirigente, el consagrado.
Lo que quiero decir aquí es que también al león atacan las moscas. Así que se resignen los leones. Y que no traten de sacudirse las moscas a zarpazos, porque será peor. Se sublevarán más. Que le quede al león la satisfacción de saber que igualmente su cuerpo sirve para alimentar moscas. Y que las tolere.
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Leones, es decir, gigantes, líderes en el servicio cristiano considero yo a Pablo el apóstol y al apóstol Juan. Y moscas se me antojan ser Alejandro el calderero y Diótrefes. Alejandro causó muchos males a Pablo, según confesión propia de este hombre, que se quejaba muy poco (2ª Timoteo 4:14). Y Diótrefes, a quien gustaba ostentar el mando en la Iglesia, "parloteaba con palabras malignas" contra el dulce y sufrido apóstol San Juan (3ª de Juan 9-10).
Y es que para todos los Alejandros caldereros y para todos los Diótrefes ambiciosos del mundo, atacar al líder, murmurar contra él, es una tentación y una oportunidad. Es la única forma que tienen de destacar. No hay ser tan vulnerable como el que está arriba, el líder, el dirigente, el consagrado. Y a quienes no tienen otra cosa que ofrecer a los demás sino la crítica a terceros, la figura del líder les viene como anillo al dedo. Me gustaría encontrarme un día con Alejandro el calderero y con Diótrefes el ambicioso. Como estén en la gloria, en cuanto llegue yo me iré derechito hacia donde se encuentren y les preguntaré qué tenían que decir de Pablo y de Juan. Haré que me digan si no hallaron otra manera de quedar en las páginas de la historia más que esta sucia y mezquina del ataque a personas inocentes. Todo esto me lo pienso yo siempre, me lo pienso a solas, y me interrogo sobre cuál será su contestación el día que me los enfrente. Si es que ese día llega.
Con este otro tipo de murmurador conviene tener igualmente paciencia. ¡A ver! El que brilla siempre despertará odios y envidia. El odio y la envidia de los mediocres, de los frustrados, de los que no llegaron a nada porque les dio miedo salir de la sombra, de los que se encuentran cobardemente solos. Estos Alejandros, estos Diótrefes, son los que andan agazapados en espera del ataque al líder. Y cuando la ocasión llega saben aprovecharla los muy ladinos. ¡Y de qué manera! Estos, como el tal “señor Carmesí” de Saint-Exupery, son los que jamás miraron a una estrella, ni aspiraron el perfume de una flor. Son los que nunca tuvieron la ilusión de luchar, ni les atrajo la escalada ascendente. Los que en momento alguno realizaron el más pequeño esfuerzo por subir, ni por llegar, ni por conservarse arriba, con todo lo que esta postura tiene de agria y de romántica. Estos son los que ven úlceras en los rostros ajenos, cuando en realidad son lunares bellos.
Estos Alejandros y estos Diótrefes destruyen muchas vidas. Pero poco podemos contra ellos. Hay que sufrirlos. Y no responder con las mismas armas. El mal que podemos sacar con una cuchara, no lo cortemos con un cuchillo.
En mi carpeta de apuntes he hallado unas notas que escribí hace años. Estaba lloviendo. Yo cenaba solo en la primera planta del Hotel Park en Barcelona, frente a la estación. Un automóvil dio contra un semáforo allí existente y lo derrumbó. En el suelo, bajo la lluvia, el semáforo caído continuaba su trabajo, con el relampagueo de luces rojas, amarillas y verdes. Seguía el semáforo, a pesar de su caída, advirtiendo los peligros del tráfico y señalando vía libre. El duro golpe no le hizo desistir de la misión que tenía encomendada.
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Aquél incidente del que fui testigo me parece el mejor ejemplo para acabar este artículo: por muy duros que sean los ataques de los murmuradores contra nosotros, mantengamos nuestra dignidad y continuemos firmes y fieles en la tarea que aquí tenemos asignada, con los ojos puestos en el Autor y Consumador de nuestra fe.
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