De mayor quiero ser niño

¡Ah, si yo pudiera entrar hasta el mismo centro del mundo de mi niño para elegir allí un placentero refugio! Sé que ese mundo tiene estrellas que le hablan, y un cielo que desciende hasta su rostro y lo divierte con sus arcoíris y sus fantásticas nubes.

Esos que parecen ser mudos e incapaces de un solo movimiento, se deslizan en secreto a su ventana y le cuentan historietas y le ofrecen montones de juguetes de brillantes colores.

¡Ah, si yo pudiera caminar por el sendero que cruza el espíritu de mi niño y seguirlo aún más allá, más allá, fuera de todos los límites! Hasta donde mensajeros sin mensaje van y vienen entre Estados de reyes sin historia, donde la razón hace barriletes de sus leyes y los lanza al aire; donde la verdad libera a las acciones de sus grilletes.

Rabindranat Tagore

Le atuso el cabello. Esas finas hebras despeinadas por el roce del viento. Vuelvo a reñirle y aunque me duele hacerlo, esa mujer preñada de días aún no reconoce su ancianidad.

Arrodillada ante ella le ato los cordones y recuerdo cuantas veces esa mujer ante la cual me inclino se sentó junto a mí y con suma paciencia me enseñó ese juego de unir cabos para terminar en una lazada.

Ahora soy yo, la hija, la que hago de madre. Le enseño algo que la senilidad no le permite hacer con agilidad. Es hora de ser amigas. De dejar vergüenzas a un lado, de buscar a tientas las pieles que sobradas de cariño se han de tentar para reconocerse.

La madre se vuelve hija, niña anciana que ha de prestarse a los cuidados del ser al que un día regaló vida. Cogidas de la mano atravesamos la calle para llegar a la plaza y allí, sentadas una junta a la otra dejamos, que el silencio narre episodios que nosotras conocemos.

La tarde es patrimonio de todos, pero nosotras ajenas al mundo descubrimos en el ocaso de otro día cómo Dios sigue uniéndonos, hilvanando nuestros corazones con hilos de cariño. Somos muy distintas. A veces sonamos disonantes, pero una conexión pura e invisible de pilares inquebrantables nos une haciéndonos entonar el mismo canto.

La vida fulge para una y va extinguiéndose en la otra. Nos ayudamos de formas diferentes: la experiencia dando sabios consejos, el vigor ayudando en lo trivial. La paciencia y la ternura, los recuerdos y el olor a vida juntas, a historias compartidas, a guiones escritos y nunca llevados a escena. Madre e hija. Una perfecta simbiosis de amor.